-“Las cosas son como yo digo, y si te gusta, eh. Si no, pues ya sabes dónde está la puerta”,dice contundente Alberto a Lidia.
Después de 14 meses de relación, Lidia no soportó más y esa misma noche le dijo a su caprichoso novio que está cansada de hacer su santa voluntad. Y todo por miedo a que se enoje.
Sin embargo, para Alberto el intento de arreglar las cosas de Lidia es un reclamo sin justificaciones.
-“Eres muy injusta en ponerte a decirme esas cosas si sabes que estoy en un momento muy complicado de mi vida. En lugar de ayudarme, sólo me das más problemas”, le contesta Alberto.
Lidia guarda silencio y se le queda viendo, observándolo como si fuera un desconocido. Pero en realidad, Alberto siempre fue así, sólo que Lidia acaba de darse cuenta de cómo es en realidad su novio.
Alberto y Lidia se conocen un 14 de febrero en aquella nueva librería que abrieron cerca de sus respectivos departamentos.
Acostumbrados desde hace varios años a pasar sin compañía el “Día de San Valentín”, ven como una opción ideal comprar un libro y ponerse a leer tranquilamente.
Lo que Lidia no sabe es que Alberto lleva más de 6 años sin una pareja estable. Por lo menos no una que le dure más de una semana.
Y ese argumento de “estoy en un momento muy complicado de mi vida” lo ha escuchado desde hace 14 meses. Y es el mismo que se tuvieron que chutar las anteriores parejas de Alberto.
Porque para él, siempre ha estado y está en el peor momento de su vida. Nadie lo comprende y nadie hace todo lo posible por hacerlo feliz. En su corta vida, porque no llega a los 30 años aún, nadie se ha preocupado por él. Según…
Pero hay algo que Alberto no toma en cuenta y eso es que tanto su mamá, como su papá, se desviven por complacerlo en todos sus deseos…
Al cumplir 26 años, le compran un departamento donde él quiere y lo amueblan a su gusto, pues dice que ya es tiempo de ser independiente. Y durante todo un año, le compran la despensa en lo que logra establecerse y conseguir el empleo que lo haga feliz.
Un día cualquiera, Alberto discute a gritos con su mamá:
-“No has venido en cuatro días y la cocina del departamento está hecha un asco. No puede creer que seas tan egoísta como para irte de vacaciones con tus amigas sin que te importe cómo estoy.”
Josefina, la mamá de Alberto, guarda silencio. Ese mismo silencio que mantiene desde hace más de 26 años, cuando empezó a cumplir hasta el más pequeño capricho de su hijo menor.
Alberto es el último de tres hermanos. Posiblemente por esto es que para la familia entera su voluntad es casi una orden.
Si Alberto quiere desayunar huevos un primero de enero, cuando todas las tiendas están cerradas, entonces los papás tienen que manejar por toda la ciudad para conseguir los huevos.
Si Alberto quiere festejar su cumpleaños en la casa de Cuernavaca con todos sus amigos y entre semana, entonces todos tienen que faltar a sus empleos y pagar el transporte y lo que cueste su fiesta.
Desesperada, Lidia le dice con impotencia a Alberto:
-“No sé cómo tu mamá no te dio una cachetada a tiempo. Eres insoportable.”
Alberto la mira con los ojos encendidos de furia y le contesta:
“Lárgate. No serás la primera que sale de mi vida. Estoy acostumbrado a que siempre me traicionen y me lastimen.”
Lidia reflexiona por un momento y se da cuenta que su novio de 27 años siempre se comportó como si tuviera 15. Que su máxima preocupación siempre ha sido verse joven y el halago más grande que le pueden hacer es decirle que se ve como de 20 años.
Alberto tiene pavor a envejecer y compra todos los productos que salen al mercado para evitar las arrugas. Se cuida de no estar demasiado tiempo bajo el sol y viste muy juvenil, tal vez demasiado para su edad.
Esos pequeños, o grandes detalles, Lidia nunca los quiso ver. Pero esta noche, se da cuenta que su novio nunca crecerá y le dice con dolor, pero resignada:
-“Tienes razón, Alberto… Como siempre quieres que sea, tienes razón y todos los demás somos los que estamos mal. Por eso me voy. Adiós.”
En el periodismo de vida de este lunes, esta historia que parece sacada de una novela de Alejandro Dumás, se repite muchas veces y todos los días.
¿Te has encontrado en algún momento de tu vida con alguien que parece encantador o encantadora, alguien que además de su belleza física, se comporte con una ternura que difícilmente encontrarías en alguien de su edad?
Si tu respuesta es “sí”… Esa persona podría ser uno de los tantos casos del famoso “síndrome de Peter Pan”.
Para aquellos que lo han conocido de cerca, ya saben que la escena entre Lidia y Alberto es algo que se repite constantemente.
El término “síndrome de Peter Pan” ha sido aceptado en la psicología popular desde que se publica el libro del doctor Dan Kiley en 1983, titulado “El síndrome de Peter Pan, el hombre que nunca crece”.
Este síndrome se caracteriza por la inmadurez en ciertos aspectos psicológicos y sociales. La personalidad de estos individuos es inmadura y narcisista.
Según Kiley, aunque la persona crece, mantiene rasgos de irresponsabilidad, rebeldía, cólera, arrogancia, dependencia y negación al envejecimiento.
Rasgos que curiosamente ocultan una personalidad insegura y un miedo terrible a no ser queridos y aceptados.
¿Cuántas parejas en nuestra vida hemos tenido así? O posiblemente nos encontremos en el otro lado, padeciendo este síndrome sin darnos cuenta y echándole la culpa al destino de por qué las personas se alejan de nuestra vida.
Sin embargo, esto es tan común de lo que pensamos. Y si no, aquí va la pregunta del periodismo de vida de hoy:
¿Has tenido alguna relación, de pareja o amistosa, con alguien así? Cuéntame en las redes sociales de QTF cómo fue tu experiencia.