La capacidad de mentalizar te ayuda a explicarte tu comportamiento y el de los demás
Hoy agradecemos que el psicoanalista Christian Herreman (sistemasreflexivos@gmail.com), experto en apego y mentalización del Centro Enso, nos explique qué es la mentalización, cómo se da en nuestros hijos y para que nos sirve. Hasta abajo viene la invitación a un evento sobre mentalización. Vamos a leerlo:
Estás mentalizando al ver a una persona parada junto a un auto buscar intensa y repetidamente en todas sus bolsas y “mágicamente” te dices “ya perdió las llaves” o “no encuentra el boleto de estacionamiento”. Tu capacidad de mentalizar te ayuda a explicarte el comportamiento.
Cuando imaginamos las ideas, creencias, deseos e intenciones de los demás entendemos que meter las manos en las bolsas es el resultado de quien quiere encontrar sus llaves y cree que las guardó en su pantalón. Hacemos lo mismo con nosotros mismos: ¿En qué demonios estaba pensando al comprar esa cafetera? Así que mentalizamos cuando pensamos sobre los pensamientos o tenemos la mente en mente. Es un ejercicio psicológico que podemos hacer o dejar de hacer. A veces lo hacemos propositivamente o de manera explícita, a veces lo hacemos de manera implícita o en automático, y cuando los eventos siguen una secuencia rutinaria generalmente lo dejamos de hacer, nos movemos en “piloto automático”.
Cuando llevamos a nuestros hijos a comprarle un regalo a su amiguito y escogen algo que le guste al amiguito, esto también es mentalizar, porque es imaginarse lo que al amigo le gustaría recibir. De ahí que la mentalización nos recuerda a la empatía, porque es ponerse en el lugar del otro, pero mentalizar es más amplio que empatizar, porque es tomar simultáneamente ambas perspectivas, la propia y del otro. Poder confortar a alguien requiere mentalizar. Aclarar un malentendido, tranquilizar a un niño que se asustó, invitar a una persona a un proyecto o explicar nuestros malestares a nuestro psicólogo, todo requiere la capacidad de pensar en los pensamientos propios y de los demás, es decir, mentalizar. Por lo tanto mentalizar es una capacidad psicológica que frecuentemente empleamos principalmente para entender los contextos sociales. Es la teoría que tenemos de por qué la gente se comporta como lo hace. La psicología evolutiva llama a esto Teoría de la Mente, prima conceptual de mentalización.
Todos hacemos espontáneamente estas historias intangibles a partir de lo tangible. Pasamos de lo que vemos a lo que no vemos. Inferimos de la conducta intenciones, creencias y deseos que nadie ha podido ver jamás. Es un truco evolutivo con el que nacemos, pero que, al igual que aprender un idioma, tenemos que aprender a desarrollar. Poder mentalizar propiamente requiere de una crianza óptima. Como tantas otras cosas en el bebé, los cuidados tempranos juegan un papel crítico en la manera en que las capacidades afectivas y cognitivas se integren y se desarrollen. Cuidadores sensibles, dispuestos y competentes generalmente “leen” o “mentalizan” adecuadamente a sus bebés. Los que tienen dificultades en entender a sus bebés probablemente comprometan en mayor o menor medida las incipientes capacidades de mentalizar de los pequeños.
Mentalizar requiere un pequeño esfuerzo. No podemos saber lo que la gente piensa, debemos imaginarlo. Tampoco podemos estar completamente seguros de las razones por las que hacemos las cosas. A veces nos engañamos. Conforme conocemos más a alguien es más probable que los motivos que imaginamos coincidan más con los que la persona tuvo. Si conocemos poco a la persona podemos equivocarnos más fácilmente. También solemos equivocarnos cuando estamos cansados o enojados. Para poder mentalizar debemos hacer como Ricitos de Oro: ni encontrarnos en una situación tan relajada y predecible que no requiere entender el comportamiento ni una situación tan estresante o caótica que sea imposible pensar. Mentalizamos mejor cuando “algo se sale del guion esperable”. Y es que esta función psicológica tiene como principal tarea entender y predecir el comportamiento social de los seres humanos, tanto en el presente “oh, no… creo que no le gustó esta broma”, como en el pasado “ahora que lo pienso, sí tenía cara de estar molesta” y en el futuro “si quiero evitarme problemas, mejor le aclaro que no era mi intención molestarla”.
También podemos enfocarnos en aspectos más concretos “creo que malinterpretó mi saludo” o más amplios “probablemente del país de donde es ella no sea frecuente que personas que no se conocen se saluden así”.
Generalmente comenzamos a mentalizar desde la cuna, en el sentido de que nos gusta contarnos historias, de nosotros mismos y de los demás. Desde los 3 meses de edad, los bebés dan muestras de sonreír y vocalizar más ante la presencia de personas que ante objetos, sugiriendo una preferencia innata por los estímulos sociales. A edades igualmente tempranas, los bebés parecen preferir los movimientos autopropulsados y los patrones cinemáticos de luces que movimientos aleatorios. A partir de los seis meses, los bebés parecen sorprenderse si un objeto se desplaza por sí mismo, pero no si una persona lo hace. Esto sugiere que la autopropulsión es un criterio para otorgar intencionalidad a un agente: el objeto “quiere llegar a x”. A los nueve meses, los bebés de entre nueve y 12 meses esperan que un círculo en una pantalla se aproxime a su meta de la manera más económica posible, sorprendiéndose si parece ¨brincar¨ por encima de un obstáculo invisible. Si la “bolita” quiere llegar a x, ¿por qué brinca así? A esta edad, los bebés presentan lo que llamamos atención conjunta. Los bebés a esta edad gustan de señalar objetos que atrapan su atención. Hacia el año y medio inicia la adquisición del lenguaje, para la cual parece ser fundamental que el bebé pueda ya determinar la intencionalidad con la que su cuidador le habla. El objeto nombrado es el que suele recibir la atención conjunta. Así se previene el relacionar palabras con objetos irrelevantes. A esta edad también se hace más evidente el juego pretendido, como cuando la madre que llama por teléfono a su hija usando un plátano. El bebé no se confunde porque ya entiende la intención.
Hacia el tercer año de vida las palabras que hacen referencia a estados mentales son comunes, “creí que”; “hacemos como que” etc… sugiriendo que ya tienen un uso claro entre lo que es un objeto material y uno imaginado aun cuando no consiguen un empleo maduro de la toma de perspectiva. Entre los 3 y los 4 años los niños comienzan a manejar las llamadas falsas creencias. Mediante un ejercicio, los psicólogos exploran el rol de las creencias falsas como criterio de predicción de la conducta de una tercera persona observada. El ejercicio es el siguiente:
Maxi tiene un chocolate y lo guarda en un recipiente azul. Maxi sale de la habitación. La mamá de Maxi cambia de lugar el chocolate, del recipiente azul a uno verde. Al regresar Maxi por su chocolate, ¿en qué recipiente buscará Maxi su chocolate? La respuesta esperada es en el recipiente azul, porque tiene la falsa creencia de que se encuentra ahí. La conducta de Maxi se explica por lo que Maxi cree de las cosas, más que por cómo las cosas son en sí mismas, o por mis ideas de las cosas. Diversos estudios han constatado que niños mayores a 4 años generalmente ya dan la respuesta correcta.
A partir de los 5 años de edad, los entrecruzamientos de creencias se hacen más complejos (Juan sospecha que Luis cree que Sofía sabe) y son lugar común en juegos y en tramas de historias de detectives y superhéroes. El uso de estas creencias depende mucho del contexto cultural y requiere práctica, pero vemos ya el trabajo coordinado de los precursores de la mentalización.
Pero en ocasiones las personas pueden tener dificultades para mentalizar. Recordemos que esta habilidad psicológica requiere de la asistencia de nuestros cuidadores para que se desarrolle de manera óptima. Esto hará la diferencia entre no mentalizar y no poder mentalizar. La gente promedio deja de mentalizar bajo ciertas condiciones, recordemos el principio de Ricitos de Oro. Si estamos muy relajados o si estamos muy estresados no mentalizaremos bien. Cuando nos enojamos, por ejemplo, caemos en lo que se conoce como equivalencia psíquica, o la convicción de que lo que yo creo de las cosas es como las cosas son. Si me encuentro muy disgustado con alguien, esa persona ES un idiota, no se comportó como tal o se equivocó. Es un completo y absoluto idiota. No hay perspectiva. No es mi creencia. No existe su punto de vista. Tendré que esperar a estar más tranquilo para poder comenzar a considerar alternativas o cuestionarme si me perdí de algo o si entendí bien lo que estaba pasando. Otro funcionamiento pre mentalizante es el modo pretendido o el “blof”. Cuando decimos las cosas sin que éstas estén respaldadas por nuestras emociones o creencias. Cuando alguien nos “inventa” alguna historia para salir del paso generalmente lo detectamos como falso o poco creíble. Está “blofeando”. Hay quien puede ser más convincente e incluso puede aludir a creencias y deseos, muy similar a mentalizar. Pero hay una pista: generalmente el discurso tiene un sesgo hedónico o, en otras palabras, es siempre a favor de quien habla. El mentalizar, por el contrario, generalmente toma la perspectiva simultánea de los actores, por lo que suena más balanceada y siempre “abierta” a una mejor interpretación. El modo pretendido es como una falsa mentalización porque no se conecta con nuestras emociones y es mucho más parcial.
Aunque todos dejamos de mentalizar muchas veces durante el día, hay personas que presentan dificultades generalizadas. Éstas corresponden a los llamados trastornos de la personalidad. Personas excesivamente desconfiadas, o dependientes, o impulsivas. En todas encontramos alteraciones crónicas del mentalizar. Más que no mentalizar en un determinado momento, no pueden hacerlo debido a su organización psicológica. Particularmente los llamados trastornos fronterizos de la personalidad son susceptibles a presentar dificultades relacionales debido a sus fallas en el mentalizar. Esto se traduce en que tengan un sentido de identidad y estado de ánimo inestable, sean dependientes e impulsivos y les cueste trabajo asumir su responsabilidad. La terapia centrada en el mentalizar, una adaptación del encuadre psicoanalítico, se desarrolló precisamente para atender a estos pacientes. Al hacer de nuestras mentes el foco de atención del trabajo terapéutico, estos pacientes aprenden a “leer” mejor el comportamiento propio y el de los demás.