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Cuando una película se ve empañada por la tragedia (pensando en casos como los de Heath Ledger y ‘Batman: El Caballero de la Noche’, o Paul Walker en ‘Rápidos y Furiosos 7’), el espectador puede apostar por dos aproximaciones a la experiencia fílmica: Concederle algunos puntos de “buena voluntad” a una producción por el mero hecho de que está dedicada a la memoria de uno de sus elementos integrales, o adoptar un punto de vista frío y desprendido de la emotividad obvia, con el fin de mantener un cierto grado de objetividad.

Ambas opciones resultan particularmente difíciles con ‘Star Trek: Al Límite’ (‘Star Trek Beyond’, d. Justin Lin), pues la veterana franquicia de ciencia ficción sufrió dos durísimas pérdidas antes de llegar a las salas de cine: el fallecimiento del emblemático y original Spock, Leonard Nimoy, y la trágica muerte en un desafortunado accidente del nuevo Chekov, Anton Yelchin, con tan sólo 27 años cumplidos.

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A esta carga emotiva debe sumársele una historia donde no solamente se aprovechan al máximo las emociones fuertes, sino también los momentos de discreta añoranza y genuino afecto mutuo entre los miembros de la tripulación del “Enterprise”. La trama nos sitúa en una misión de cinco años de duración, durante la cual los personajes principales se encuentran inmersos en dilemas complicados respecto al futuro. El capitán James T. Kirk (Chris Pine) contempla un ascenso que le haría dejar de lado el puente de mando de su amada nave, mientras que el lacónico Spock (Zachary Quinto) contempla retirarse para formar una familia al lado de otro miembro de su especie, ya que ha concluido su relación con la humana Uhura (Zoe Saldana).

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Antes de que se pueda llegar a decisiones finales, ocurre lo inesperado. El devastador alienígena Krall (Idris Elba) encabeza un ataque sin piedad contra Kirk y sus hombres, reduciendo el “Enterprise” a escombros y separando a la tripulación en varios grupos que enfrentan la tarea de sobrevivir en un planeta extraño.

Una vez pasada la espectacular escena de destrucción, el director Lin hace lo que mejor sabe hacer: explorar la dinámica entre sus personajes como miembros de una gran familia, donde abundan las personalidades disímbolas pero también la lealtad y la cercanía. Así es como el irascible ‘Bones’ McCoy (Karl Urban) tiene que lidiar con el frío y lógico Spock, Kirk y Chekov emprenden la marcha en busca de Uhura y Sulu (John Cho), y el hilarantemente atolondrado Scotty (Simon Pegg, quien también participa como guionista) se topa con la heroína local Jaylah (Sofia Boutella), que lo mismo patea traseros con sus habilidades guerreras como sorprende a los humanos con su peculiar personalidad.

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Lin manejó perfectamente las emociones de la audiencia en la última película del antes mencionado Paul Walker, y aquí continúa garantizando el interés que sentimos por los personajes que había conceptualizado J.J. Abrams, pero ahora añadiéndoles una capa extra de carácter afectivo. Pese a que todos ellos parecían destinados a seguir por nuevos rumbos, no pueden evitar el respetar un vínculo común que es más sólido que la adversidad por afrontar, y que se solidificó mientras la nave a la que han considerado su hogar durante años ardía en llamas.

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El mayor éxito de esta película es que se siente tan divertida y ligera como un episodio de la serie de TV original, pero a la vez nos comunica un sentido de pertenencia y hermandad que lleva a nuestros héroes a portarse a la altura de las circunstancias echando mano de la ingenuidad, la camaradería y la inventiva bajo presión. No es exageración que esta es la película de la saga que mejor balancea la acción con los efectivos y a veces inocentes diálogos que parecen escritos por el difunto creador de la franquicia, Gene Rodenberry.

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Es una lástima que Idris Elba esté completamente recubierto de maquillaje prostético, tratándose de uno de los actores más carismáticos del momento, pero esto no le resta absolutamente nada a su interpretación de Krall. También nos vende su motivación como villano con absoluta honestidad, en vez de caer en la caricatura fácil para el personaje.

En conclusión, hay que olvidar por un instante los decesos de Nimoy y Yelchin para disfrutar aún más de la expresividad de este guión, que se traduce en una experiencia fílmica sumamente disfrutable. Es grato saber que una venerable saga está en buenas manos, y que los conflictos interespaciales todavía pueden resolverse a la antigüita: con sangre, sudor y una que otra lágrima.

 

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