A 32 años del terremoto del 19 de septiembre de 1985, México recordaba con solemnidad la tragedia que había dejado edificios derrumbados y familias incompletas; pocos hubieran creído que el mismo día pero de 2017, una catástrofe similar volvería a vivirse y mucho menos que ésta sería la que despertaría el nacionalismo de un país con tejido social fracturado.
Las calles fueron tomadas por la ciudadanía. Ayudar a quienes resultaron afectados por la contingencia se convirtió en prioridad. La organización civil no esperó a que las nubes de polvo se disiparan y mucho menos, se detuvo a pensar en los riesgos de la solidaridad.
Nos llenamos de orgullo entre la desolación. Fuimos testigos y partícipes de los primeros pasos para revertir la tragedia, acunamos a México entre nuestros brazos y nos permitimos reaccionar sin dependencias ni paternalismo, nos convertimos en uno solo sin escatimar.
Las cadenas humanas de ayuda se extendieron por todas las trincheras. Las manos no han hecho falta para remover escombros, movilizar y organizar víveres, donar y compartir datos. Las tecnologías de la información criticadas por apoderarse de la vida cotidiana, retoman su lugar como instrumentos y las instituciones trabajan en colaboración con la ciudadanía.
El movimiento ha sido encabezado por los jóvenes, quienes salieron ante el llamado silencioso que los reclama como la generación del cambio y de un futuro que en cuestión de segundos se hizo presente. Son ellos los que han puesto el ejemplo y los que continúan al frente como líderes de la reconstrucción del país.
En un breve lapso de tiempo México cambió, personas de todas las edades salieron a la calle para unirse a fuerzas federales y organizaciones de rescate. Gritos de apoyo como “sí se puede” retumbaron en zonas colapsadas y con esto, la sociedad se dio cuenta del poder que tiene cuando en forma organizada actúa en beneficio de nuestro país. Desde este espacio envío todo mi reconocimiento y respeto a las mujeres, hombres, adultos mayores, jóvenes, personas con alguna discapacidad y a todos aquellos héroes anónimos que arriesgaron su vida, donaron su tiempo, conocimientos y esfuerzo para apoyar generosamente.
Con aliento hemos sido testigos de cómo rescatistas de 14 naciones unieron esfuerzos a las labores de rescate y remoción de escombros, esos que también se volvieron por instantes mexicanos.
Aún queda mucho por hacer y definitivamente no será sencillo superar el reto que viene por delante. Nos toca estar atentos y ser puntuales observadores de todas las aportaciones que generosamente están fluyendo. ¿Quién auditará las donaciones y las numerosas cuentas que han aperturado con este fin? La desgracia también trae corrupción en la solidaridad.
Este México despierto no soltará los dictámenes de los edificios derrumbados. Será feroz en denunciar la corrupción de autoridades e inmobilarias.
No habrá memoria de corto plazo; la ciudadanía organizada, informada y colaborando en un mismo canal con las autoridades de los tres niveles de gobierno podremos encarar este difícil momento.
Gracias por recordarnos de qué está hecho México. Es mi opinión…