Lo cantamos en ceremonias, lo aprendemos desde pequeños, y lo sentimos en el alma. Pero el Himno Nacional Mexicano casi no fue mexicano.
Corría el año 1853. México vivía una de sus etapas más inestables: cambios de gobierno, pérdidas territoriales y un sentimiento general de desunión. El país necesitaba símbolos. Algo que recordara a todos, en medio del caos, que todavía existía una patria por defender.
Fue entonces cuando el presidente Antonio López de Santa Anna convocó un concurso nacional para crear un himno.
Pero había un problema: nadie quería participar.
El poeta cubano que casi escribió nuestro himno
Después de varios intentos fallidos, el gobierno tuvo que extender la invitación al extranjero. Uno de los concursantes más destacados fue el poeta cubano José María Heredia, autor de versos apasionados, comprometido con la libertad de América… y ajeno por completo al alma mexicana.
Sus textos eran bellos, sí. Pero no hablaban de nosotros. Ni de nuestras guerras. Ni de nuestros dolores.
Afortunadamente, poco después entró a escena un joven abogado y escritor mexicano llamado Francisco González Bocanegra, quien tampoco quería participar.
Su novia, Guadalupe González del Pino, lo encerró literalmente en una habitación con papel y pluma, y le dijo que no saldría hasta que escribiera algo digno.
Horas después, nacieron las estrofas que hoy nos hacen erguir la frente.
Una música con su propia batalla
Pero faltaba la música. En un nuevo concurso, se eligió la composición del catalán Jaime Nunó, director de bandas militares en España.
Él también era extranjero, pero supo captar algo profundo en los versos de Bocanegra. El resultado: un himno imponente, casi operístico, que se volvió símbolo antes que costumbre.
Estrenado oficialmente el 15 de septiembre de 1854, el Himno Nacional fue recibido con lágrimas, vítores y un orgullo que aún resuena.