Creyó encontrar a su media naranja… y le resultó ser una manzana

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Pura dulzura.

— Abuela, ¿compramos dulces? –le dije impaciente a unos metros del mercado.

—¿De dónde? –me preguntó.

— Pues de con Don Simón.

—¿El del carrito?

— Si, abuela, el del carrito.

— A caray, ¿pos donde lo viste?

— No, si todavía no llega, pero ya escuché su grito.

— Mira nomás, pos me voy a poner a vender dulces.

—¿En serio abuela, por qué?

— Pos a ver si así me oyes cuando te hablo

Y como decía mi papá: “te defiendes más callado” así que mejor me hice el occiso y ya no dije nada, capaz que ni me compraba los dulces.

—¡Camoteeee, Biznagaaaa, palanquetaaas, Muéganooooos y greñudaaaas!

Se escuchó más cerca le grito de Don Simón que no solo vendía lo que pregonaba, también traía cacahuate garapiñado, muelas, dulce de ajonjolí y otras delicias.

—¿Ya abuela, ya? –pregunté insistente.

— Así fueras bueno para pedir la pala para levantar el estiércol de las chivas –me dijo mientras sacaba el dinero del monedero.

La abuela hacía a veces como que estaba enojada, pero no, porque cuando en verdad se enojaba se notaba por su silencio.

Apenas me dio el dinero y salí corriendo para encontrar a Don Simón, traía su espanta moscas de tiras de papel con mango de palo de madera, cuando uno se acercaba el olor de los dulces de limón eran los primeros en llegar.

— Buenas Don Simón

—¿Qué pasó mijo?, ¿Qué anda llevando?

— Pos Dulces Don Simón.

— Pos si, ¿pos que más verdad?

Le señalé los dulces que quería, Don Simón puso los dulces en papel canela, una palanqueta de cacahuate era para mí y un dulce de biznaga para la abuela.

Aquella que va rio abajo se llama panchita

Antes de llegar a casa, a lo lejos vimos una camioneta que estaba estacionada afuera.

—¿Quién será?, ¿conoces la camioneta?

— No Abuela, no la conozco, pero se ve como nueva.

—¿No es la de Don Pepe Zamarripa?

— No abuela, la de Don Pepe no es tan larga, y esta es como más negra.

— Pos sabrá Dios, a ver ahorita llegando a ver quién es.

Cuando llegamos a unos metros de la casa escuchamos una voz que salía de la camioneta.

—¿Pos onde andan perdidos?

Al momento que habló se bajó de la camioneta un tipo grande, parecía como gorila, a mi pa que es más que la verdad, me temblaron las rodillas de miedo.

— Perdidos las chivas de Juárez y así llegó a Presidente –contestó la abuela al tipo.

En ese momento sentí que de nuevo me temblaban las piernas.

—¡Amá Licha!, ¿cómo está? –gritó efusivo aquel tipo.

Corrió hacia nosotros, mejor dicho, hacia la abuela, parecía un bisonte y les juro que hasta sentí que la tierra retumbaba.

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Apenas llegó con la abuela y le dio un abrazo, como esos que se dan solo a quienes se extrañan con el corazón entero, luego escuché a la abuela que decir:

— Mi Lucas, mi muchacho, ¿pero dónde andabas muchacho de porra?…tanto tiempo sin verte.

Les voy a ser sincero, y ahora que nadie está cerca les diré que aquella mañana me dieron los celos más tremendos que he sentido en mi vida, bueno, excepto cuando años después vi a la Chela platicando con un amigo en la plaza, pero esa es otra historia.

El Lucas ese nomás me dijo “Quiubo”, luego tomó las bolsas que llevaba la abuela y comenzó a caminar a la casa, yo tomé mis bolsas y los seguí unos pasos atrás, digo, no los fuera a incomodar.

Lo que nomás no me cabía en la tatema era que le hubiera dicho “amá”, ¿o habría escuchado mal?

La media naranja que resultó manzana.

Lucas se puso a platicar con la abuela en la cocina, a mí la verdad ya ni hambre me dio y mejor me fui a buscar al tío Momo y al tío Teodoro a ver a que los ayudaba, ya de tardeadita cuando regresé con los tíos, Lucas ya no estaba.

—¿Qué pasó, onde andabas? –me preguntó la abuela.

— Me fui con los tíos a los corrales a ver a que ayudaba.

—¿Y ya terminaron?

— Ya, nomás iban a meter el alimento a la bodega y se venían para acá, nomás que me dijeron que primero iban a echarse unas cervezas a la cantina y que mejor me viniera a la casa.

—¿comiste?

— Sí, me dieron de sus viandas.

—¿Qué tienes?

—¿Yo?, nada abuela.

— Ma, si no te conoceré… ¿quieres de cenar?

— Pos no sé, al rato… ¿Qué vas a hacer abuela?

— Tolondrones.

—¿Tolondrones?

— Si, para los preguntones.

Ni ganas tenía de reír, me sentía medio raro, con hambre sí, pero raro.

—¿Quieres unos taquitos dorados con verdura y salsa? –me preguntó la abuela.

—¿Verde o roja? –pregunté pasando saliva.

—¿Quieres de las dos?

La Abuela ya me tenía de su lado de nuevo, no sé ni cómo le hacía para contentarme tan pronto, pero ahora que veo la báscula, creo que lo entiendo todo.

Un rato después me habló para cenar, nos sentamos juntos y solos, los tíos seguían en la cantina y las tías Tere e Inés iban a llegar al día de San Juan de Los Lagos hasta el día siguiente.

— Te dejó saludos Lucas –me dijo.

— A pos que raro, porque apenas me saludó cuando lo conocí.

— Si ya lo conocías, pero no te acuerdas.

—¿A Lucas?, ¿Ya lo conocía?

— Estabas recién nacido él conoció a tu mamá, conoce a tus tíos, tías y a tu papá.

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—¿Quién es Lucas Abuela?

— Un día legó la mamá de Lucas, era la hija de una prima lejana, nomás venía de pasada, traía a su bebé, iba Juárez Chihuahua, y se iba a quedar un par de noches, una mañana fue a la tienda a comprar una mamila para una botella y ya no regresó.

—¿No regresó a la casa?

— No, ni por el hijo.

— Entonces… ¿ese niño es Lucas Abuela?

— Sí, y aquí se quedó, aquí lo cuidamos y fue como un hijo más hasta que conoció a Alondra.

—¿Y Alondra quien es abuela?

— Alondra era una chamaca muy bonita, blanca, de ojos verdes, era como una muñequita de porcelana y así la llamaba Lucas.

¿Eran novios?

— Al principio ella no le hizo caso, pero luego él se fue al otro lado, quería demostrarle que le podía dar lo mejor y una noche se vino a despedir y me dijo que quería irse para ofrecerle una vida mejor.

—¿Y luego, tú que le dijiste abuela?

— Nomás lo que veía mijo.

—¿Lo que veías?

— Le dije él sabía lo que hacía, nomás que se fijara bien, cuando el amor es de un solo lado, no es un amor sano, es más, ni amor es.

—¿Y qué pasó abuela?

— Allá le fue muy bien económicamente, entonces se regresó por Alondra, le ha de haber bajado el cielo y las estrellas que ella de inmediato la dio el sí y se fueron a vivir para allá.

— Pero…no la vi con él… ¿no lo acompañó ahora?

— Ni ahora ni nunca mijo, más duró el pobre de Lucas trabajando allá para llevársela que ella en abandonarlo por un gringo.

—¿Así nomás lo dejó?

— Pos ella nomás le dijo que se iba porque ya había encontrado a su media naranja.

— Entonces ella no era la media naranja de él.

— Ni media naranja, ni de él, más bien le resultó manzana.

Lucas se quedó una temporada en el rancho gastando el dinero que había ganado en Estados Unidos, iba seguido a comer o cenar a la casa, hasta que un día llegó a despedirse de la abuela, de nosotros, a ella le llevó un chal negro con flores de colores y a mí me regaló un trompo de mezquite de esos que duran los “cancazos”.

La abuela siguió recibiendo las cartas de Lucas y a mí me quedó muy grabado lo que dijo la abuela aquella tarde aquello de que hay medias naranjas que al final resultan ser manzanas…por eso hay que fijarse bien.

 

¡Hasta el próximo sábado!

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