El hecho de que una película exitosa se convierta en una saga cinematográfica suele cargar con una pesada loza a cuestas: no se debe perder la consistencia del filme. Si el original resulta particularmente exitoso, la presión aumenta de manera consecuente. Por ende es necesario respetar la esencia de lo que fue apreciado como un éxito, sin caer en el problema de repetirse a sí mismo.
Así más o menos debemos considerar a ‘Sicario 2: Soldado’ (‘Sicario: Day of the Soldado’, d. Stefano Sollima), una segunda parte que se anunció tan solo un mes de que la original ‘Sicario’ del realizador Denis Villeneuve debutara en cines, hace tres años. Esa película sin duda se ganó con creces un lugar especial dentro de un género donde suele caerse en extremos entre lo documental y la obvia acción hollywoodense. La perspectiva de la guerra contra las drogas desde las óptica brillantemente integradas de una idealista agente, de un cínico operador gubernamental y de un asesino por contrato confluyeron en un producto que no puede considerarse menos que brillante.
Dos de esos protagonistas vuelven para la segunda parte. Matt Graver (Josh Brolin) es ese astuto elemento disruptivo empleado por el gobierno de Estados Unidos a través de una agencia que, siendo francos, a rato suena demasiado siniestra incluso para ser la C.I.A. Después de un cruento acto terrorista en un supermercado norteamericano, Graver recibe la encomienda de averiguar de dónde vienen los terroristas que ingresan a la Unión Americana, y deducen que son infiltrados por “coyotes” supervisados por poderosos carteles de la droga en México.
El desenfadado Matt no tiene empacho en solicitar a sus superiores (Matthew Modine y Catherine Keener) fondos millonarios para establecer una operación encubierta en territorio mexicano. La lógica es debilitar a los grupos de delincuencia organizada, y el mejor detonante es el secuestro de la hija de Daniel Reyes, el más grande capo de la droga al sur del Río Bravo. La adolescente Isabel (Isabela Moner) es una orgullosa y altiva chica que se enfrasca en pleitos a golpes con sus compañeritas de clase a la vez que amenaza tácitamente al director de la institución si no le deja hacer su voluntad. Las represalias que resultarían de ser capturada por un supuesto cartel rival al de su padre serían devastadoras.
Bajo esta lógica Graver se apoya en sus hombres de confianza, y no hay nadie más letal entre los mismos que el taciturno e inescrutable Alejandro (Benicio Del Toro). De él sabemos que solía ser un abogado, una vez que la película anterior nos informó de su conversión a asesino después de que hombres al servicio de Reyes mataran a toda su familia. Este sicario no es ningún tonto y sabe que el secuestro de Isabel probablemente termine con la muerte de la menor durante la escaramuza entre narcos orquestada para la problemática ciudad mexicana de Matamoros. Y es obvio que, aunque parte de él no ha saciado su sed de venganza, también posee un cierto compás moral que le provoca un problema con lo que está por suceder.
Paralela a esta historia vemos la gradual conversión de Miguel (Elijah Rodriguez) de estudiante de preparatoria a potencial soldado en la guerra de las drogas, gracias a la influencia de su primo mayor y al mismo entorno que le rodea en la ciudad fronteriza de McAllen, Texas. El proceso para tornar a un chico suburbano de clase media en un criminal que juega con las vidas de personas sin mayor consideración es un frío recordatorio de que este conflicto multinacional no solamente carece de fronteras establecidas, sino que hace víctimas a los miembros más expuestos de la sociedad por mera afiliación.
El primer punto a favor para ‘Sicario 2: Soldado’ es la presencia de Taylor Sheridan como guionista, asegurando que el tono general no se afecte de una película a la otra. Sheridan posee un talento inusitado para crear tensión a partir de momentos cotidianos, de poblar con amenazas latentes los entornos más predecibles solamente para dejar que pasen de largo y sorprendernos justo en el instante correcto. Hay economía en sus diálogos, carecen de exposición redundante y de relleno. Basta presenciar una magnífica escena en lenguaje de señas entre Alejandro y un campesino (Bruno Bichir) para descubrir por qué es tan eficaz dejar que las acciones y el lenguaje no verbal llenen los espacios de la trama.
Podrías pensar que el perder a Villeneuve como director (atado por otros compromisos previos) afectaría drásticamente a la obra, pero está claro que el realizado Sollima (veterano de las series criminales ‘Gomorra’ y ‘Suburra’) posee esa sensibilidad artística para el género que no sucumbe a las trampas y clichés de la mayoría de los directores de acción en Hollywood. Las emociones no provienen exclusivamente de las secuencias de balazos y persecuciones, sino que se van edificando pacientemente con los elementos generales de la historia.
El producto final es muy bueno. No, ‘Sicario 2: Soldado’ no supera a ‘Sicario’, pero logra proveer un marco de referencia más amplio en torno a sus protagonistas de cara a una tercera y última parte (que es prácticamente anunciada en la escena previa a los créditos finales). La guerra de las drogas es un asunto complejo, pero la misión de estos filmes no es explicarla ni tomar partido, sino señalar que ninguna de las partes que podría hacer algo por concluirla está dispuesto a hacerlo realmente, así que los dictados de conciencia de cada quien conforman las reglas del juego. Y queda claro también que en este juego nunca hay ganadores.
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