“Consistencia” es un ideal peculiar al que se puede aspirar en términos cinematográficos. Claro, lo más deseable de cualquier película es que se llegue a convertir en una obra maestra, algo que se pueda cimentar como parteaguas del género. En la práctica, sin embargo, a veces es más apreciable contar con un producto que cumple en la mayoría de sus parcialidades, y que al ser juzgado en conjunto con sus filmes predecesores no padece de juicios reprobatorios. En esencia: es mejor apuntar a hacer las cosas bien, sin tantos rodeos, en vez de apostar todo por una innovadora aproximación que puede inclinarse hacia el fracaso.
En ese sentido, ¿podemos condenar enérgicamente a ‘X-Men: Apocalipsis’ (X-Men: Apocalypse, d. Bryan Singer) por no arriesgar demasiado en su postura? ¿O sencillamente apreciamos su aporte y su búsqueda de, ejem… consistencia? Me refiero a que la cinta no es tan ambiciosa en su propuesta fílmica, pero tampoco comete pecados artísticos de los que llevan a los aficionados a rasgarse las vestiduras mientras que exigen que todo el personal del estudio cinematográfico presente su renuncia a un tiempo.
Los hechos ocurren diez años después de lo sucedido en ‘X-Men: Días del Futuro Pasado’ (2014). El profesor Charles Xavier (James McAvoy) sigue intentando cultivar generaciones de jóvenes mutantes en el protegido ambiente de su academia. La sinuosa Mystique (Jennifer Lawrence) viaja por Europa “rescatando” mutantes en situaciones de riesgo, y el temido Erik ‘Magneto’ Lehnsherr (Michael Fassbender) intenta pasar desapercibido en Polonia fingiendo ser un obrero más en una factoría de Polonia. Sabemos que nada de esto puede durar en un clima estable, claro.
Gracias al prólogo del filme y a una útil explicación de parte de una agente de la CIA (Rose Byrne), sabemos que en los albores de la historia humana existió un primer, temible mutante llamado En Sabah Nur (Oscar Isaac), capaz de absorber los poderes de otros mutantes a su alrededor. Este temible ser de piel color azul e instinto aniquilador siempre se hace acompañar de otros cuatro “emisarios” de destrucción, y por tanto ha recibido el mote de “Apocalipsis”. No, los mutantes tampoco tienen una gran imaginación para lo de los nombres, la verdad.
Apocalipsis ha renacido en la era moderna y siente desilusión por el curso tomado por la humanidad, así que comienza los preparativos para que él y sus cuatro nuevos lugartenientes arrasen con el género humano y sus obras, con la idea de darle “borrón y cuenta nueva” al asunto. Para estos fines el villano de la obra recluta a una joven Storm (Alexandra Shipp, tomando el relevo de Halle Berry), al alado y belicoso Angel (Ben Hardy), a la aguerrida Psylocke (Olivia Munn) y al previamente mencionado Magneto, quien se encuentra lidiando con una devastadora (pero predecible) tragedia personal.
Como director y co-guionista, Bryan Singer sigue mostrando que lleva las riendas de esta franquicia con notable eficiencia. El realizador ha dirigido cuatro de las seis cintas de X-Men (no estamos contando las películas de Wolverine en el total, claro), usualmente ejerciendo una visión amplia y una genuina admiración por sus personajes, hecho que debemos agradecerle. En esta ocasión, y tras la “reorganización” de la línea de tiempo ocurrida en la película anterior, Singer se da a la tarea adicional de contar nuevas historias de orígenes para Jean Grey (Sophie Turner), Scott Summers (Tye Sheridan) y Kurt Wagner (Kodi Smit-McPhee), hecho que explica que la cinta requiera 144 minutos para contarnos sus aconteceres. Si le sumas las ansiadas apariciones de Wolverine (Hugh Jackman) y Quicksilver (Even Peters), en las que el último vuelve a robar cámara con una genial secuencia de acción, entenderás que la película no escatima esfuerzos por intentar satisfacer a toda clase de público.
¿Porqué, entonces, se puede llegar a sentir que ‘X-Men: Apocalipsis’ adolece de inspiración? Me parece que el primer problema surge con los dudosos motivos del villano titular. De acuerdo, es poderoso en extremo y va a arrasar con la humanidad para erigirse como nuevo gobernante… ¿de qué? Digo, considerando el nivel de devastación que planea desatar ante el mundo, Apocalipsis tendrá suerte si al término de sus planes le quedan un par de cucarachas como súbditos. Y aunque entendemos ciertas razones estéticas para el personaje, enterrar a un brillante actor como Isaacs debajo de tantas capas de maquillaje parece un desperdicio innecesario.
En lo tocante a dicha destrucción masiva, volvemos a tener un pequeño problema. Sí, Apocalipsis es un adversario temible, pero sus momentos climáticos no nos satisfacen tanto ni favorecen a que le entendamos al personaje. Sabemos que muchas de las preguntas que se nos plantean quedarán resueltas en futuras entregas del universo creativo de Marvel, pero eso no ayuda a aliviar la frustración cuando pedimos la tan mentada consistencia del inicio de esta reseña.
Sin embargo, los aciertos de la película son muchos y muy gratos como para calificarla deficientemente. El cuadro actoral cumple cabalmente con sus encomiendas histriónicas. Hay un balance apropiado de acción, drama, intriga y hasta de humor, sin caer en ningún extremo. La ambientación de la historia a principios de la década de los 80 permite un amplio repertorio de referencias nostálgicas y gags visuales que agradan a la audiencia. De acuerdo, nos falta tiempo para desarrollar satisfactoriamente algunos de los arcos narrativos, pero no dejamos de sentir mucha admiración e interés por esta dispar colección de mutantes.
¿Logra esta película ubicarse como la mejor del género? Lejos de ello, pero tampoco es una afrenta para el mismo. Probablemente la ubicaría en disputa por el tercer sitio, tras las brillantes entregas de ‘X2’ (2003) y la previamente mencionada ‘Días del Futuro Pasado’, y compitiendo con ‘X-Men: Primera generación’ (2011). Esto no representa mediocridad, ni mucho menos, ya que la franquicia en sí ha mantenido un nivel bastante aceptable desde sus albores. En todo caso podemos confirmar que es “consistente”… y en estas épocas de saturación de superhéroes, eso se puede considerar un triunfo.