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Estamos a unos días de las elecciones más grandes de nuestro país, en las que se elegirán 15 gubernaturas, 30 congresos locales, y 1,900 ayuntamientos y juntas municipales. Además, se renovará completamente la Cámara de Diputados, por lo que podríamos calificar estos comicios como un ‘reinicio’ de la gobernanza nacional.

Entendamos por ‘gobernanza’ a la dinámica en que personas gobernantes y personas gobernadas participan en la toma de decisiones, y no a la imposición de los intereses de unos cuantos. Así, en un sentido romántico e idealista, estamos frente a la posibilidad de generar un cambio en las políticas públicas que no han dado resultados y necesitamos reemplazar.

Teóricamente, somos 94 millones 800 mil ciudadanos y ciudadanas inscritas en el padrón electoral, quienes podemos ejercer el derecho al voto el próximo domingo 6 de junio. Sin embargo, en las elecciones de 2018 tan sólo el 62.3% del padrón acudió a las casillas, mientras el resto rechazó este derecho, que también se entiende como una obligación civil.

Nuestra democracia permite que la elección de las y los gobernantes sea decidida por unos cuantos y no por la preferencia de la mayoría, que son cosas completamente distintas. En el caso de las pasadas elecciones presidenciales, no fue la mayoría de los mexicanos la que eligió al actual presidente: Andrés Manuel López Obrador, fueron quienes sí votaron; de los 56 millones 611 mil ciudadanos que votaron en 2018, el 53.19% lo hizo por él, cifra que no equivale ni a la mitad de la población mexicana mayor de edad.

La llamada Cuarta Transformación (4T) es producto de una campaña de más de 12 años, en la que el candidato cambió de partido e ideas; y de un PRI que ahora aparece como chivo expiatorio en las conferencias matutinas de López Obrador, pues no olvida al partido que lo creó y al que ayudó a conservar el poder.

El actual presidente es el ‘heredero universal’ de las políticas del expresidente José López-Portillo, aunque esto se prefiera olvidado. Sumada a su obsesión por el petróleo, destaca también el nepotismo que caracterizó el gobierno de López-Portillo y el culto de la figura presidencial. Pero lo más grave fue la administración económica, basada en decisiones arbitrarias e ineficaces, que detonaron la crisis más grave en la historia del México post revolucionario.

Es decir, que con la 4T tenemos lo peor del PRI, los tropiezos y estafas del PRD y los desvaríos e ineptitudes de un partido con el que intenta que olvidemos el pasado: Morena.

López Obrador pretende ‘redimir’ a los más corruptos y cínicos del PRI que tanto condena, y que son parte de esos fifís que tanto le sirven para sembrar odio. Lo mismo han hecho otros mandatarios que hoy conocemos como los responsables de la ruina económica, política y social de sus países.

El populismo de los dictadores siempre ha tenido como base el voto democrático y la lucha de clases. Alemania, Venezuela, Cuba y Rusia encumbraron a los responsables de su desgracia.

¿Quién ubica a Venezuela como el destino de miles de migrantes en busca de mejores condiciones laborales? Pues ocurrió, pero antes de que Hugo Chávez ocupara la presidencia. Junto con Maduro siguió un patrón muy claro: hostigamiento a la iniciativa privada, distanciamiento con las cúpulas empresariales y terrorismo fiscal.

Para quienes afirman que es una exageración decir que podemos terminar como Venezuela, esto ya empieza a ser muy claro en los primeros años del actual régimen. No vamos a terminar como Venezuela, estamos empezando a vivir lo que Venezuela. Para muestra estamos experimentando los monopolios estatales.

Las políticas en materia de energía de López Obrador benefician a la CFE, dando la espalda a la inversión privada y regresando a los combustibles que el resto del mundo reemplaza ya.

Al igual que Chávez y Maduro, López Obrador no requiere de la fuerza para cumplir sus deseos, pues tiene la simpatía popular con la que se permite modificar la Constitución. El ‘pueblo sabio’ aplaude los deseos de su mesías, cuyo principal mérito es alimentar el resentimiento social y engrosar las filas de pobres en el país, que también odiarán a los fifís.

Mientras una gran mayoría pierde su empleo, su pequeña empresa, su casa, su acceso a la educación y hasta la vida, esa minoría que sí votó en 2018 sigue aplaudiendo y quien haga lo contrario es ‘enemigo’ de la transformación, se le ataca en las conferencias matutinas, como hizo Vladimir Putin al llegar al poder. López Obrador no tiene que cerrar televisoras, pues le basta con señalar a sus enemigos para que se ejerza la autocensura.

¿Pero cómo es posible que un solo hombre logre tal poder? Por el voto popular que ha mantenido a Morena en los puestos estratégicos y en el Congreso. Sin un equilibrio, siempre existe el autoritarismo; los candidatos y militantes de Morena han perdido su identidad para venerar a un solo hombre, pero también para cumplir sus caprichos.

En las campañas de Morena escuchamos: “Si no quieres perder tu pensión, tu beca, tu apoyo, vota por Morena” seguido de “Ya sabes quién”. ¿Así o más claro? A Morena sólo le interesa ser mayoría para hacer su voluntad y seguir construyendo otro monstruo político como lo fue el PRI, ese que tanto critica. 

En casi tres años del régimen actual ya tenemos bastantes pruebas de lo peligroso que resultaría mantener y alimentar a este monstruo, no sólo por lo que ya padecimos en México, sino por lo que la historia nos ha mostrado en otros países.

Este domingo, tenemos la oportunidad de ejercer nuestro derecho y contribuir a una verdadera democracia. Aunque para muchos no existe ‘una buena opción’ por quién votar, sí hay una opción que es peor que todas las demás y se llama Morena, junto con todos sus aliados.

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