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El arqueólogo Israel Elizalde es parte de un equipo de investigadores que está trabajando para arrojar luz sobre los animales que eran mantenidos en cautiverio en Tenochtitlán. Uno de los más graves obstáculos es que el sitio donde se cree que estaba el vivario no se puede excavar, ya que -paradójicamente- sobre sus ruinas se levantó un edificio en el que funcionan hoy los laboratorios de arqueozoología del Instituto Nacional de Arqueología e Historia.

A este espacio, no se le puede aplicar la idea de un zoológico actual. Esto ocurre porque investigaciones realizadas en los últimos años han revelado que la principal función del espacio era más religiosa, que de preservación y observación de las especies. Por eso, los arqueólogos han preferido llamarlo vivario, que literalmente significa lugar de vida.

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Ante la imposibilidad de realizar excavaciones directamente en el sitio, los arqueólogos pasaron a estudiar los vestigios de animales encontrados en el propio Templo Mayor, donde se realizaban los rituales.

“Lo que sabíamos antes era que había una gran diversidad [en el vivario], pero ahora conocemos cuales especies podemos asegurar que estuvieron ahí en cautiverio. Por otra parte, conocemos el cuidado y la selección que las personas responsables por este lugar tenían”, comenta Elizalde. El arqueólogo afirma por ejemplo que entre los vestigios encontrados hay huesos fracturados de rapaces. “Las alas eran fracturadas para que las aves no volaran. Esto nos habla de un conocimiento anatómico que tenían los cuidadores en Tenochtitlán. Porque tampoco fracturaban partes que acabarían con la vida del ejemplar”, concluye.

Con información de El País

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