No escuchan por que hablan mucho
- Pare la troca -dijo la abuela Licha-
- ¿Qué pasó amá? -preguntó el tío Momo mientras le bajaba a la radio de la camioneta-
- Con una fregada… ¡que la pare!, ¿que no me está oyendo muchacho socarrón?
El tío Momo paró la camioneta en seco
Los niños que íbamos en la caja de la camioneta agarrados de las redilas de madera salimos volando haciéndonos bola y aplastándonos unos a otros
– Ora, toño, quítame las nalgas de la cara -dijo el chino-
– Ya ni la friegan -gritó américo- ¿quién me metió un dedo en la boca?
– Óra –nos habló la Abuela Licha- dejen de estarse abrazando y bájense a buscar.
– ¿Que Abuela, que pasó? -le pregunté mientras me bajaba de la caja de un brinco-
– ¿Pos que están sordos? –Dijo el tío Momo- ¡que se apuren! -ordenó-
La Abuela Licha es la persona más democrática que he conocido, a ella no le importa si eres o no su nieto, trata a todos por igual, seas o no su sangre.
– Por acá, ¡síganme! – dijo la Abuela mientras caminaba presurosa por la orilla del canal de riego, cuando de se detuvo dijo:
– Aquí, aquí debe ser, busquen bien por la acequia que sale de este canal, por ahí debe estar -dijo- por aquí pasamos.
– ¿Que buscamos Abuela? -preguntó tímidamente Miguelín, que por cierto no era su nieto-
– Un perro
– ¿Un perro abuela?, yo no escucho nada –le dije-
– Pos yo tampoco dijo el tío Momo –y así los demás compañeros-
– La gente de ahora no oye nada porque habla mucho, hablen menos y escucharán mejor -contestó-
Guardamos silencio…pero nada, no escuchábamos nada… ¿o sí?
En silencio buscamos, buscamos y buscamos…. ¡Y ahí estaba!
- ¡Abuela, abuela, aquí hay un perro! -le grité con el corazón en la garganta- está todo lleno de sangre y tiene muchas heridas
- Ándale pazguato -le ordenó al tío Momo (que había echado la camioneta en reversa y esperaba montado en ella)- ya bájate, ándale muévete y trae a ese pobre animal.
El perro estaba casi destrozado, lleno de una mezcla sangre cuajada y tierra, apenas respiraba… aún no sé cómo la Abuela Licha pudo escuchado.
Subimos a la caja de la camioneta, el tío Momo puso al perro encima de unos costales; se veía como muerto con los ojos rojos, secos, la lengua de fuera, casi toda, de repente parecía que se iba a ahogar.
- ¿Ta feo el güey edá? -dijo Miguelín-
Los demás asentimos con la cabeza
Mis Amores…Perros
Llegamos a la casa y el tío Momo subió a la caja de la camioneta, envolvió al perro con los costales y lo cargó; caminó al fondo con la intención de llevarlo al corral grande.
¿A onde lo llevas? No seas bruto -dijo la Abuela- llévalo a la cocina
- ¡ Elvira, Elvira, saca trapos limpios y pon a hervir agua ¡ -ordenó la Abuela-, ustedes vayan al establo, al granero y entre todas las trancas que vean tráiganse toditas las telarañas que puedan, tu Momo, tráete una penca de sábila completa, y pídele a Don Agustín un bote grande de miel virgen, ¡pero vuélenle con una fregada!
Como uno solo salimos corriendo a traer los encargos de la abuela Licha.
En medio de la cocina, con la luz amarillosa de un quinqué, estaba el Perro en el piso encima de cobijas viejas, y de rodillas la abuela lo limpiaba y curaba.
Era impresionante la respuesta del can cuando la abuela le hablaba, la miraba fijamente, jamás olvidaré una mirada de gratitud como esa, jamás.
Te mueres madres -escuché que la Abuela le decía bajito- ay te lo haiga si te mueres, ya sabrás quien es Doña Licha.
– Abuela, -le pregunté también en voz muy baja- ¿qué crees que fue, un lobo o un coyote?
– No mijo -me dijo la Abuela- esto lo hizo un animal más cabrón y con menos entrañas que esos.
Guardé silencio, no pregunté por miedo, pero mis ojos han de haberle hecho la pregunta a la abuela que me la contestó como si me hubiera leído la mente…o los ojos.
– Los hombres mijo, los hombres
– ¿c….con cuchillos Abuela?
– Peor que eso mijo, – aclaró – toman animales nobles y los hacen sentir malos, les hacen hervir la sangre, los provocan, luego los hacen pelear uno contra otro hasta que uno de ellos muere o ya no puede más… eso fue lo que pasó con esta pobre criatura, quizá lo dieron por muerto.
– ¿y eso…pa que abuela?
– dicen que por diversión
– ¿eso… les divierte?
– nomás cuando son unos hijos de la chingada mijo.
Horas tardó en curarlo, al terminar pidió que le trajeran una salea de borrego, de esas que solo se usaban para tiempos de frio o cuando había alguien muy enfermo y no se podía levantar; ahí acomodó al perro, lo acarició y luego se sentó en su vieja mecedora de madera, yo me fui a hacer lo mismo en el viejo sillón de cuero que estaba a su lado.
Detrás de una gran mujer…un gran perro
A la mañana siguiente me despertó el olor a leña y guiso en la cocina, así como el sonido de las cazuelas. Contrariamente a mi naturaleza de ir a donde estaban los guisos, lo primero que hice fue ir a ver al perro, la Abuela Licha se me acercó, yo pregunté con voz bajita para no despertarlo:
– Abuela… ¿está muerto?
– ¿El Chato? no, no está muerto –dijo viéndolo dulcemente- yo creo que sobrevivirá.
– ¿Chato? ¿Cómo sabes que así se llama, quien te dijo su nombre?
– Nadie me lo dijo mi niño -contestó con una ligera sonrisa- los perros ya traen su nombre, uno nomás los adivina.
– Qué bonito nombre le adivinaste abuela –contesté-
– Ándele mijo, vaya al corral y tráigase una taza de leche de chiva -me ordenó mientras me acariciaba la cabeza- pero que sea de chiva, porque el de vaca es pior pa los perros.
La Abuela Licha hizo un menjurje de leche de cabra, masa de maíz y salvilla -esa que se usa para los recién nacidos que se quedan sin mamá- se la daba en la boca al perro en pequeñas bolitas que hacía con su mano. También le untaba miel y sábila en las heridas.
El chato la veía con esa mirada triste, negra, profunda.
Varias noches después, la Tía Tere le dijo a la Abuela:
- Mire amá, ya está muy repuesto el chato
- Pos el muy repuesto y yo me jodí una camisa toda llena de sangre, que ya no se pudo limpiar, todo por culpa de ese méndigo perro -gruñó el tío Momo-
- ¿Salvaste una vida y te fijas en una camisa? -dijo la abuela moviendo la cabeza de un lado a otro- no, si para bruto no se estudia.
- – Pós a lo mejor mi camisa valía más–rezongó el tío mientras reía- …jajajaja ¡es un perro amá !
- – ¡Si no fuera por un perro como este no estarías tragando en esta mesa! -dijo poniéndose de pié y dando un manotazo a la mesa haciendo brincar tazas, platos cucharas….y a todos nosotros-
Se hizo un silencio…pocas veces habíamos visto así de molesta a la abuela en la casa, bueno a decir verdad, así de esa manera era la primera vez.
Luego, ya mas serena, la abuela dijo:
– No, mijo, no estarías tu aquí – dijo tranquila mientras se sentaba lentamente – ….y yo tampoco
Todos nos veíamos pues no alcanzábamos a entender lo que le abuela nos quería decir, y entonces continuó:
-En la casa teníamos un perro -suspiró viendo al pasado- contaba mi madre que mi papá lo trajo en su caballo, el perro venía mal herido por cuidar las vacas en el agostadero, había peleado contra los coyotes. Don Delfino el dueño de las vacas y del perro lo iba a sacrificar, pero mi padre lo trajo para que mi mamá hiciera lo que pudiera para salvar al animal, yo estaba recién nacida. Gracias a Dios mi madre pudo salvarlo.
Unos días después, mis padres, sus abuelos pues, -dijo apuntando con la taza de barro en mano a mis tíos- estaban ayudando a una chiva a parir, cuando escucharon fuertes ladridos que venían de adentro de la casa y vinieron corriendo hasta donde estaba yo.
Cuando entrando vieron al chato; ahí estaba todavía sin recuperase del todo, con una víbora destrozada en el hocico; el animal había trepado a la cama donde yo dormía y se enfrentó a la víbora, yo era apenas un bebé y tengan por seguro que no hubiera aguantado una picadura; el pobre animal, luego de varios días sobrevivió al veneno que le había dejado la serpiente en el rostro, en el hocico, donde le picó
Todos la escuchábamos idos, a la tía Tere nomás le rodaban las lágrimas, el tío Momo agachaba la cabeza-
- Después llegó la revolución –continuó- y su abuelo se jué a la bola y el noble animal con él, contaba mi padre que fue el mismo perro que alertó a ladridos y señas a Simeón su mejor amigo, de que mi papá había caído herido por balas enemigas, y lo lo guio hasta un barranco donde se encontraba escondido mi padre mal herido.
Llevaron a mi padre a la casa, y mientras se recuperaba, su fiel amigo no se le despegó de su lado ni pa comer, cuando el doctor venía, tenía que verlo desde la ventana, y a cualquiera que no fuera uno de nosotros, de la familia le gruñía como demonio. La gente decía que parecía lobo de lo fiero.
Gracias a Dios, mi padre se salvó y él y su perro fueron inseparables, siuempre andaban juntos pa todas partes.
Tiempo después, mi padre murió y como él lo decidió, lo fuimos a enterrar abajo del olmo, que está al final del potrero, camino al cerro; y así fue, llegamos, lo enterramos y nos con el corazón destrozado, nos regresamos a la casa, todos, menos el perro.
- ¿No se quiso regresar abuela?
- No mijo, no hubo poder humano que lo pudiera despegar de ahí, trataron de cargarlo, de amarrarlo para regresarlo a la casa, pero era como una fiera, no estaba dispuesto a dejar a su amo, entonces, mi mamá decidió que mejor le llevábamos de comer hasta ahí y así se hizo
Un día que le llevábamos de comer, encontramos al chato acostado, a un lado la tumba de mi papá, como siempre, solo que ahora sin vida
– ¿Se murió de tristeza abuela?
– A lo mejor mijo
Luego de un corto silencio y de un sorbo al café, dijo:
- Quizá no se han fijado, pero del otro lado del árbol donde está la tumba de mi papá, está una cruz, una cruz pequeña de madera, pues ahí enterramos al negro para que siguiera cuidando fielmente a su amo…
– ¿Porque nunca lo había contado amá? -preguntó el tío Momo-
– ¿Pa qué?, no había hecho falta, hay cosas que es mejor llevarlas en el alma hasta que el alma quiera que salgan -contestó la Abuela mientras le daba un trago al café de olla en su taza de barro-
¡ Hasta la próxima semana !
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