-“¿Quieres una calaverita?”, le pregunta Laura a Roger.
Él, con una expresión de terror en el rostro, mira el cráneo azucarado con detalles de colores adornándolo.
Laura se da cuenta de la impresión de su amigo y le dice divertida:
-“No te asustes, Roger. Es de azúcar y lo de colores es dulce también. Aquí en México se regalan y te las puedes comer.”
Roger es compañero de Laura en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Desde hace meses, ella le ha contado sobre la tradición del Día de muertos en México y Roger casi le suplicó que lo dejara venir con ella para presenciar de cerca aquello que le parece surrealista.
Para un estudiante de Derecho que ha crecido toda su vida con el famoso Halloween, resulta muy complicado comprender que para Laura y su país se conmemore a la muerte como un culto muy en serio, pero también con un ambiente festivo.
-“Pero es que es el cráneo de un muerto”, le dice Roger asustado a Laura.
Laura ríe y le da un mordisco a la calaverita, mientras le dice a su amigo:
-“Pues qué muerto tan sabroso.”
Al mismo tiempo, Roger queda anonadado al ver las calaveras monumentales de papel maché, colgadas de varios puestos en aquel mercado a donde lo llevó Laura.
-“¿Qué es eso que huele tan fuerte?”, pregunta Roger.
Laura olfatea un momento para distinguir a qué se refiere Roger y contesta:
-“Pues hay varios olores. El de las flores de cempasúchil… el del camote… el de la calabaza en tacha… y el del copal.”
-“Cempa… qué…?”, pregunta Roger, aún sin dominar las palabras de origen indígena.
-“Cempasúchil. Las flores naranjas que ves por todos lados”, le dice Laura.
En ese momento, Laura y Roger llegan hasta un puesto donde venden pan de muerto y ella feliz compra un par para los dos.
Laura le entrega el suyo a Roger, diciéndole:
-“Mira, este es pan de muerto y está riquísimo.”
Roger, aterrado, le pregunta:
-“¿Quieres decir que este pan está hecho con restos de una persona?”
Laura ríe a carcajadas, mientras varias moronas de pan salen de su boca.
-“Claro que no. Es como cualquier pan, pero mira, estas cositas protuberantes se supone que son como los huesitos. Pruébalo, está muy rico”, le dice Laura.
Roger se arma de valor y prueba un trozo del pan. De inmediato su cara se transforma y dice:
-“Está mucho bueno, mucho rico este muerto.”
Y así, durante una tarde completa, Laura lleva de paseo a Roger por uno de los tantos mercados de México donde se consigue todo lo necesario para festejar el Día de muertos.
Hoy, en este periodismo de vida, estamos recordando muchos de los elementos tradicionales que hacen de nuestra celebración de los Santos difuntos, una de las fiestas más coloridas y significativas de la cultura mexicana.
Eso que a extranjeros como Roger parece surrealista, es lo que distingue a México de los demás países con respecto al culto a la muerte. Porque para nosotros también es una fiesta ese viaje al otro mundo.
Pero, ¿cuándo comenzó esta fiesta?
La tradición se remonta a la época prehispánica con los indígenas de Mesoamérica, como los aztecas, mayas, purepechas, nahuas y totonacas. Culturas que conservan los cráneos como trofeos y los muestran durante sus rituales que simbolizan la muerte y el renacimiento.
El noveno mes del calendario azteca, cerca del inicio de agosto, marca la celebración de un mes completo dedicado a la muerte. Fiestas presididas por la diosa Mictecacihuatl, reina del inframundo, dan origen a lo que ahora llamamos “la muerte”.
Cuando los conquistadores españoles llegan a América en el siglo 15, quedan petrificados ante las prácticas paganas de los indígenas, calificándolas de inhumanas y terroríficas.
Entonces, para convertir a los nativos en católicos, mueven de fecha esta festividad a principios de noviembre. Coincidiendo así con el Día de todos los Santos y todas las almas. La combinación de los rituales indígenas con las fiestas católicas da como resultado el Día de muertos que actualmente conocemos.
Las fiestas comienzan desde el 28 de octubre, cuando se recuerdan a las personas que murieron en algún accidente; el 30 está dedicado para los bebés que murieron antes de ser bautizados; el 31 se celebra a los niños difuntos menores de 12 años; el 1 de noviembre es el Día de todos los Santos y el 2, después de las 12 del día, es cuando se cree que las almas de los muertos se van.
También existe la creencia de que los niños regresan el día 1 de noviembre y las almas de los adultos el 2.
Curiosamente, nosotros no celebramos la ausencia de nuestros seres queridos que fallecieron. La fiesta del Día de muertos se refiere más bien a la presencia de esas almas que han trascendido a la eternidad y que durante dos días en particular regresan para disfrutar de las ofrendas que les dejamos en un altar.
Parte de la tradición es el uso de las flores de cempasúchil que representan el camino que los muertos deben seguir. La luz y el calor de las veladoras los ilumina y acompaña a través de la oscuridad del sepulcro. Los aromas de los platillos en las ofrendas los nutre y les hace recordar la importancia de compartir los alimentos con la familia.
En las ofrendas se colocan los manjares que preferían nuestros familiares en vida, en medio de flores, papel picado, fotografías, juguetes o cualquier objeto que una a los vivos con los muertos.
Sin duda, se trata de una fiesta única de los mexicanos donde se conjugan la gastronomía, la música y sobre todo la importancia de la familia. Una festividad reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial.
Hoy, te invito a que compartas en las redes sociales de QTF una fotografía de tu ofrenda y que me digas cómo es que festejas estas fechas en compañía de tu familia.