No estoy diciendo que los tiempos de antes fueran mejores, lo único que estoy diciendo es que hay cosas que extraño, que creo que deberían volver.
Por supuesto que hay cosas negativas como el machismo de los hombres, la sumisión de las mujeres y la no aceptación de la sociedad a los demás, pero estas son páginas que cada vez están más borrosas y, aunque falta mucho todavía, se ven cada vez menos.
Esta vez quiero platicarles de las diferencias que veo entre los chamacos de hoy y los de antes, de los que conocimos, los que fuimos; y ustedes mis cinco lectores (o eran cuatro), saben muy bien por qué me toca duro este tema en estos momentos, y me imagino que a ustedes también.
Recuerdo que en ocasiones nos quedábamos a jugar en el parque después de salir de la escuela, y a veces se nos iba el tiempo, sobre todo los viernes que sabíamos que podíamos hacer la tarea el fin de semana sin prisas.
Una de esas veces que estábamos jugando una cascarita, pasó un señor de edad, que en la vida habíamos visto y nos dijo:
—¡Hey chamacos, que ya es tarde!, todos a sus casas de una buena vez.
—Orita nos vamos –respondió uno de los compañeros de nuestro lado.
—¡Anden, o les aviso a sus papás! –volvió a hablarnos el anciano.
¿Qué creen que hicimos?, pues si, recogimos nuestras mochilas (los que tenían) y todos cargamos nuestros útiles (y el Tony la pelota) y nos fuimos de inmediato, si, escuchamos y obedecimos a un perfecto desconocido, pero eso sí, era una “persona mayor” y había que hacer caso.
Ahora imaginemos un escenario igual, idéntico pero en este tiempo, ¿pasaría igual?, es más hace un par de años vi algo que me llamó de sobre manera la atención, afuera de una escuela estaban peleando dos chamacos, los compañeros les hacían una rueda alrededor mientras los animaban a seguir peleando, en eso, llegó un señor de edad avanzada, y les reprendió.
—¡Ya estuvo bueno, ya dejen de pelear o le llamo a la policía! –advirtió.
—¡Ya cállese y no se hande metiendo en lo que no le importa, pin… viejillo metiche –fue la respuesta de uno de los mocosos.
Después de esa respuesta, la mayoría de los chamacos comenzaron a gritar e insultar al hombre que solo quería detener la pelea, lo logró, pero solo mientras le gritoneaban, luego, siguió.
Quizá nunca debieron de haber quitado de la escuela aquella materia de civismo, que llevábamos en primaria y creo que hasta en secundaria.
“Los chamacos de ahora vienen como las papas fritas” –dijo una vez mi papá- ¿por qué dice eso?, le pregunté y me dijo: “Por qué los papás los protegen en una bolsa llena de aire, los inflan tanto y los hacen sentirse tan importantes, pero cuando los sacas al mundo, nomás los aprietas tantito y los haces polvito”.
“Blandengues”, creo estamos creando muchachos blandengues, con muy poca o nula tolerancia a la frustración, cualquier cosa es una tragedia y “el mundo se les acaba”.
No sé ustedes, pero yo sufrí y “he sufrido” (como muchos) del famoso “bullying”, desde niño y yo creo que si no bajo de peso, lo seguiré “padeciendo” hasta que me muera, pero no conocí a nadie de mi generación que se hubiera querido suicidar o haya matado a alguien por eso.
En aquellas épocas se arreglaba de dos maneras (tres quizá), la primera era a moquetes, la otra era simplemente “aguantar vara” y la tercera y última (que yo he usado toda la vida) es el viejo truco de “si no puedes contra ellos ¡únete!”, si yo me echaba a mí mismo, me criticaba me mofaba de mí mismo (y lo sigo haciendo), y déjenme decirles que incluso ha sido liberador en muchos aspectos, porque he aprendido a reírme de casi todo, pero sobre todo de mí mismo.
¿Qué si influyó en mi carácter y mi autoestima?, si, seguramente, pero gracias a eso a todo aquello a aquellas personas, soy lo que soy, no sé qué tanto seré, pero me gusta, y este es el resultado.
En el rancho son muy comunes los dichos o refranes de todo tipo; “Al ojo del amo engorda el caballo”…”El que tenga tienda que la atienda”…”El que quiera azul celeste que le cueste”, caray, si hay que echarle un ojo al caballo, atender la tienda y si el azul cuesta, yo digo, que debemos estar atentos, mucho más atento a lo que hacen nuestros hijos, pero sobre todo a estar con ellos, conocerlos, pero conocerlos de a de veras o mejor dicho, echarles un ojo, atenderlos y que nos cueste, y no hablo de dinero, sino de algo que nos cuesta más esfuerzo y duele más dar… el tiempo.
¡Hasta la próxima semana ¡
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