Joaquín “El Chapo” Guzmán, el exlíder del Cártel de Sinaloa condenado a cadena perpetua en Estados Unidos, volvió a romper el silencio.
A través de su defensa legal, denunció maltrato, aislamiento extremo y falta de atención médica en la prisión de máxima seguridad donde cumple su condena, en Florence, Colorado, conocida como ADX Supermax, considerada “la cárcel más dura del mundo”.
Según sus abogados, Guzmán teme morir en prisión debido a las condiciones a las que está sometido, que describen como “inhumanas” y “degradantes”.
Aislamiento total y salud deteriorada
Desde 2019, “El Chapo” se encuentra bajo confinamiento casi absoluto: 23 horas al día dentro de una celda, sin contacto humano ni acceso a actividades comunes.
Solo puede comunicarse con su familia por cartas censuradas y bajo estricta supervisión del gobierno estadounidense.
Su equipo legal aseguró que presenta problemas de salud severos, incluyendo pérdida de memoria, ansiedad, depresión y dolores crónicos, sin recibir atención médica adecuada.
También afirmaron que se le niega el contacto con otros presos y el acceso regular al aire libre.
El abogado José Refugio Rodríguez, representante de Guzmán en México, calificó las condiciones de su cliente como una “tortura prolongada” y exigió que el gobierno mexicano intervenga diplomáticamente.
Aseguró que Guzmán no busca su liberación, sino condiciones dignas de reclusión.
“El trato que recibe viola sus derechos humanos básicos. Está en confinamiento solitario desde hace años. No hay justificación legal para mantenerlo así”, dijo.
El silencio oficial y el debate moral
Hasta el momento, el gobierno mexicano no ha emitido una postura formal.
Sin embargo, el caso ha reabierto el debate sobre si los derechos humanos deben aplicarse incluso a los criminales más peligrosos.
Organizaciones internacionales, como Human Rights Watch, han advertido que el aislamiento prolongado puede considerarse una forma de tortura psicológica, sin importar la gravedad de los delitos cometidos.
De jefe del narco a prisionero invisible
Joaquín Guzmán Loera fue condenado en 2019 a cadena perpetua más 30 años de prisión por tráfico de drogas, lavado de dinero y participación en una organización criminal violenta.
Su fuga del penal del Altiplano en 2015, a través de un túnel de más de un kilómetro, lo convirtió en símbolo del poder y corrupción del narcotráfico mexicano.
Hoy, el hombre que controló rutas, ejércitos y fortunas millonarias no ve el sol más de una hora al día y teme morir sin siquiera ser escuchado.
Su historia sigue siendo la paradoja mexicana por excelencia:
quien vivió intocable bajo el poder del crimen, hoy muere lentamente bajo el peso del encierro.