El cuerpo nunca miente: Las enfermedades muchas veces reflejan el maltrato sufrido en la infancia

Recientes

Senado aprueba Fondo de Pensiones para el Bienestar

En un debate maratónico que rozó la confrontación física entre Miguel Ángel Mancera y César Cravioto, el Senado logró concretar la creación del Fondo de Pens...

Contribuye la UNAM al diagnóstico temprano de enfermedad ultrarrara

Científicos del IIBO de la UNAM realizaron nuevas aportaciones para el diagnóstico temprano de la anemia de Fanconi, una enfermedad ultrarrara que afecta de ...

Graba a oficial en moto usando el celular y éste ¡lo detuvo y multó!

En esta historia, un audaz automovilista, armado con su fiel celular, se convierte en testigo de una escena que desafía la ley y a la autoridad misma. Esta e...

Para preservar la Madre Tierra hay que cuidar el suelo

La humanidad debe entender que toda acción que emprenda repercutirá en la Madre Tierra, por lo que cuidar de ella siempre será benéfico para nosotros; no hac...

Advierten efectos adversos del cambio climático en la economía mexicana

Las constantes variaciones en la temperatura y en las precipitaciones, como consecuencia del calentamiento global, generan efectos adversos sobre el crecimie...

Compartir

La psicoanalista Alice Miller, en su libro “El cuerpo nunca miente” (Tusquets, 2005) hace un extensivo estudio de la vida de diversos filósofos, poetas y escritores (desde Nietzsche hasta Proust), así como de sus propios pacientes y de ella misma, para explicarnos cómo el maltrato sufrido en la infancia por parte de nuestros padres, termina generando graves enfermedades y dolencias físicas y emocionales que pueden incluso terminar prematuramente con la vida.

Cuando Miller se refiere a maltrato no sólo habla de los golpes o de las veces que se nos gritó o se nos encerró, sino también de la frialdad y la falta de mirada, la devaluación o el desprecio que uno pudo haber sufrido bajo la tutela de nuestros progenitores.

Sin embargo para Miller el mayor problema reside en el Cuarto Mandamiento: “Honrarás a tu padre y a tu madre”, pues es en esa supresión de lo vivido y de lo que uno genuinamente siente con respecto a sus padres -por la contradicción del “deber ser” moral,- que el cuerpo resulta ser el depósito del dolor no expresado y no tramitado.

“El cuerpo parece insobornable y tengo la sensación de que conoce perfectamente mi verdad, mejor que mi yo consciente.”

También te puede interesar:  Los bebés berrinchudos, la importancia del Apego y Mentalización

Incluso los mismos psicoterapeutas tienen siempre la tendencia a decirle a sus pacientes que deberían de perdonar a sus padres, que tienen que “reconciliarse” con su pasado… No se nos permite sentir lo que una madre o un padre maltratador realmente nos provoca, sino que debemos apaciguarlo incluso hasta frente a nuestro terapeuta (¡no vaya a ser que a él o a ella también se les despierten sus propios monstruos!)

El asunto, dice Miller, sería dejar atrás las antiguas expectativas infantiles (ser querido por los padres, por ejemplo) y respetarse a uno mismo y entender que, mientras se siga negando el dolor originado por las heridas, uno pagará el precio con la salud.

“Cuando aprendamos a vivir con los sentimientos y a no luchar contra ellos, ya no veremos en las manifestaciones de nuestro cuerpo una amenaza, sino útiles referencias a nuestra historia”

TENEMOS DERECHO A SENTIR

El niño crece en un estado de impotencia frente a sus padres omnipotentes. Depende al 100 % de aquellos seres que, en ocasiones, descargan sus propios infiernos sobre este hijo. Él crecerá pensando que eso es amor y, a cambio, estará en la posición infantil de seguir alimentando este vínculo, lleno de expectativas, ilusiones y negaciones. El precio de este vínculo lo pagaran estos niños que crecerán con el espíritu de la mentira, y del “supuesto” beneficio de este tipo de educación. Se sentirán siempre en deuda con estos padres que “le dieron todo, o al menos, lo que buenamente pudieron.” Está negación se pagará cara, se pagará con la salud pues se opone a la sabiduría del cuerpo.

También te puede interesar:  Padre golpea brutalmente a su hijo por bailar con otro hombre

El fracaso de muchas terapias es que permite que el paciente, ya adulto, reconozca el dolor y las injusticias, pero terminan cayendo en la trampa moral de esperar que el perdón sea la vía de curación, y que el adulto siga teniendo expectativas infantiles (“Si cuido a mi papá ahora que está enfermo, me va a ver, me va a reconocer, me va a querer”).

La solución es encontrar y ser asistido por un terapeuta (u otra persona) que funcione como un testigo con empatía, y que pueda entender el miedo y el odio hacia estas figuras parentales para, poco a poco, romper los vínculos destructivos, incluso si ello implica la distancia o la ruptura.

“El perdón nunca acaba con la compulsión a la repetición.”

Comentarios