Tú, que ya eres mayor de edad, te pregunto: ¿Recuerdas qué hiciste el día que cumpliste 18 años?
En México, cumplir 18 años significa que legalmente dejas de ser un adolescente para convertirte en un adulto, lo cual trae consigo varias libertades, pero también muchas responsabilidades.
Para empezar, puedes tener un trabajo de medio tiempo con todas las prestaciones de ley y con la seguridad de que serás tú y nadie más que tú quien recibirá el sueldo. Mientras, la otra parte del tiempo es la destinada para seguir estudiando.
A diferencia de Estados Unidos, donde los jóvenes suelen irse de la casa de sus padres a esta edad ya sea para estudiar en la universidad o con ánimos de independizarse, en México es menos frecuente, pero no por eso imposible.
¿Y qué me dices de entrar al maravilloso carril de alta velocidad? Que por lo general, resulta ser menos rápido de lo que uno se imagina y más en hora pico. Pero la realidad es que a los 18 años ya puedes tramitar tu licencia de conducir.
Otra ventaja es cruzar aquellas puertas que antes se te habían negado por tu edad. Por ejemplo, la del cine para ver películas con clasificación C, entrar a una sex shop, ir cuantas veces quieres a un antro y hasta aventurarte en el mundo de los casinos y probar suerte apostando.
En el aspecto económico, empiezas a existir para los bancos, pues ya puedes abrir tu propia cuenta, tener tarjeta de débito, comprar en línea y hasta aprovecharte de que actualmente los bancos casi regalan las tarjetas de crédito a cualquier persona, para iniciar tu historial crediticio. Sólo recuerda no gastar lo que no puedes pagar o conocerás algo que resulta peor que una maldición gitana, llamado “buró de crédito”.
Para aquellos que viven la ilusión del primer amor y creen que ya es el definitivo -claro que si tienen la suerte y así es- pues tienen la opción de formalizar esa relación y casarse. En estos días resulta extremadamente fácil contraer matrimonio. Lo difícil y costoso es divorciarse.
Y por último, algo inevitable que con los años se va haciendo cada vez más común: comienzas a decir frases como “yo a tu edad”, “en mis tiempos”, “¿No te acuerdas cuando…?” “¿Te tocó que en nuestros tiempos…?”
Sin embargo, algo que absolutamente todos hacemos cuando nos preguntan qué hicimos a los 18 años es: recordar. Este ejercicio mental de volver en el tiempo y escarbar en nuestros recuerdos una fecha, un momento o algún dato que nos provoca alguna emoción.
Esta mañana quiero traer al presente un recuerdo marcado en la memoria histórica de México, que posiblemente ni tú ni yo compartimos porque no nos tocó vivirlo. Pero que al igual que las cenizas del volcán Popocatépetl en aquel año de 1920, cruzó el hasta entonces inmaculado aire transparente de la Ciudad de México.
Pues sí, junto con esa cenizas, las ondas sonoras inundaron el espacio aéreo en todas direcciones con voces y música. Una voz en particular, la de Paolo Tosti, empezó a emanar de los aparatos radiorreceptores.
Los hermanos Adolfo y Pedro Gómez Fernández lograron efectuar aquel sencillo primer programa mexicano de radio transmitido desde una cabina adaptada en una vieja taquilla ubicada en el sótano del desaparecido Teatro Ideal de la calle Dolores número 5, próximo a la Alameda Central de la Ciudad de México.
Todo inicio queda indeleble en la memoria de los que participan de él y en muchas ocasiones de quienes comparten el hecho o son testigos. Y también la permanencia y trayectoria son algo que se festeja entre amigos y familia.
Esta mañana quiero recordar contigo ese primer programa de ¡Qué tal, Fernanda! y celebrar con todos los que a través de 18 años han sido compañeros de viaje en cada transmisión especial desde algún estado de la República Mexicana, sobre una plataforma petrolera, en la inauguración de un centro comercial o de la nueva franquicia de una de las muchas empresas que dan cientos y miles de empleos a mexicanos como tú y como yo.
Hoy quiero que celebremos tú y yo, que hemos estado así, a la distancia de un brazo a través de la radio, cuando vas en tu auto, cuando estás cocinando, en la oficina, a la orilla del mar en un pueblo pesquero, en la punta de un cerro, escuchándome en el centro de un pueblo mágico, en un hotel a escasos metros de la brisa caribeña, rodeada de muñecas en una juguetería o de colchones en una fábrica.
Celebramos que estuvimos juntos en el momento en que se anunció un nuevo teléfono que fue una revolución porque era también reproductor de música y cámara fotográfica. Porque juntos abrimos nuestra cuenta de twitter y sin saberlo usamos el QTF que años después nos distinguiría entre miles de comunidades radiofónicas.
Mientras los programas de radio se convertían en espacios locales, QTF unió el Norte, Sur y Centro de la República Mexicana. Para este momento, no sabría decir cuántos viajes he realizado en avión, cuántos trayectos en helicóptero, cuántos miles de kilómetros recorridos en camioneta, cuántas veces me he levantado de madrugada y me han visto correr en los pasillos de un aeropuerto para llegar a tiempo y saludarte en este micrófono en punto de la hora.
Para algunos medios el rating se mide en cifras, en niveles de audiencia por encuestas. Pero para mí, la preferencia del público se mide con tus llamadas, con tus mensajes y con las muestras de cariño en cada parte de México donde hemos tenido la oportunidad de vernos y saludarnos frente a frente.
Hoy cumplimos nuestra mayoría de edad, tú que me escuchas del otro lado del micrófono y los que de este lado han sido colaboradores, expertos, entrevistados, artistas invitados, médicos, científicos, psicólogos, el equipo de producción, los ejecutivos de esta empresa… y todos los que hacemos posible cada día QTF y que demostramos que a pesar de los malos momentos y las malas personas, definitivamente “somos más los buenos”.