La lectura del periódico en las mañanas es parte de una rutina aprendida desde que vivía con mis padres. Incluso, recuerdo que las conversaciones vespertinas siempre estaban relacionadas con lo que se había publicado en la llamada “primera edición”.
Con apenas unos años de edad, aquellas páginas llenas de letras y fotografías no llamaban mi atención, salvo los fines de semana, cuando me decían que eligiera una película en la cartelera o una obra de teatro, para lo cual no me importaba mancharme los dedos de tinta.
Conforme pasó el tiempo, entendí que el mundo se rige por la política y la economía, que son la materia prima de los periódicos. Pero también comprendí que los datos duros, sin análisis ni reflexión, son tan estériles como semillas de girasol sobre un campo de piedras.
Así empezó mi acercamiento con aquel periódico que nunca faltó en la mesa, justo a la hora del desayuno, y que mi padre era el primero en desplegar sus enormes paginas, para dejarnos ver a los demás esas letras enormes con el título “Excélsior, el periódico de la vida nacional”.
Los mexicanos somos un pueblo de costumbres muy arraigadas, de hábitos que adquirimos desde la infancia y prolongamos al formar una nueva familia. Desde el detergente y la mantequilla que compraba nuestra madre, hasta el periódico que leían los abuelos.
En mi casa siempre se leyó el Excélsior y recuerdo que a los nueve años me toca justo una de las crisis más grande que enfrentó, con el famoso “golpe a Excélsior”, siendo este, probablemente, el primer gran ataque a la libertad de prensa, después de la Revolución.
La historia del Excélsior comienza a la par de la Constitución Mexicana de 1917, lo cual marca dos paradigmas en la vida política y social de este país, al concretarse las bases de nuestro sistema de gobierno y ejercer la libertad de prensa que durante el Porfiriato no pudo lograrse.
Muchos crecimos bajo ese amparo constitucional, pero al mismo tiempo se gestaba otro mecanismo de censura relacionado con la distribución del papel y la compra de espacios publicitarios oficiales, lo cual dio pie a este incidente del Excélsior.
No puedo asegurar que aquello determinó mi vocación periodística, pero sí se quedó como un recuerdo indeleble, por el que siempre he defendido mi derecho a decir lo que pienso y el derecho de los demás a estar informados.
Julio Scherer García, junto con un notable grupo de periodistas, supo sacar adelante el Excélsior, allanando el camino para quienes después formaríamos las siguientes generaciones que daríamos una opinión y voz a quienes necesitan ser escuchados.
Excélsior ha logrado superar embates oficialistas, competencia desleal y el amarillismo morboso de otros medios. Ha sobrevivido a crisis económicas y a la brecha generacional que acentuó la digitalización. Y a pesar de todo, hoy cumple 105 años de existencia.
Para muchos periodistas, fue nuestra escuela y hemos tenido la oportunidad de colaborar en sus páginas. Para los mexicanos, Excélsior ha cumplido con ser “el periódico de la vida nacional” y se mantiene como un referente de la discusión política y social.
Recuerdo cuando empezó a circular el formato a todo color y cuando sus páginas dejaron de manchar los dedos de tinta, pero lo más impresionante fue la adaptación al mundo digital, con la página web, los portales, las redes sociales y la aplicación.
Gracias a esta capacidad de adaptación, al esfuerzo de cientos de periodistas, a la visión de quienes ahora dirigen este medio y a la preferencia de quienes siguen leyendo cada día sus páginas, el periódico de la vida nacional cumple otro aniversario, de muchos otros que vendrán.