Mi amiga Julieta tenía una suegra masoquista, y creo que no hay cosa peor, excepto el que tu propia madre lo sea. En una ocasión le hablaron por teléfono y le preguntaron que cómo estaba y ella en voz débil contestaba “bien, bien, aquí a oscuritas pero si no me muevo mucho no me pego contra los muebles y estoy mejor.”
“¡¿Qué?! ¿Por qué estás a oscuras?”
“Es que se fundió un fusible hace tres días y pues me dio pena molestarlos a ustedes para que me lo cambiaran…”
El trastorno de la personalidad masoquista implica una conducta continua, a lo largo de la vida adulta, de auto martirio y auto victimizarse. Se ponen en situaciones lamentables donde los demás los pueden explotar y maltratar, pues sienten que deben ser sacrificados. Rehúyen el contacto con el placer en cualquiera de sus formas.
El papá de una paciente mía le dijo que iría a la boda de ella completamente solo, y ella enojada le espetó: “¡No! Ni de broma vas a ir solo a mi boda para ir repartiendo por ahí esquelas de lástima”.
El masoquista disfruta enormemente que los demás vean cuánto sufre, cuan solo está, y va por la vida como alma en pena recitando sus dolencias y malestares: “Pues aquí m’ijita, ya sabes, como siempre con el dolor de la ciática, y ahora ya me salieron unos espolones en los pies, y pues de tantas medicinas tengo una diarrea terrible, pero como no me puedo mover no llego a tiempo al baño y …” Así dirá la suegra masoquista a quien se le asoma la raíz de canas blancas en la cabeza pues qué esperanzas de que pudiese pintar el pelo o comprar ropa nueva o buenos zapatos. Cómo gastar tanto dinero en cosas para ella. Imposible.
La verdad es que el masoquista ¡GOZA MORTIFICAR A LOS QUE LO RODEAN! Sí, mortificar. Esa es su parte sádica: con su masoquismo él o ella siempre se ponen de víctimas y ponen a los demás como victimarios, hacen que uno se sienta como el malo de la película, culpable, hasta que uno de verdad de enoja y lo trata como él o ella tanto lo han deseado inconscientemente: con la punta del pie.
Lo problemático es que cuando van a terapia logran que el terapeuta se sienta igual de impotente que los familiares pues el masoquista disfruta serlo, goza del sufrimiento, y por ello no desea curarse y “ser feliz”. Realmente el problema es para los familiares que sufren como espectadores del teatro masoquista, y a veces deben pagar las pérdidas económicas que implica un familiar enfermo, o uno que no exige la paga que merece por su trabajo.