De entre los peligros que han acompañado al ser humano, mirar ocupa hoy un papel secundario pese a tenerse ejemplos tan antiguos y lastimosos de su pujanza como el mito griego de Orfeo, a quien le fue otorgada la oportunidad de volver, desde el inframundo, a su esposa, Eurídice, bajo la condición de no mirarla.
Orfeo, como se sabe, falló. En una primera interpretación se podría concluir que el instinto y el miedo lo traicionaron. Si se ahonda en la problemática, podría llegarse al cuestionamiento de si en realidad no fue a ella a quien se le traicionó, ya que corre con la consecuencia directa. Pero tal vez, como reflexiona Marianne, en “Retrato de una mujer en llamas” (2019), el devenir respondiera a que la elección no provenía del amante, sino del poeta… ¿Y si Eurídice se lo hubiera pedido?
La trama de la cinta, situada a finales del siglo XVIII, en Reino Unido, presenta a una joven artista que debe pintar el retrato de boda de una mujer, lo que desata una serie de encuentros y desencuentros marcados, muchas veces, más que por los diálogos entre las protagonistas, por la intensidad de sus miradas.
¿Qué miramos cuando miramos al ser amado? ¿Cuántas miradas bastan para memorizar un rostro? Quien haya mirado unas manos pensando en que desearía verlas envejecer sabrá del miedo que causa no saber cuántos destellos de vida nos caben en la memoria. Quienes se atrevieron a caminar sin mirar atrás supieron hasta entonces que lo que más dolía era saber que a través de la ventana alguien les observaba con el brillo que siempre desearon, pero ya no les interesa.
Sí, hubo una época en la que mirar destruía reinos y condenaba descendencias. Hoy habitamos los días en que mirar pareciera haberse tornado en una actividad menospreciada, que por usual no puede llamarse sorprendente. Ha sido limitada.
Dirigida siempre hacia abajo, sobre nuestras manos, que sostienen una pantalla, le hemos quitado el placer de sorprender y llevarnos a reaccionar como lo haría el poeta. La hemos condenado a mantenerse fija sobre los colores falsos de videos y fotografías de lugares y personas por las que jamás iríamos al inframundo.
Con suerte, un día, descubriremos como lo anticipó Vicente Huidobro, que quienes creyeron mirar estaban siendo mirados.