Fernando Renjifo escribió sobre la obra del arista de Guatemala Franco Arocha lo siguiente: alguien pasea por la Ciudad de México. El pintor-paseante deslocaliza su deriva, se deja fascinar tal vez por la novedad. Exilio voluntario de su propia cartografía emocional. ¿Cuánto trae, él mismo, en la mirada, donde la negación de su virginidad es un peldaño hacia la construcción de un lenguaje? El secreto sigue siendo el rostro de las cosas, pero: ¿soy yo-es él pintor desubicado-quien siente que desvela algún secreto? El pintor-paseante se asombra.
Y entonces, tal vez, lo reafirma, como las arrugas evocan el tiempo sobre la piel: los muros tienen piel, pregúntenle al muro, se acaba diciendo él mismo. Busca, pero no lo busca. Hay alguien que pasea por la ciudad de México. Y al que le gustaría redactar una receta de la repetición. Como una forma de trivializar el arte-como una post-moda de la bienintencionada democratización del arte-que no acaba sino reafirmándose en el propio gesto. Ahora: nuevos continentes, antiguos brillos, patrimonio del paseante.