La explosión de pipas de gas en Santa Martha-Iztapalapa no solo dejó 18 heridos graves, con quemaduras de segundo y tercer grado, también dejó al descubierto la fragilidad del sistema de salud mexicano. Los lesionados llegaron a hospitales y fueron recibidos en sillas de ruedas, no en camillas, como si se tratara de un traslado rutinario y no de una emergencia con pacientes al borde de la vida.
Imágenes que duelen
Personas con la piel calcinada, con la ropa hecha cenizas, siendo llevadas en sillas improvisadas porque las unidades médicas no tienen suficiente equipo para atender un evento de esta magnitud. La postal es brutal: la tragedia desnuda la falta de infraestructura, de protocolos y de preparación en un país que presume cobertura universal, pero que a la hora crítica se sostiene con paliativos.
El contraste indignante
El gobierno repite el discurso de la “austeridad republicana” y presume ahorros multimillonarios, pero la realidad es otra: hospitales sin medicinas, sin insumos básicos y sin capacidad de respuesta para emergencias colectivas. En lugar de camillas suficientes, sillas. En lugar de atención digna, improvisación. En lugar de prevención, abandono.
Lo que revela la explosión
Lo ocurrido en Zaragoza no es un caso aislado. Es síntoma de un sistema colapsado que lleva años acumulando subejercicios presupuestales, recortes y falta de inversión. Cuando la vida de decenas depende de segundos, la infraestructura no está a la altura: y el resultado lo pagan los ciudadanos, no los funcionarios que deciden los recortes desde un escritorio.
Un país que no puede garantizar camillas para sus heridos no puede presumir que “primero los pobres”. Lo que pasó en Santa Martha es un espejo del México real: violencia, accidentes, emergencias… y un sistema de salud incapaz de responder. La gente se quema, la gente sufre, y lo único que llega rápido es la improvisación.