Si las tortillas son de harina… ¡Ni me las calienten!

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Tardes de lluvia

Cuando hacía fresco o llovía no sé qué le entraba a la abuela Licha que se ponía más antojadiza que nunca y le entraba con singular alegría a hacer cada delicia que para que les cuento, pero los días de las tortillas de harina eran uno de mis preferidos.

—¿Y ahora que va a hacer mamá? –preguntó la tía Inés.

—¿Voy?, vamos –respondió la abuela.

—Pero si acabamos de comer –replicó la tía Tere.

—Pos por eso mismo, no quiero que me agarren las prisas y las quiero para la cena –les dijo la Abuela.

Lo bueno de que hicieran tortillas de harina es que no iban solas, y seguro lo que les acompañaría también era una delicia.

—¿Con esta harina amá? –preguntó la tía Tere.

—¡Ay teresa!, ¿a poco crees que con esta bola de tragones vamos a tener con eso?

—Le dije que trajera la palangana grande… -dijo la tía Inés.

—¿A poco vamos a hacer tanta tortilla de harina? –refunfuñó la tía Tere.

—¿Pos a poco no podemos?, además ya puse a hervir cáscaras de tomatillo para hacer unos poquitos buñuelitos –explicó la abuela mientras se secaba las manos en el delantal.

La tía Inés se tapó la boca para que la tía Tere no la escuchara reír mientras se retiraba por más harina.

Los hombres en la cocina huelen a caca de gallina.

—Abuela, ¿ayudo en algo? –pregunté emocionado.

— “Los hombres en la cocina huelen a caca de gallina” –me dijo la tía Tere.

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Esa frase la usaban algunas mujeres cuando no querían hombres en sus territorios, quizá porque se sentían más relajadas, o porque platicaban más a gusto los chismes, vayan a saber, pero mi papá decía:

—Es ahí en la cocina donde todas aprenden a jodernos con lo mismo, y ahí mismo enseñan a las niñas a parecerse a ellas –decía mi padre riendo cuando estaba con sus tequilitas encima.

Acá entre nos, a veces recuerdo las palabras de mi padre y me dan escalofríos.

—Pos eso serán los demás –dijo la abuela- porque mijo no huele a eso que dices, además él es re bueno para amasar la harina… ¿verdad mijo?

Yo contesté orgulloso moviendo la cabeza y me lavé las manos para ayudarle a la abuela.

La verdad a mí me encantaba estar en la cocina, era el lugar mágico de la abuela, cuando cocinaba parecía que hacía magia, movía las manos como si condujera una orquesta sinfónica, los ingredientes, las cacerolas y los enseres de la cocina eran como los instrumentos, las tías algo así como los músicos y los aromas que desprendía la comida resultaban ser algo así como las notas musicales que iban envolviendo el ambiente, hasta alcanzar el clímax con la comida lista, en la mesa, ¿el público?, los comensales quienes siempre terminaban satisfechos y aplaudían las obras maestras de la abuela y en ocasiones hasta pedía se repitiera la interpretación del movimiento en particular, mejor dicho, que les sirvieran otro plato de esas delicias culinarias.

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De cenar, esa noche hubo lo que quedó de la comida, carne de puerco con papas en chile, chicharrones en chile verde, frijoles refritos con manteca de puerco (de esa manteca de aquellos años que comían nuestros abuelos y no les hacía daño), queso de rancho y en infaltable chile de molcajete.

—Abuela, ¿me dejas limpiar la cacerola? –le preguntaba a la abuela.

Ella solo movía la cabeza con una sonrisa de satisfacción para darme el sí.

Limpiar las cacerolas del chile rojo o de los chicharrones en salsa verde, esa comida que queda pegadita, era un privilegio que solo les toca a pocos mortales algunas veces en su vida, y eso de hacer la famosa “tortilla patinadora” para limpiar las cazuelas era mi espacialidad… hasta la fecha.

 

En la forma de Agarrar el taco se sabe quién es tragón.

La verdad estas letras de hoy nomás fueron para antojarlos, porque hoy día lluvioso, me tocó la fortuna de cenar mis tortillas de harina recién hechas a mano, frijoles refritos caldocitos con chorizo y queso de rancho en chile de molcajete y café de olla para que amarre.

Y eso sí, no faltó el famoso truco de “tortilla patinadora”.

 

¡Hasta el próximo  Sábado!

 

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