Gritó con toda esa energía contenida, que durante cinco meses le pidieron que reservara en su interior.
Desde que Alberto llegó a esa televisora, cientos de ideas, que por años estuvieron resguardadas en su mente, comenzaron a tomar forma en hojas, servilletas y hasta en las primeras páginas de los libros que leía por aquel entonces.
Alberto sintió que el mundo le pagaba con creces los años que pasó en la universidad, casi empotrado en una banca, donde ansiaba la llegada de ese día en que por fin acabara la carrera.
Ese día en que ya no tendría que pasar cinco horas de su vida en un salón de clases, donde todo era redundante, aburrido y poco práctico.
Todos sus sueños, todas sus inquietudes, todos sus proyectos se materializaron ese 25 de abril, fecha en que, curiosamente, cumplía los 23 años también.
Llegó a la televisora donde siempre deseó trabajar. Los años invertidos estudiando comunicación, ahora tendrían sentido porque estaba decidido a cambiar el mundo… O por lo menos, los contenidos de todos esos programas de entretenimiento que a los chicos de su edad ya no interesaban.
Cinco meses pasarían, y Alberto se daría cuenta que para la empresa, antes que la creatividad que puede rendir frutos en una sesión de tres horas, era necesario desquitar el sueldo con jornadas laborales de ocho horas diarias, en cinco y hasta seis días a la semana.
Alberto lloraría lágrimas de sangre cada vez que sus ideas fueran rechazadas por un jefe de más de 60 años, que le diría lo que, según él, quieren ver los jóvenes en la pantalla chica.
Alberto descubriría en esos cinco meses que, a pesar de tener una mente rápida y prolífica en ideas innovadoras, lo más importante para la televisora es llenar formatos; marcar tarjeta de entrada y salida; cambiar su ropa informal y colorida por una camisa, pantalón de vestir y un suéter; ocultar los audífonos y el teléfono celular en las horas de trabajo, para que su jefe no piense que está perdiendo el tiempo.
En cinco meses, las ideas de Alberto fueron desechadas una y otra vez por considerarlo “el chico raro” de la oficina de producción.
En cinco meses, Alberto supo que el paraíso existe, pero que estaba a mil kilómetros de él, lejos de esa oficina donde las juntas eternas lo único que generaban era un dolor de cabeza. Donde las risas eran casi inexistentes, porque demasiada diversión va en contra del concepto de lo que se considera “trabajo”.
En cinco meses, Alberto sintió que una cadena de acero lo rodeaba con tanta fuerza, que aquella mañana de septiembre no pudo más y gritó: ¡Renuncio!
Alberto pertenece a los chicos que nacieron entre 1980 y 1997, los llamados “Millennials” por el economista Jack Myers en su libro “Hooked Up”. Esta generación nacida entre el Siglo XX y principios del Siglo XXI se caracteriza por un uso constante y dominio de la tecnología.
Para darnos cuenta de la presencia de millennials en el mundo, podemos mencionar que la mitad de usuarios de Facebook y Twitter son jóvenes de esta generación con dependencia por las redes sociales, y representan a 4 de cada 10 espectadores que ven videos por medio de sus teléfonos celulares.
¿Por qué las grandes marcas y empresas a nivel mundial comenzaron a usar videos digitales? Precisamente para llegar a este mercado, a este grupo que es también un cliente potencial. Por eso no resulta complicado entender que Instagram incorporó la opción de publicar videos en su plataforma.
Los millennials integran un alto porcentaje de las plazas laborales en empresas dirigidas a clientes de su edad, y sobre todo relacionadas con el uso de la tecnología como parte de su producción. Tenemos el ejemplo de Google, donde estos jóvenes no se sienten empleados, sino colaboradores en un ambiente que se caracteriza por el buen trato y las condiciones de libertad y oportunidad de crecimiento.
La revista Forbes publicó un artículo en 2016 con las empresas donde los millennials sueñan con trabajar. El primer lugar lo ocupa Google, a la que le siguen Amazon, Netflix, Youtube, Microsoft, Samsung, Nike, Disney, Johnson & Johnson y Apple.
¿Pero qué pasa con los chicos que ingresan a otras empresas y las abandonan a los pocos meses, como Alberto? Estos millennials abandonan su trabajo por varios factores que los hacen sentirse incómodos.
La primera razón es que no encuentran motivación suficiente en sus jefes y compañeros. Para ellos es necesario sentir que pueden generar un cambio en el mundo. Por esto, los trabajos mecánicos, repetitivos y poco relevantes los aburren en poco tiempo.
¿Y qué piensan de las juntas, procesos burocráticos, papeleo y malas caras? Que son un obstáculo para ser productivos. Para los millennials la “buena vibra” propicia las ideas innovadoras. Por eso no soportan sentirse como un empleado más, que simplemente genera utilidades para una empresa. Buscan que reconozcan sus logros y se procure su bienestar.
Cumplir órdenes sin la posibilidad de ofrecer aportaciones, en un trabajo rutinario, para un millennial es imposible. Ellos saben cumplir con los objetivos, sin necesidad de cubrir un horario en la oficina. Necesitan horarios flexibles, en los que su vida privada también tenga un lugar preponderante. Y al mismo tiempo, necesitan la certeza de que pueden crecer profesionalmente, no quedarse en la misma zona de confort toda su vida.
Según datos del INEGI, en México hay más de 46 millones de millennials.
¿Cuántos de los que no pertenecemos a esta generación entendemos esa necesidad de nuestros hijos por estar conectados a Internet? ¿Cuántos nos hemos adaptado a utilizar una computadora, una tablet, un smartphone? ¿Cuántos jóvenes mexicanos están generando cambios importantes desde sus puestos en las empresas que no sólo aquí, sino en todo el planeta, están haciendo grandes avances para vivir en un mundo mejor?
¿Cuántos de esos 46 millones de millennials mexicanos son orgullo nacional y son la esperanza de una nueva generación, donde la conciencia ecológica, el trabajo en equipo y el concepto de comunidad son las pautas que darán a México mejores profesionistas y mejores personas para vivir en esta sociedad? México necesita más que nunca de los jóvenes, de las innovaciones, de comprender que la evolución requiere de cambios.
QTF es un claro ejemplo de cómo es necesario evolucionar y buscar en el cambio una innovación. Que la zona de confort puede ser funcional, pero que hay algo mejor si nos arriesgamos a los nuevos formatos, a las nuevas caras, las nuevas voces.
México necesita cambiar, cambiar todo lo malo por cosas buenas, por mejores conductas de convivencia, por mejores empleos, mejores condiciones de equidad. México necesita despertar y abrir los brazos, pero sobre todo la mente para comprobar y decirle a nuestros hijos, al vecino, al que viaja en el transporte a un lado de nosotros, que en México, y en el mundo, somos más los que queremos hacer las cosas bien, los que queremos una mejor sociedad. Los que queremos un México donde, como siempre te digo, somos más los buenos.