Muchas veces hemos escuchado hablar del control emocional o la inteligencia emocional, pero no entendemos del todo a que se refieren con esto.
Empecemos por saber ¿Para qué sirven las emociones? Las emociones son parte de nuestro desarrollo como especie y nos han permitido sobrevivir. Se expresan a través del cuerpo, de los gestos, de la expresión de la cara, así de nuestros pensamientos.
La emoción es una tendencia a actuar y se activa con frecuencia por algunas de nuestras impresiones grabadas en el cerebro, o por medio de los pensamientos, lo que provoca un determinado estado fisiológico en el cuerpo humano.
Evidentemente todos y cada uno de los seres humanos tenemos diferentes maneras o formas de controlar nuestras emociones. Desde la época de Platón hasta nuestros tiempos hemos estado en busca del autodominio, el ser capaces de soportar las tormentas emocionales a los que somos sometidos en el día a día, todos con el objetivo de llegar al equilibrio, no a la supresión emocional; cada sentimiento tiene su valor y su significado.
Cuando las emociones son demasiado apagadas crean aburrimiento y distancia; cuando están fuera de control y son demasiado extremas y persistentes se vuelven patológicas. En efecto, mantener bajo control nuestras emociones es la clave para el bienestar emocional.
Aprender a conocernos y saber cuáles son nuestros botones rojos que estalla en nosotros o cierta emoción que nos es difícil controlar es una de las cosas más importantes que debemos saber con respecto a nuestras emociones, pues así será mucho más fácil aprender a controlarlas y no dejar que ellas nos controlen a nosotros.
La mayoría de los estudios coinciden en que la» ira» es el estado de ánimo en el que la gente cae continuamente y el más difícil de controlar. Un disparador universal de la ira es la sensación de encontrarse en peligro. El peligro puede estar asignado no solo a amenaza física sino también, como ocurre con mayor frecuencia, por una amenaza simbólica a la autoestima o a la dignidad, ser tratado de manera injusta, ser insultado, o menospreciado. Estas percepciones actúan como gatillo detonador de una serie de pensamientos negativos en nuestra mente.
Todos los que alguna vez hemos sufrido un ataque de ira coincidirán que al final de éste el resultado es desastroso, pues el sentimiento lejos de ser satisfactorio se vuelve todo lo contrario, repites en tu mente una y otra vez la escena en tu cabeza y cada vez te sientes más culpable.
Cuando tendemos a caer en este tipo de ataques lo mejor es actuar antes de llegar al límite, retirarte de la escena no caer en provocaciones y buscar un lugar donde podamos pensar con calma y desmenuzar cual fue la causa que provoco esta discusión. Te puedo asegurar que en la mayoría de los casos no había una razón de peso para llegar a este conflicto y si lo había siempre hay formas distintas de solucionarlos.
Cuando aprendes a controlar tus sentimientos empiezas a vivir de manera distinta, pues te sabes seguro y te darás la oportunidad de pensar antes de actuar.
Lo más importante es que tus hijos también aprenderán a administrar mejor sus emociones, recuerda tu siempre serás ejemplo para ellos.