Faltan 15 minutos para las ocho…
Amanda corre de un lado a otro en la cocina.
Prepara el lunch de los niños…
El de Luisito, con un jugo de guayaba, el sandwich de jamón sin mayonesa, y una manzana.
El de Paulita con jugo de uva, sandwich con mucha mayonesa y doble ración de queso, sin manzana porque no le gustan. Ella prefiere un plátano.
El café está listo. Sirve un par de tazas. Para ella y para su esposo Julián. Amanda no toma azúcar. A Julián le gusta con dos cucharadas y un poco de crema.
Suena su teléfono celular. La llaman del colegio porque ayer Luisito olvidó su suéter y tiene que pasar a recogerlo en la dirección.
Julián entra apresurado a la cocina. Malas noticias. Tiene que irse a la oficina corriendo porque adelantaron la junta de las nueve. Bebe un poco de café y se despide de Amanda.
Los niños entran enseguida, como una estampida de búfalos salvajes corren bajo la mesa y tiran una silla. Gritan y se pelean a manotazos. Amanda los calma con un grito severo.
Paulita comienza a llorar. Amanda intenta calmarla con mimos.
En ese momento suena el timbre. Amanda les suplica que desayunen sin sacarse los ojos. Corre a abrir.
Abre la puerta y se topa con la vecina del número 32, que viene a pedirle su firma para solicitar un semáforo en la esquina porque la semana pasada chocaron dos automóviles.
Amanda no sabe cómo decirle que no tiene tiempo de escuchar sus explicaciones.
Paulita llora desconsolada. Sus gritos se escuchan hasta la sala.
Amanda firma la hoja y le dice a la vecina que se llaman por teléfono más tarde.
Amanda entra a la cocina y ve el desayuno de Paulita en el piso. Reprende a Luis, pero ya no puede hacer más. El autobús del colegio está a punto de llegar.
Suena otra vez el celular de Amanda. Son los del banco para ofrecerle un crédito bancario.
¿No tiene un proyecto importante que quiera realizar?, le preguntan.
Amanda responde con los nervios de punta: ¿Y a usted qué le importan mis proyectos?
Cuelga el celular y corre hasta la sala por las mochilas de los niños.
La bocina del autobús suena en la calle.
Amanda lleva a los niños hasta el autobús.
Paulita sigue sollozando, pero se calma un poco cuando Amanda le da una paleta.
Luisito exige otra paleta igual. Amanda no tiene más remedio que dársela o le espera una nueva crisis de llanto.
El autobús escolar se aleja y Amanda regresa a su casa. Entra a la sala y manda un mensaje al grupo de WhatsApp que tiene con sus tres mejores amigas, diciendo: “Ya se fueron todos. Tengo la casa sola. Las espero aquí en una hora para tomar el cafecito y ponernos al día”.
¿Cuántas amas de casa, esposas, mamás… reconocen esta historia? ¿Les suena familiar?
¿Cuántas hemos tenido una mañana así? Cuando parece que todo está en contra de nosotras y del tiempo.
Creo que miles, millones de mujeres, vivimos algo así en algún momento, si no es que casi toda la semana.
Algo que parece rutinario para muchos, puede ser en realidad algo más complejo y hasta perjudicial para nuestra salud.
Porque ese correr de un lado a otro, preparar desayunos, apurar a los niños, limpiar, trabajar, hacer el súper, ayudar a los niños con las tareas, llevarlos a la escuela, recogerlos… y tantas y tantas cosas que hacemos las mujeres, originan algo que se llama “estrés”.
Muchos estudios científicos han demostrado que el estrés contribuye al desarrollo de infinidad de males, físicos y emocionales.
Para ser muy claros: el estrés aparece como una respuesta al sobre esfuerzo, generando con esto cambios emocionales que son somatizados en dolencias físicas también.
¿Cómo podemos darnos cuenta que sufrimos de estrés? Muy simple:
Las pupilas se agrandan para mejorar la visión y el oído se agudiza; los músculos se tensan para responder al desafío en estas situaciones agobiantes, por lo que también la frecuencia cardíaca y respiratoria aumenta. Así, la sangre es bombeada en forma más abundante y rápida para que llegue mayor cantidad de oxígeno a las células. Es como una inyección de súper poderes para que logremos hacer frente a todo lo que se nos presenta de manera angustiante.
¿Y qué podemos hacer para combatirlo? Sobre todo en el caso de nosotras las mujeres…
Y ojo, no lo digo sólo para que lo escuches tú que eres mujer, lo digo sobre todo para que los hombres lo escuchen y sepan algo que durante mucho tiempo se ha juzgado en nosotras las mujeres…
El estrés en las mujeres se combate con el tiempo que pasamos conviviendo con nuestras amigas. Así como lo escuchan, señores.
Recientemente, una conferencia de psicólogos en Stanford demostró que las mujeres se conectan de manera diferente a los hombres, y se proporcionan sistemas de apoyo que las ayudan a lidiar con el estrés y las experiencias difíciles de la vida.
Físicamente, esta actividad de “pasar tiempo con las amigas” nos ayuda a fabricar serotonina, que es un neurotransmisor para combatir la depresión y producir una sensación de bienestar general.
Estos psicólogos en Stanford señalaron que dedicar tiempo a las amigas es tan importante para nuestra salud como ir al gimnasio.
¿Cómo ven, señores? Ya no tienen justificación para decir que cuando nos juntamos las mujeres perdemos el tiempo. Al contrario, es necesario para nuestro bienestar físico.
Así que ya saben, mamás, hijas, amas de casa, esposas… La próxima vez que sus parejas les reclamen que sólo se juntan con sus amigas para perder el tiempo , con toda la seguridad del mundo y el aval médico, les pueden contestar que lo hacen “por motivos de salud”.