Ante el fenómeno terrorífico que estamos atestiguando en la frontera de Estados Unidos con México, con cientos de niños, incluso lactantes, separados de sus padres por un promedio de 45 días, debemos seriamente cuestionarnos no sólo asuntos como la compulsión a la repetición o la desubjetivación como violencia atroz (aún sin armas de fuego), sino también los valores dados por el sistema patriarcal en el que estamos insertos.
Permítanme explicarme:
Los humanos llevamos aproximadamente 300, 000 años viviendo en nuestra forma humana actual, y 90 % de este tiempo el ser humano ha sido básicamente cazador y recolector, con una vida más bien nomádica, cambiando de tierras de vez en vez en búsqueda de nuevos recursos alimenticios. Todo este tiempo, según investigaciones, la relación entre los géneros, entre los hombres y las mujeres, había sido ferozmente igualitaria.
No es hasta aproximadamente 12, 000 años atrás que se da la revolución agrícola, y el ser humano comienza a cultivar la tierra y a hacerse de propiedad, asentándose en comunidades. Con el asunto de la propiedad privada, según Hegel, se instala el machismo, pues el hombre tenía que confiar en la palabra de su mujer para asegurar que su hijo le perteneciera a él y a nadie más, y que su PATRImonio fuera heredado a sus hijos consanguíneos, en forma PATRIlineal. Debido a ello, se instaura la monogamia, especialmente exigida a la mujer, así como su fidelidad absoluta, no fuera a ser que el señor terminase heredándole su milpa al hijo del vecino. Los matrimonios, cuando empezaron a surgir socialmente, más que tratarse de amor, tratábanse de alianzas entre familias con fines económicos, y de poder y control de las tierras y las riquezas. El amor, como forma de mantener el matrimonio unido, vendrá después en este recorrido de la historia, como agregado, como una coartada, pero lo cierto es que las relaciones entre los géneros y con los hijos se hallaban bajo condicionantes SOCIO ECONÓMICAS principalmente.
Para contrastar, podemos retornar y estudiar a grupos que han permanecido, hasta recientemente (inclusive hasta hoy en día), por fuera de este sistema patriarcal. Como anécdota, tenemos a los Bari de Venezuela, quienes consideran que cada hombre que se acuesta con una mujer embarazada será considerado como padre del niño, aunque no lo sea biológicamente. Por ello ayudará a mantenerlo y será su protector y su maestro. Así que mientras más promiscua sea la mujer embarazada, más herramientas le estará proveyendo a su hijo pues le abonará más papás que contribuyan a su desarrollo, lo que le dará un mejor chance de sobrevivir hasta la edad adulta.
Pero lo central a la que quiero llegar es lo siguiente: Cuando un explorador y jesuita francés tuvo la oportunidad de hablar con los Indios Naskapi (por la zona de Quebec, en Canadá), le dijo al jefe de la tribu que consideraba que dejaban a sus esposas en demasiada libertad y ello no podía dar seguridad en cuanto a cuál hombre realmente pertenecían los hijos e hijas. El jefe le contestó: “Eso no tiene sentido, los franceses sólo aman a sus hijos biológicos. Nosotros amamos a todos los niños de la tribu”. Si un niño llora, el adulto más cercano lo levanta y nadie dice “¡Oye! Tu hijo está llorando.” Hay una paternidad comunal, una parentalidad comunal.
Esto verdaderamente debe hacernos reflexionar acerca del sistema patriarcal, y ¡aguas! Porque con ello no me refiero al poder del hombre, o sea del señor de carne y hueso que convive con nosotros codo a codo en la cotidianidad. Me refiero al Poder del Padre, y para ser más clara, al poder del Nombre del Padre, que implica un sistema simbólico en el que dicha figura simbólica detenta el poder, siendo este atribuido tanto por mujeres como por hombres, y sufrido tanto por mujeres como por hombres. Existe otra forma de hacer las cosas… de pensar las cosas.
Así que pensemos que esos niños de la frontera, sean mexicanos o guatemaltecos o nicaragüenses o sirios, son hijos de la Tribu. Son nuestros. Somos sus padres y sus madres. Tenemos que levantarlos y tranquilizar sus llantos, y tenemos que forzar a que este terrible “infanticidio psicológico” termine ya. Esto me importa, y me importa mucho y sé que a ustedes también.