Datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) indican que en México residen más de 38 millones de niñas, niños y adolescentes, y que 63 por ciento sufre agresiones físicas y psicológicas como parte de su formación.

Señala también que en el mundo esas poblaciones se encuentran expuestas a diversas formas de violencia de manera diferenciada a lo largo de su vida y en los múltiples contextos en los que se desenvuelven: escuela, comunidad, instituciones de cuidado, incluso en el hogar.

En tanto, la Organización de las Naciones Unidas sostiene que en nuestro país los casos de agresión son difícilmente denunciados, ya sea por temor al agresor, exposición pública, estigmatización, desconfianza en las autoridades, desconocimiento de sus derechos o por la ausencia de mecanismos disponibles y accesibles para reportar y pedir ayuda.

En opinión de la académica de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM, Carmen Gabriela Ruiz Serrano, el abuso infantil se refiere a aquellas acciones que se cometen en contra de menores de edad, perpetradas en distintos escenarios.

“Puede tipificarse como abuso físico, psicológico, sexual, omisión de cuidados y negligencia. Usualmente en estos conceptos existe una relación con sus contextos más cercanos, es decir, la familia o la escuela”, expone en entrevista.

Ese tipo de excesos afecta su desarrollo biopsicosociocultural. Sus impactos se incrementan cuando es generado por personas cuidadoras o por quienes tienen un vínculo cercano, puntualiza la experta en Trabajo Social a propósito del Día Internacional contra el Maltrato Infantil, que se conmemora el 25 de abril.

Además, prosigue, hoy en día enfrentamos un fenómeno que cruza otro tipo de violencias vinculadas con elementos de carácter estructural: la movilidad humana, la cual no representa una violencia per se, sino las condiciones en las que se dan esos traslados.

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En México tenemos una situación compleja en la que niñas, niños y adolescentes transitan acompañados o no. Ello los coloca en condiciones de riesgo para ser captados por grupos criminales o vivir algún tipo de vulneración de sus derechos, alerta la universitaria.

Ruiz Serrano destaca que otros tipos son la renta de vientres, en donde antes del nacimiento sus cuerpos y vidas son vendidas. También la explotación sexual o elaboración de material de abuso sexual infantil (antes llamada pornografía infantil), lo que inhibe su desarrollo, garantía al esparcimiento, educación y a vivir en un contexto libre de abusos.

Pese a ello, precisa, en nuestra nación es difícil tener con certeza una cifra sobre el número de agravios. “De acuerdo con datos ofrecidos por Unicef, en México seis de cada diez niños y niñas han manifestado haber vivido algún tipo de abuso y que han sido expuestos, por ejemplo, al corporal; pero esto está anclado también a prácticas culturales, en donde la violencia adultocéntrica tiene un papel importante”.

Tradición que no se rompe

La experta recuerda que todavía en la cultura mexicana sigue la idea de que “el golpe a tiempo es un mecanismo eficiente de disciplina”. Erradicar este tipo de prácticas es una aspiración, porque como sociedad no hemos comprendido que esta acción no transforma el comportamiento de manera consistente.

Ruiz Serrano subraya: Los factores estructurales, el tejido comunitario, tienen un papel importante para inhibir este tipo de expresiones que no solo se circunscriben a un tema doméstico o familiar, sino que abarcan escenarios sociales.

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Recalca que la vejación en la niñez promueve comportamientos violentos a nivel social y genera afectación de carácter neurobiológico, como parte del estrés crónico al que se exponen y experimentan una transformación en su arquitectura cerebral.

“El cerebro crece en 90 por ciento de su capacidad durante los primeros seis años de vida, y si está expuesto de manera permanente a la violencia y al abuso, se inhibe sustancialmente su capacidad empática. Entonces, el niño o la niña no solo pega porque le pegan, sino porque existe una transformación en su arquitectura cerebral”, explica.

Cuando hablamos de los aspectos psicológicos y emocionales hay baja autoestima, una permanente amenaza que da inestabilidad emocional y puede provocar ansiedad, depresión o algunos trastornos como el asociado al vínculo.

A nivel social la relación con pares y autoridades se ve afectada y, con frecuencia, son niñas y niños etiquetados como problemáticos; son expulsados de los escenarios escolares, las familias no quieren que sus hijos o hijas interactúen con ellos porque son violentos.

Entonces, afirma Ruiz Serrano: “Se pertenecen a sí mismos y son responsabilidad de toda una comunidad”. Como sociedad debemos brindarles ambientes de crianza cariñosos, respetuosos y seguros, eso nos garantiza relaciones que nos fortalecen como humanidad. De lo contrario, hay problemáticas como el uso de sustancias prohibidas y enfermedades.

En ese contexto, recuerda que en México se cuenta con un marco jurídico para su protección: la Ley General de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes; “el problema es cómo se aterriza”.

Cabe recordar que la fecha de esta efeméride fue instaurada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1989. Su propósito es sensibilizar sobre esa problemática y promover acciones para su prevención y erradicación.

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