Historia de la receta secreta de los famosos chiles en Nogada de la Abuela Licha

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¡Acá las tunas!

Don Rulo vendía en su carrito de madera frutas de temporada, higos, nísperos, naranjas, sandías, melones y otras delicias, pero  de los meses que más me gustaba para esperar a que pasara por la casa, eran Agosto y Septiembre.

Las tunas que le traían a Don Rulo eran de San Luis Potosí y de Zacatecas, blancas, amarillas, rojas y cardonas, todas limpias sin espinas, todas dulces, jugosas y sabrosas; “no me la paga si se espina” decía el Don.

Abajo del carrito traía las tunas en una reja de madera con un papel canela que las envolvía; Don Rulo era un maestro de la escobilla, limpiaba las tunas, las enjuagaba y luego las partía magistralmente en unos cuantos movimientos con su afilado cuchillo.

—¿Y nunca se ha cortado? –preguntó el Chanate.

—Una vez, me corté un dedo –contestó.

—¿En serio?, ¿cuál? –cuestionó el Pingüica.

—Este mero –dijo Don Rulo mostrando uno de sus dedos.

—Oiga Don Rulo, pero el dedo se le ve completo –le dije.

—Pos es que luego, luego agarré hilo y aguja y lo cosí, que si no…

Hasta como a la media hora después de que nos fuimos nos cayó el veinte que todo había sido una broma.

Granada, tierra soñada por mí…

Las preferidas de la abuela eran las tunas, las mías las granadas, así que cuando iba por el antojo de la abuela, sabía de antemano que el mío era de cajón.

—¿Y usted que va a querer? –me preguntó la abuela.

—Pos unas granadas abuela, pero para comer allá

—Ándele pues, y cuando termine a me trae un platito de tunas amarillas

—¿Nomás uno abuela?

—Bueno, tráigase unas amarillas y otras blancas, porque acá sus tíos nomás ven burro y se les antoja.

Me gustaban mucho las granadas, pero más me gustaba comerlas preparadas en el mismo carrito de Don Rulo.

—¿Qué pasó mijo, que anda llevando? –me preguntó.

—Para comenzar un vasito de granada.

—¡Ya dijo, canijo! –contestó mientras ponía manos a la obra.

Tomó unas granadas, las peló con el cuchillo y luego las abrió como una flor, luego, con unos golpecitos, sacó las deliciosas semillas cubiertas de esa “carnita” de color rojo entre dulce y acidita, colocándolos en un vasito de vidrio.

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Luego, cortó un par de limones, y los exprimió encima de las semillas, para posteriormente espolvorearlos con un exquisito polvito de chile de árbol, ¡todo un manjar!

Don Rulo usaba unos vasitos de vidrio y los enjuagaba en una tina roja con agua para reutilizarlos, bueno, así se hacía antes, como decía la abuela: “En aquellas épocas en las que no se habían inventado los microbios”.

Cada bocado, cada mordida era un viaje al mundo de la dulzura, acidez y picor, todo natural, nada de edulcorantes, colorantes y saborizantes artificiales, es más, en aquellas épocas no sabía no que canijos era eso.

Ya cuando terminé le pedí las tunas para la abuela.

—¿Ya sabes el chiste del Piporro? –me preguntó mientras reía y me alistaba las tunas.

—¿Chiste?

—Si, el de las tunas.

—No Don Rulo, no me lo sé.

—Vino el Piporro, a comprar unas tunas y le pregunté que dé cuales quería.

—¿Y luego? –pregunté.

—Pos me dijo: “Deme de las que seyan” (con voz de regiomontano).

—¿Y usted de cuáles tunas le dio?

—¡Pos de esas, ¡de las que sellaban! –dijo carcajeándose mientras se tapa la boca con el antebrazo.

De nueva cuenta, le entendí al chiste mucho después, pero esta vez hasta que ya había llegado a la casa.

Nogal pasa por mi casa, chiles en nogada de mi corazón.

Una semana después de esto, la abuela me mandó al puesto de Don Rulo a comprar, pero esta vez no fueron tunas, sino puras granadas.

—Que estén enteras, no desgranadas, rojas, algo vetadas… y que no estén “mallugadas” —porque se las regreso.

Esas eran sus órdenes y así mero tenían que llegar, porque si no, ya me veía dos o tres veces yendo y viniendo de la casa al puestecito ambulante de Don Rulo para cambiar las granadas hasta que la Abuela estuviera contenta.

Esto de hacer chiles en nogada era una cosa así como una fórmula de química o algo así, por ejemplo, la nuez debía ser fresca, ni de chiste una vieja, se tenía que pelar en el momento que se preparaban los chiles, nada de comprar pedacería o el corazón de la nuez en bolsa, pero eso no era lo más complicado, lo más canijo era traído desde Puebla por Dono Honorio, el del mercado, que era algo así como el mercader de materias primas de antaño, pues en diferentes épocas del año traía cosas que no se encontraban en ningún mercado.

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Y de ahí, infaltables e irremplazables, las peras, los duraznos amarillos y las famosas manzanas panocheras.

Una vez la tía Tere le preguntó a la Abuela:

—Mamá, ¿y por qué nos esperamos a que Don Honorio traiga las manzanas, las peras y los duraznos de puebla?… ¿Y si usamos de las que vende acá todo el mundo?

La abuela volteó a verla como si hubiera cometido una blasfemia o algo parecido.

—A ver, vamos viendo, imagínate que te vas a casar, ya estás en el altar y cuando volteas, ya te cambiaron al novio que tanto te gustaba por otro… ¿Qué harías, te casabas con él de todas maneras?

—No, como cree, ni loca.

—Ándele, pos igualito, yo ni de loca.

Ante tal lógica y argumentos, nadie le volvió a decir nada a la abuela y teníamos que esperar cada año a que Don Honorio trajera los ingredientes tal y como la abuela quería.

Los tiempos cambian y acá entre nos, si ustedes quieren cambiarlos, cámbienlos, pero que no se pierda la bonita costumbre de unos deliciosos chiles en nogada en septiembre, pero eso sí, no le digan a la abuela que les dije esto, porque ella los sigue preparando igualito, igualito que siempre, y no, no insistan, en que les pase la receta, que ella jamás ha querido darla, con decirles que prefiere preparárselos a todo un regimiento que soltarla.

Ahora sí, con su permiso, ¡y buen provecho ¡

 

¡ Hasta el próximo  Sábado !

 

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Foto:posta.com

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