Sentada en el suelo con una hija en brazos, Perla Maradiaga mendiga en una calle del centro histórico de Tegucigalpa, tras el fracaso de su venta ambulante de pequeñas bolsas de agua para beber, luego de que el gobierno decretó un toque de queda para contener la propagación del coronavirus.
Maradiaga, con su hija de dos años y otro hijo de tres, forman parte de un grupo de decenas de personas, entre ellas familias completas, que han convertido en su casa las calles del centro de la capital después de que ya no pudieron pagar por sus sitios de alojamiento.
Las ventas de los pequeños comercios informales cesaron desde mediados de marzo luego de que el gobierno obligó a cerrar oficinas públicas, centros escolares y de trabajo, paralizando la economía del pequeño país centroamericano, donde un 62% de la población vive en la pobreza.
«Aquí uno medio consigue para no tener la tripa vacía. A veces no hayamos ni cómo para comprar una bolsita de leche o pañales, que uno necesita para los cipotes (niños). Si se enferman, ¿vamos a esperar que se mueran de la enfermedad?», dijo la mujer de 35 años mientras peinaba a su hija.
En Honduras, que hasta ahora registra 519 contagios y 47 decesos relacionados con el virus, un 39% de la población vive en condición de pobreza extrema y un 20% de los hogares subsiste con un ingreso equivalente a un dólar o menos, según cifras del estatal Instituto Nacional de Estadísticas (INE).
Se estima que en los próximos meses la pobreza en Honduras se profundice debido a los efectos de la pandemia en el Producto Interno Bruto local, que según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) podría contraerse un 2.8% este año.
Maradiaga, quien al igual que sus hijos no usa mascarilla para protegerse del contagio, pasa las noches en una céntrica esquina invadida de colchones, cobijas viejas y utensilios de cocina, donde unas 40 personas, entre ellas niños, mujeres y ancianos, tienen su improvisada vivienda.
Antes de la llegada del virus a Honduras, la mayoría de estas personas residía en pequeñas habitaciones en llamadas cuarterías dentro de viejas construcciones de adobe en el céntrico histórico de Tegucigalpa o en barrios pobres en la periferia.
«Estamos aquí todos porque no tenemos donde ir, no tenemos dónde vivir. Aquí duermen niños, ancianos, mujeres. Corremos peligro. Yo le pido al presidente que escuche porque no somos animales la gente que andamos en la calle», dijo José Cruz, de 27 años, quien habita el lugar con su madre.
Información de Reuters