lunes, septiembre 1, 2025

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México no es el segundo país con menor desigualdad de América: la realidad explica otra cosa

Contexto real vs. afirmación oficial

En su primer reporte de gobierno, la presidenta Claudia Sheinbaum afirmó que “México es el segundo país con menor desigualdad de América, después de Canadá”. Sin embargo, esta afirmación no solo es inexacta: contrasta de forma contundente con los datos reales sobre desigualdad.

México está entre los países más desiguales

  • Según datos de Our World in Data, que procesa cifras de SEDLAC/Banco Mundial, México tiene uno de los coeficientes de Gini más altos de América Latina, lo que indica una alta desigualdad de ingresos.
  • El reporte del World Inequality Lab confirma que el 10% más rico de México concentra más del 50% del ingreso, mientras que la mitad más pobre recibe apenas entre el 9 y 10%.

México es de los más desiguales entre países de la OCDE

  • En el contexto de la OCDE, México aparece entre los peores en distribución de ingresos: el segundo país con mayor desigualdad, sólo superado por Chile.
  • Históricamente, México ha registrado un coeficiente de Gini cercano a 0.48–0.49, cifras consideradas muy altas.

Aunque la desigualdad ha disminuido, sigue muy elevada

  • De acuerdo con INEGI, la desigualdad en México cayó a su nivel más bajo desde 1984, con un Gini estimado de 0.391, gracias a mejoras en ingresos y programas sociales.
  • Sin embargo, hasta 2025, el ingreso trimestral del 10% más rico sigue siendo 14 veces mayor que el del 10% más pobre, una brecha que representa una desigualdad sistémica y persistente.

Declaraciones engañosas

La afirmación de Sheinbaum no resiste un análisis objetivo. Lejos de ser un país con baja desigualdad, México se posiciona entre las naciones más desiguales de América Latina y el mundo desarrollado.

Reducir el problema a una cifra optimista sirve más para maquillar la narrativa oficial que para enfrentar la realidad: desigualdad profunda, brechas crecientes y movilidad social limitada. Hablar de disminución de pobreza mientras minimizas la desigualdad estructural es una contradicción grave.

Si el cambio prometido no reconoce este dilema, solo perpetuará discursos, sin transformar una realidad urgente y urgente de corregir.

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