En la historia de México, pocas figuras han sido tan importantes y, al mismo tiempo, tan mal comprendidas como Malintzin, también conocida como La Malinche o Doña Marina. Su vida estuvo marcada por decisiones que no fueron suyas, pero en ese escenario impuesta, desempeñó un papel fundamental en uno de los episodios más complejos del país.
Infancia interrumpida
Malintzin nació entre 1501 y 1504 en la región del actual Veracruz o Tabasco. Hija de un cacique, estaba destinada a heredar el liderazgo de su comunidad. Pero tras la muerte de su padre, su madre volvió a casarse y decidió venderla como esclava, entregándola a comerciantes mayas.
Años más tarde, cuando Hernán Cortés llegó con su ejército a las costas del sureste mexicano, Malintzin fue una de las mujeres ofrecidas como parte de los intercambios con los españoles. Su dominio del náhuatl y del maya la convirtió rápidamente en una figura indispensable para la comunicación entre culturas.
Intérprete, mediadora y figura clave
La bautizaron como Marina, y su papel fue mucho más allá de la traducción literal. Malintzin interpretaba no solo lenguas, sino también códigos culturales, formas de poder, símbolos y costumbres. Fue pieza clave para las alianzas, los diálogos y las decisiones que marcaron el rumbo de la conquista.
Tuvo un hijo con Hernán Cortés, llamado Martín, y su presencia es constante en las crónicas de la época, especialmente en la obra de Bernal Díaz del Castillo. La llamaban Doña Marina, un título reservado a mujeres de alto rango.
Una historia que también es silencio
Tras los primeros años de la conquista, su historia comienza a desdibujarse. Se casó con Juan Jaramillo y tuvo una hija, María. Se sabe que acompañó a Cortés en la expedición a Honduras, pero a partir de ahí las versiones difieren. Algunos relatos afirman que murió en 1527; otros, que fue víctima de enfermedades como la viruela; incluso hay quienes afirman que fue asesinada.
Su tumba permanece como un misterio. Una versión indica que sus restos están en Jilotepec, Estado de México, bajo una cruz en el templo de San Pedro y San Pablo.
Malintzin, desde otra mirada
Durante siglos, su figura fue reducida a estigmas que no corresponden a su historia real. Hoy, cada vez más estudios y voces coinciden en mirar a Malintzin como una mujer inteligente, resiliente y estratégica que actuó desde el lugar en el que la vida —y no su elección— la colocó.
Malintzin no fue espectadora. Fue protagonista. Y su historia merece contarse con contexto, sin prejuicios, y con la profundidad que su papel representa.