¿Por qué los padres de los adolescentes entran en crisis?

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Les compartimos con gusto un extracto de nuestro libro  “Misión imposible: cómo comunicarnos con los adolescentes” de la Editorial Penguin Random House (2015) y que escribí en colaboración con la Dra. Martha Páramo Riestra.

Es importante tomar en cuenta que, con frecuencia, la crisis de los jóvenes está ligada a la crisis de la familia, y a la vez, la misma adolescencia provoca una crisis en la estructura familiar.

Para la familia, y en especial para los padres, la adolescencia representa lo instintivo, lo posible y lo caótico, esto es, el lado negativo de lo que simbolizaba la vida de los padres en su infancia. Para el adolescente estas vivencias parentales no coinciden con su realidad, pues de alguna forma él todavía actúa muchas de las características que le han sido adjudicadas por ellos.

Los padres, aún cuando ya se encuentran en la madurez, se ven obligados a revivir su propia adolescencia. Aquí es importante destacar la relación existente entre la manera en que los padres vivieron esta etapa, con las posibilidades para ajustarse y tolerar el proceso del hijo adolescente.

El adolescente se empieza a desprender de sus padres y con ellos se va también la juventud de estos. El organismo de los padres también sufre cambios en sus funciones sexuales; de alguna manera el potencial físico de éstos empieza a declinar, y requiere en de mayores cuidados de los que necesitaba en la juventud. Los hijos empiezan a florecer, se muestran atractivos, joviales, frescos, mientras el reloj biológico de los padres comienza a marcarles el paso hacia otra etapa de su proceso evolutivo. La adolescencia de los hijos pone en evidencia la pérdida de juventud de los padres y muchos inician una dura batalla contra el tiempo, ya que se niegan a realizar las tres renuncias básicas.

  1. Renuncia a la juventud propiamente dicha.
  2. Renuncia a los hijos de la infancia.
  3. Renuncia al “trono” absoluto que le otorga todo niño a sus padres.

El hijo niño generalmente encuentra en sus padres los ideales que les asegura un lugar privilegiado dentro de su vida. Sin embargo, en la adolescencia normal los padres están sujetos necesariamente a una ruptura de esos ideales por parte de los hijos, y se requiere de una renuncia a esta idealización.

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Por otro lado los padres se ven sujetos a contener y tolerar en cierta medida los embates que todo adolescente hace con la finalidad de separarse de los padres y consolidar su propia identidad.

Los padres se ven confrontados en su capacidad de trabajo, en su fortaleza física, en su inteligencia y en los logros o fracasos a través de su vida. Los adolescentes empiezan a rivalizar, competir y desafiar las actitudes de sus padres, muchas veces cuestionando y poniendo en tela de juicio sus funciones ya que, como sabemos, para alcanzar la autonomía, el adolescente tiende necesariamente a sacudir la autoridad de los mismos.

Los padres a su vez tienen que replantearse sus propios roles y paulatinamente evolucionar hacia una relación más equitativa con el hijo joven. El temor de los padres ante la adolescencia influirá en actitudes de rigidez, sobreprotección, poca flexibilidad en los límites y en las posturas que abren una brecha en la comunicación y en el aislamiento consecuente, entre el adolescente y los padres.  La tarea implica desarrollar nuevos canales de comunicación la posibilidad de flexibilizar los acuerdos, normas y reglas relacionadas con la convivencia familiar. El reto de los padres durante la adolescencia de sus hijos, no consiste en cómo la van a controlar, sino en cómo mantener la cercanía y el respeto por el propio proceso de sus hijos.

 

Sandra y Gustavo son los padres de dos hijos varones, uno de 11 y un adolescente de 15 años. Sandra se encuentra sumamente angustiada y su esposo muy enojado, Carlos el hijo mayor, ha tenido un comportamiento extraño:

“… Hasta hace poco, era un muchacho con muy buen carácter y un hijo responsable, pero de un tiempo a la fecha se comunica lo mínimo indispensable con la familia, no tolera a su hermano con el que siempre se había llevado bien, sin embargo, está pegado el día entero a los amigos, el tiempo que pasa en casa parece molesto, como si le hubiéramos hecho algo. Hemos intentado platicar amistosamente con él y acercarnos, pero ha sido inútil. Últimamente no respeta los horarios de la casa, se ha comprado playeras extravagantes con calaveras y signos de muerte. El otro día, Gustavo le llamó la atención y eso bastó para que se encerrara dos días en su recámara y nos castigara sin dirigirnos la palabra. Sus notas escolares han disminuido considerablemente. Hemos tratado de entender que está en la crisis de la llamada adolescencia, pero esto nos sirve muy poco, porque en nada cambia lo que está sucediendo… sabemos que si esto no lo paramos a tiempo puede terminar muy mal…”

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Después de un rato de narrarnos su problema con desesperación, se les pregunta: ¿y cómo se siente con esta situación?

En primer momento les cuesta trabajo hablar de ellos mismos, pues tienen perfectamente focalizado el problema en el hijo, y esto ha provocado que constantemente dirijan sus reflexiones y conjeturas hacia él, y no hacia sí mismos. Sin embargo, después de que se les hace evidente esto, pueden empezar a describir un torrente de emociones que van desde el enojo, la confusión, el miedo y la impotencia, hasta la culpa y la ambivalencia de sentimientos.

En un segundo momento aparece la problemática de los padres; desde hace unos meses, Sandra ha tenido algunos trastornos hormonales que la han llevado a cambios de estado anímicos, y que se han visto exacerbados por la confusión que le provocan los problemas de la adolescencia de su hijo. Por su parte, Gustavo nos comenta sus temores, ya que él vivió una adolescencia muy conflictiva y no le gustaría que su hijo pasara por los mismos problemas que él. A raíz de los conflictos con Carlos han tenido dificultades en ponerse de acuerdo en cuanto a los horarios y permisos. Como pareja se han distanciado. De hecho Sandra se siente muy insegura respecto a su marido, ya que percibe que de un tiempo a la fecha, Gustavo pone un especial esmero en su persona que la lleva a desconfiar.

Toda esta gama de emociones que están viviendo Sandra y Gustavo, nos hablan de algo que ha estado ahí durante algún tiempo: que a la crisis del adolescente corresponde o subyace la crisis de los padres, con una serie de síntomas o conductas complementarias a las del hijo adolescente.

 

 

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