El estudio y la aplicación de la bioética no debe limitarse a problemáticas de salud, maltrato animal o a consideraciones morales; su responsabilidad social debe ampliarse a la atención de grupos vulnerables, marginados o excluidos de la protección del Estado, afirmó el profesor del Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM, plantel Azcapotzalco, Ángel Alonso Salas.
Durante la cátedra extraordinaria sobre El quehacer de la bioética ante la orfandad, la invisibilización y la vulnerabilidad, organizada por el Programa Universitario de Bioética de la Universidad Nacional, el especialista comentó:
Entre quienes históricamente han sido ignorados se encuentran las personas en situación de calle, con algún tipo de discapacidad, los migrantes, aquellas que han sido privadas de su libertad, por ejemplo.
Frente a los avances de las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial, esa rama de la ética tiene una responsabilidad especifica y en la actualidad se le demanda un actuar frente a ciertos temas sociales. A partir de los principios bioéticos es necesario recuperar temáticas de corte social, como los que desarrollan la beneficencia y el activismo, consideró.
Un ejemplo significativo de la situación de marginación que enfrentan los adultos mayores en nuestro país, de acuerdo con datos del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, es que 16 por ciento sufren rasgos de abandono y maltrato; el asilamiento en los ancianos es cada vez más patente en una sociedad inmersa en una creciente competitividad y caracterizada por procesos de deshumanización en varios sentidos. Además, el 20 por ciento vive en soledad, no solo olvidados por el gobierno y la sociedad, sino también por sus propias familias señaló.
La bioética social, apuntó, trabaja las nociones de vulnerabilidad, dignidad y derechos humanos y su papel debe ser empoderar a los seres humanos o grupos que han sido marginados y excluidos.
Tendríamos, dijo, el compromiso y la obligación social de ir hacia los lugares marginados y olvidados, en situación de penuria, de pobreza, y no esperar a que ellos vengan, a que hablen español, sino nosotros aprender lenguas indígenas, acercarnos y empezar a realizar acciones concretas.
De acuerdo con el universitario, esa disciplina debe emprender acciones educativas para cambiar la óptica de que los indigentes, indígenas o migrantes son un estorbo, sino que son personas con derechos, pero que su situación de desventaja los lleva a enfrentar condiciones desfavorables para su progreso.
Afirmó que se puede impulsar una transformación significativa a partir de un cambio en la forma en que miramos a los otros, viendo de qué manera podemos fortalecer su dignidad, autonomía y valor rechazando cualquier forma de discriminación.
“Todos debemos asumir una responsabilidad social. No solamente basta con exigir que se respete el artículo tercero constitucional para que tengamos acceso a la enseñanza; hay que llevar las éticas de la alteridad, de la cultura de la paz y del cuidado de sí, a estos sectores que han sido olvidados”, concluyó.