El sonido destemplado comenzó a sonar, indicando a Fabián que la hora de levantarse había llegado. Aquella alarma de su teléfono celular sonaba tan fuerte, que el vecino del departamento contiguo ya no programa su despertador desde que Fabián llegó al edificio.
Antes de entrar al baño para ducharse, Fabián desactiva la función de alarma y reproduce la lista de canciones que cada mañana lo acompañan en su rutina.
Cuando ya está vestido y se sienta a desayunar, Fabián aprovecha esos pocos minutos para consultar el pronóstico del clima, revisa su correo electrónico, entra a Facebook y verifica si le llegaron mensajes nuevos durante la madrugada. Todo en aquel teléfono celular que aún sigue pagando a meses sin intereses, junto el plan de datos con llamadas ilimitadas. Llamadas que por cierto nunca utiliza.
Antes de salir rumbo al trabajo, Fabián comprueba que no se le olviden las llaves, pero sobre todo el cargador del celular. Por el teléfono ni se preocupa, ya que son pocos los segundos que se permite soltarlo.
Hoy es un día complicado. Hay tres marchas en la ciudad, cortes viales y comenzó el regreso a clases. Sabe que tomar un taxi es muy mala idea. Así que se decide por el metrobús, como la mejor opción para llegar a su trabajo.
Fabián espera en una de las puertas, junto con otros veinte usuarios del metrobús. Desesperados, con cara de sueño, pero decididos a entrar en el siguiente convoy. Aunque las probabilidades de abordarlo sean mínimas, ellos saben que entrarán. Porque cinco minutos son la diferencia entre llegar a tiempo o ganarse un descuento por retardos acumulados.
Se abren las puertas de aquella unidad. Fabián es empujado con violencia, mientras los pasajeros que intentan descender aún no lo consiguen. Fabián nota que una mujer lo empuja hacia un lado, con una fuerza y saña que parece algo personal. Mientras intenta ver el rostro de su agresora, otra mujer, al lado contrario, aprovecha para meter su mano en el pantalón de Fabián. Sin que éste lo note, en menos de 10 segundos, su teléfono celular cambió de dueño.
Para cuando Fabián siente la ausencia de su preciado teléfono, una tercera mujer que intentaba salir ya se ha llevado el celular en un intercambio rápido con la segunda, que viaja a un lado de Fabián y finge no haber visto nada. Así, en menos de 30 segundos, el teléfono de Fabián nunca volverá a sus manos.
La misma mecánica para robar celulares ocurre a diario en el Sistema de Transporte Colectivo Metro, donde por lo menos ya se han reportado bandas de asaltantes en diversas estaciones. Y asaltos con violencia donde vagones enteros son abordados por delincuentes armados.
Pero no es la única manera que existe para robar celulares. Nos encontramos ya con toda una mafia en la que hasta en un cruce peatonal nos pueden despojar de nuestros teléfonos. Donde dos o tres personas se colocan a los costados de la víctima y al momento de cruzar la calle, aprovechan los empujones y la cantidad de gente para sacar el teléfono de los bolsillos y entregarlo a un cómplice que va en la dirección contraria.
Ya pasaron esos tiempos en que la única manera de asaltar era con violencia. Ahora, la misma gente les entregan sus teléfonos a estos delincuentes. Están registrados decenas de robos diarios en las plazas de tecnología, donde encuentras desde una tablet muy económica hasta el celular más avanzado que acaba de salir a la venta.
¿Cómo lo hacen? Increíblemente fácil y con la ayuda de las propias víctimas: Dos o tres asaltantes se paran en las puertas de esta plaza, interceptan a los ingenuos que llegan buscando un centro de reparación para componer su celular o un distribuidor donde puedan comprar un teléfono más económico que en un centro comercial. Los delincuentes les dicen que ellos consiguen lo que desean mucho más barato. Los ingenuos entregan el equipo dañado o el dinero para comprar el nuevo celular. Los asaltantes les dicen que los sigan al interior de la plaza y, entre los muchos pasillos y los cientos de compradores, aprovechan para salir corriendo por alguna de las puertas hacia la calle, donde otro cómplice recibe el botín, mientras el primero se va corriendo.
Y así, con estas tres modalidades distintas, tú y yo, podemos perder en cuestión de segundos nuestro teléfono celular.
Pero estoy segura que pocos saben que estos robos están calificados como delito menor en la Procuraduría General de Justicia. A pesar de que muchos hemos sido víctimas de un robo así, o que por lo menos conocemos a una persona que lo sufrió. Para muestra tenemos los datos de la Encuesta Nacional sobre Victimización y Percepción de Seguridad del INEGI, que reveló este año el cambio de hábitos en la gente por temor a la delincuencia. Entre estos cambios está el evitar salir de noche, usar joyas y ocultar los teléfonos celulares en la calle.
En robo de teléfono celular a transeúnte, con y sin violencia, aumentó de 3 mil 509 en el año 2013 a 4 mil 423 en 2016. Cifras que corresponden a las denuncias presentadas ante las autoridades, pero el INEGI establece que la cifra de delitos sin denunciar es de 92.8%. Cifra impactante, si consideramos que también hay un registro de mil 670 celulares robados diariamente en todo el país, según un informe de la Asociación Nacional de Telecomunicaciones.
En México, 87 de cada 100 personas tiene por lo menos un teléfono celular. Es decir, 102 millones de suscriptores de telefonía móvil. Y aunque los llamados smartphone han bajado de precio, aún son costosos si, por ejemplo, el más simple lo encontramos entre mil y dos mil pesos. Esto lo hace un negocio muy conveniente para las mafias de asaltantes. Tan es así, que lo primero que exigen en un asalto en transporte público son los celulares.
¿Y a dónde van a parar todos los teléfonos robados? ¿Por qué resultan tan buen negocio? Pues a las manos de aquellas personas que fomentan este delito comprando celulares en los locales improvisados. En locales que no son distribuidores autorizados podemos encontrar infinidad de modelos usados. Lugares donde sobre una manta ofrecen teléfonos que su valor en tiendas establecidas es del doble. Y de todas las marcas y hasta desbloqueados los ofrecen.
Pero está en nuestras manos contribuir a que este delito no continúe, a que no fomentemos esta mafia, de estos delincuentes que buscan más y más formas de quitarle a la gente lo que hoy en día es algo tan necesario para nuestra vida diaria. Debemos denunciar los robos, pero sobre todo debemos reportar ante el Instituto Federal de Telecomunicaciones el IMEI, cuando un teléfono es robado.
¿Y qué es el IMEI? Es el número único e irrepetible de 14 a 15 dígitos que identifica los celulares a nivel mundial. Es como un huella digital de su teléfono. Para obtener el de tu equipo es muy sencillo. Lo único que debes hacer es marcar *#06# y te llegará el IMEI. También lo puedes encontrar en una etiqueta blanca debajo de la batería. Una vez que lo reportamos, bloquean la línea, el chip y el equipo, para que no lo puedan usar nuevamente. Sobre todo para evitar que lo usen en más delitos, como extorsiones telefónicas.
Además, el IMEI es una herramienta muy útil para saber si el celular que compramos está reportado como robado. Lo único que necesitamos es entrar en la página www.ift.org.mx/imei Ingresamos el número de IMEI y automáticamente sabremos si existe algún reporte.
¿Por qué les digo todo esto? Porque ya hemos comprobado cómo la unidad es muy poderosa cuando se trata de cambiar las cosas, para mejorar nuestro mundo, nuestro país, nuestra comunidad. Es una realidad que existen estos robos a diario, pero también que hay quienes compran esos teléfonos. Tenemos que recordar que lo hagas por ti, también lo haces por los demás. Que las acciones de los otros, también recaen en ti.
Unámonos hoy más que nunca y demostremos que somos un país de mexicanos donde somos más los que trabajamos que los que se dedican a la delincuencia. Que somos más los mexicanos que nos preocupamos por dejar un mundo donde nuestros hijos, nuestros sobrinos, nuestra familia pueda vivir en paz. Que somos más lo que vivimos en comunidad donde lo que te importa a ti, me importa a mí. Donde hoy, como todos los días, te digo que somos más los buenos.