La Casa Amarilla de Don Alejo

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Chisme Caliente.

Un día, en el rancho nos despertamos con una novedad y chisme a la vez, bueno, en los ranchos casi cualquier cosa que pasa es novedad, pues como casi no pasa nada, cuando algo pasa, pues es novedad y termina en chisme de mercado y lavaderos.

– ¿Ya vio cómo están pintando la casa de Don Alejo? –preguntó intrigosa Mague, la señora que ayudaba a Doña Lalita, la de la frutería del mercado-

– No, pos no hemos pasado por ahí –contestó seca la Abuela Licha-
– ¿En verdad no sabe el color que la están pintando? –volvió a preguntar la mujer-
– Como le digo, no…
La abuela todavía no terminaba de hablar, cuando entró al quite Doña Lalita, la dueña del puesto que acababa de darse prisa para integrarse a la plática de Mague.
– ¡Amarillo! –dijo de inmediato Doña Lalita- De amrillo, pero no vaya usted a creer que un amarillo así bonito, noooo, un amarillote chillón, fuerte, pos haga de cuenta como si fuera un amarillo, no sé, como amarillo…
– ¿Canario? –contestó la abuela
– Pos vaya a saber si canario o perico, pero es un amarillo muy curioso –dijo Mague-
– Pos es un color alegre, ¿no creen? –dijo la abuela secamente- bueno con su permiso que todavía nos faltan cosas que comprar.
Al no ver respuesta favorable ni nadie que les siguiera el jueguito, las Doñas ya no dijeron nada, nomás se voltearon a ver y medio se despidieron.
– Véngase mijo –me dijo la abuela-

Yo tomé las bolsas de ixtle y ellas las propias para seguir con las comprar de la abuela.

Unos pasos más adelante, cuando dábamos vuelta vi como seguían en el chisme con otra señora, me imaginé que seguramente era sobre el mismo tema porque se veían igual de animadas.

Y acá entre nos, lo único que me alentaba a seguirle a la compradera y a la cargada de bolsas, es que la Abuela me había prometido que al final de la faena, me iba a invitar un agua de horchata y unas frescas tunas verdes y amarillas.

De regreso a la casa, la mera verdad, me estaba ganando la curiosidad, por lo que le dije a la abuela:

– Oye abuela…
– ¿Qué pasó?
– ¿Y si pasamos por la casa de Don Alejo?
– ¿Y eso?
– Pos pa ver el color que decían las señoras
– ¿Tú también? –dijo mientras dejaba las bolsas en el piso para descansar un poco-
– Ándale abuela
– ¿Tas loco?, vamos a tener que desviarnos y eso son como ocho cuadras más a la caminada
– Pos que tiene abuela
– ¿Pos no que ya no aguantabas las manos y los pies de cargar bolsas?
– Pos me aguanto otro tantito… ¡ándale abuela!

La abuela nomás sonrió y volvió a cargar las bolsas, yo hice lo mismo y comenzamos a caminar, que mientras que la abuela no dijera un no rotundo, era señal de que sí.

A los pocos minutos dimos vuelta a la calle de la iglesia y ahí apareció frente a nuestros ojos, la amarilla, muy amarilla casa la gran casa de Don Alejo.

– ¡A jijo abuela!, sí que está amarillota la casa –le dije asombrado- ¿por qué la habrá pintado así abuela?
– No pos sepa Dios… ¿ya la viste bien? –preguntó-
– Si –le contesté-
– Ta bueno, pos ya vámonos.

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Y sin decir nada, nos fuimos camino a la casa, pero eso sí, todo el camino me fui pensando que de que estaba el amarillo medio raro, estaba raro.

Los colores y los sabores son mera cuestión de gustos.

Ya en la casa, descargamos todas las bolsas, la abuela estaba acomodando algunas de las cosas, mientras yo me “acomodaba” las tunas que había comprado para mí, entonces le pregunté:
– Abuela ¿te gustó el color de la casa de Don Alejo?
– Pos yo no pintaría la casa de ese color, pero pos cada quien
– Pos a mí se me hizo rete feo el color amarillo de esa casa ¿a ti te gustó abuela?
– A mí la verdad me gustan más las tunas rojas
– Guácala abuela, ¿cómo dices que las tunas rojas?, las más sabrosas son las blancas o las amarillas… ¿pero las rojas?
– Si, tunas rojas y la nieve de zapote
– ¿De zapote abuela? ¡pero si la de limón o la de mango son las más sabrosas?
– Pos a su tía le gusta la de queso
– ¿Nieve de queso? ¿Quién se come eso?
– A tu tía, ¿no te digo?
– Uy, que gustos tan raros
– Mira quien lo dice, el que se come las conchas con frijoles
– Mmmm es que eso si está sabroso abuela
– ¿Verdad que a cada quien nos gustan cosas diferentes?
– ¿Cómo abuela?, no entendí
– Mire mijo –me explicó sabiamente- los colores como los sabores, nadie tiene la razón porque todo es cuestión de gustos – me dijo la Abuela Licha mientras tomaba una tuna amarilla y le daba una mordida.

Que Dios la tenga en su santo cielo… Amarillo.

Tres meses después de que se pintó la casa de Don Alejo de amarillo y de que fueran el tema de conversación del pueblo, Doña Laurita, la esposa de Don Alejo falleció; si bien estaba enferma, la verdad de las cosas es que nadie se lo esperaba, al contrario, al ver pintada de esa manera la casa, uno pensaría que la señora se había recuperado.

Y con la muerte de Doña Laurita, se despejó la incógnita del color amarillo de la casa que tanto había dado de que hablar.

Cuando la esposa de Don Alejo se enfermó, ellos, siendo de dinero, visitaron los mejores médicos para ver si alguno de ellos le daba una esperanza mayor de vida, pero todos coincidían en lo mismo, a Laurita le quedaba poco tiempo de vida y lo mejor era que estuviera tranquila en su casa disfrutando a los suyos.

En una de las pláticas ella le dijo a su esposo de un sueño que siempre había deseado de niña.

– ¿Sabes una cosa mi cielo? –le dijo Doña Laurita-
– Dígame mi corazón de melón (así le decía él desde que fueron novios)
– De niña, siempre soñaba con vivir en una casa amarilla
– ¿En una casa amarilla?
– Si, una vez le dije a mi papá y me dijo que cual amarillo quería, pero al verlo mi mamá dijo que estaba loca, que era un amarillo que me gustaba mucho.
– ¿Y por qué le gustaba ese amarillo mi corazón de melón?
– Porque era el amarillo de los gorriones, de los claveles, del sol, el melón que te gusta tanto, ese, ese es el amarillo que siempre me ha gustado.
– A qué mi corazón, que bueno que la conocí a tiempo, que si me tardo un poco más, se me casa con un chino.
– ¡Ay mi viejo chulo, que cosas dice! –exclamó sonriente Laurita-

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Una mañana, llegaron trabajadores a la casa del matrimonio, comenzaron a poner andamios de madera, a sacar pintura que Don Alejo había mandado traer de Torreón, porque en la ferretería del pueblo no tenían de “ese amarillo”.

– ¿Este amarillo Don Alejo? –dijo Enrique el de la Ferretería señalando el color en el muestrario-
– Ese mero
– No, pos la verdad de las cosas, no lo tenemos, pero se lo puedo mandar traer
– ¿Para cuándo?
– Pos, ora verá, es miércoles, yo voy el viernes… ¿le parece para el lunes?
– Hecho, le contestó Don Alejo.
– Y el resto es historia, luego, ya en el velorio, Don Alejo le contó a su compadre toda la historia: “Tenía su carita como si fuera una niña compadre” –platicó Don Alejo al compadre-, compadre que a su vez contó la historia al cura del pueblo y de ahí, pues fue como poner en el canal del noticiero a nivel nacional.

Gracias mi viejito chulo, muchas gracias –dijo en sollozos al verla casa pintada y ver hecho su sueño realidad.
Don Alejo, por su parte, aguantó las lágrimas para no ponerla más triste, la abrazó y le dijo al oído:

– Si pudiera pintarle el mundo de amarillo, se lo pintaba mi corazón de melón.
El tema de la casa y la muerte de Laurita salieron a colación en la cocina de la Abuela Licha unos días después en la sobremesa.
– Y pensar que la gente andaba criticando el color de la casa de Don Alejo ¿verdad abuela?
– La gente… ¿ve por qué no es bueno dejarse llevar por los comentarios de los demás?
– Ps no abuela, pero todos nos fuimos con el detalle del color
– Le digo que los colores como los sabores, nadie tiene la razón porque todo es cuestión de gustos.
– Pero si los criticaron mucho por lo de la pintada abuela
– Pos si, pero si uno tuviera un peso por cada crítica que le hacen a uno, ya no tendríamos que trabajar jamás.
– Ahora sí que cada quien su gusto –le dije-
– Eso, pues el gusto de Don Alejo fue darle gusto a su señora y eso es lo mero principal, haberle dado alegrías a la gente que amas, porque eso mijo, es lo único que ellos se llevarán a la tumba…y nosotros también.
– ¿Es lo más importante en esta vida abuela?
– En esta vida y en la otra también –dijo la abuela mientras pelaba otra tuna amarilla recién cortada-

¡ Hasta la próxima semana !
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