Siempre escuchamos que los padres temen la entrada de su hijo a la adolescencia, inclusive es frecuente que la nombren como “aborrescencia”. Lo cierto es que esta fase del desarrollo de nuestro hijo o hija también trae consigo una nueva posibilidad de cambio y de creatividad tanto para nuestras familias, como para cada uno de sus miembros.
Llegada la adolescencia, el joven deberá zafarse de la relación tan cercana con
sus padres, hasta ahora sus únicas figuras de amor, para poder elegir otras posibilidades
de amistad y de enamoramiento fuera de la familia. Si lo pensamos desde la psicología evolutiva, esta acción será la base de la cultura y de la sociedad. Si la sexualidad del chico se queda imbuida en la misma familia de origen no habría posibilidad de formar nuevas familias, y por lo tanto continuidad genealógica. Bien lo dice la Biblia: “Dejarás a tu padre y a tu madre”.
Los padres entonces, deberán renunciar a su lugar en la vida de su hijo o hija, y aceptar que ya no son las figuras más importantes. El psicoanalista francés Phillipe Gutton introduce el término de“obsolescencia” para aludir al proceso de abandono de las figuras parentales en beneficio de la búsqueda de nuevas personas más afines en edad e intereses. Padre y madre deben aceptar que ya son “obsoletos” en la vida amorosa de su hijo o hija. Para el adolescente es necesario “hacerse camino al andar”, para formar una base de sentimientos de genuina individuación y de cohesión, sentimientos que aportan seguridad y confianza. Así es que en su necesidad de diferenciarse, el adolescente abandonará a las figuras parentales, como objetos de amor y como modelos.
Esto hará que los padres tengan que confrontarse con ellos mismos, con sus propias historias adolescentes, pero también con su presente y con cómo se encuentran ellos en estos momentos de sus vidas.
Hay mamás que sacrificaron sus propios trabajos para cubrir las necesidades de su familia, y así poder dedicar su tiempo a los hijos, alimentándolos, llevándolos a la escuela y a otras actividades, ayudándoles con sus tareas, etc. Cuando sus hijos entran a la adolescencia estos necesitarán mayor independencia, y querrán hacer todas estas actividades o solos o con su grupo de amigos. Al llegar a casa, lejos de acercarse a la madre a contarle sus cosas, tenderán a encerrarse en su recámara o en cualquier medio social virtual. La madre quedará a deriva, sola y sintiendo que ya no es necesaria, que lo que hace ya no es valioso o importante. Se podrá sentir demeritada frente a su pareja y frente a sus hijos.
Algunos padres también sentirán que pierden el trono, y que los hijos que antes lo admiraban ahora lo ven como ese viejo gruñón que sólo llega a casa a reclamar o a ver la televisión. Sentirán que sólo son una cartera gigante y que los hijos se acercan a él únicamente para pedir (dinero, permisos, el coche, etc.). De la misma forma su proyecto laboral se verá confrontado: ¿han logrado lo que se propusieron desde que ellos mismos eran adolescentes? ¿sacrificaron sus sueños por cumplir estándares sociales y económicos? ¿se sienten exitosos?
Lo cierto es que ambos padres sienten que van a la baja en juventud, vitalidad y belleza, y con la confrontación sus hijos también dudarán de su inteligencia y de la actualidad de su información. Lo cierto es que la familia se sentirá rígida y anacrónica, con una visión del mundo, unos valores y unas creencias como “del siglo pasado”.
Pero ahí donde está el problema también está la solución. La adolescencia requiere que la familia cambie, se flexibilice y actualice. Cada miembro deberá revisar qué camino tomar de ahora en adelante y si verdaderamente está haciendo lo que le toca en la vida. No se vale vivir la vida a través de los hijos, vicariamente, ni colocar en ellos la motivación de la propia existencia. Los hijos están en préstamo, para soltarlos a la vida, y una buena parentalidad va a traer como resultado hijos trabajadores, independientes y que puedan irse de casa y dejar a su padre y a su madre.
Para seguir leyendo les recomiendo nuestro libro “Misión imposible: cómo comunicarnos con los adolescentes” de la Editorial Grijalbo (Penguin Random House 2015) y que escribí en coautoría con la Dra. Martha Páramo Riestra.