En la Mañanera, Claudia Sheinbaum aseguró que el aumento en los costos de videojuegos violentos sería “por seguridad”. Según su argumento, estos juegos son un factor de riesgo para la juventud y es necesario desincentivar su consumo.
El problema es que, mientras pronuncia estas palabras, México enfrenta masacres, territorios controlados por cárteles y un clima de impunidad que arrasa comunidades enteras. Culpar a los videojuegos es un insulto a la inteligencia y una burla a la realidad del país.
La violencia no viene de las pantallas
Decir que los niños y jóvenes se vuelven violentos por jugar videojuegos es un argumento caduco, falso y ridículo. No necesitamos un control en una consola para ver violencia: la vemos en las calles, en las noticias y en las redes sociales todos los días. Es absurdo pensar que la sangre digital explica la sangre real que corre en el país.
Los jóvenes no necesitan Call of Duty para aprender sobre violencia: basta con salir a la calle en estados como Michoacán, Tamaulipas o Guerrero para entender que la guerra no está en una consola, sino en un país secuestrado por el crimen.
El verdadero trasfondo
Este tipo de declaraciones solo funcionan como cortinas de humo. Se culpa a un entretenimiento popular para justificar nuevos cobros y exprimir más dinero a la ciudadanía, mientras se evita hablar de lo verdaderamente importante: la incapacidad del Estado para garantizar seguridad, justicia y paz.
Señalar a los videojuegos como responsables es no solo absurdo, sino también perverso: busca desviar la atención de los verdaderos culpables, de quienes han entregado regiones enteras a los criminales y dejaron que la impunidad sea la ley del país.