La envidia no solo está considerada por el catolicismo como uno de los siete pecados capitales, también puede resultar un serio problema de orden psicológico.
La envidia no es un sentimiento del que se pueda presumir o sentirse orgulloso pues en la mayoría de los casos no se puede hablar de este sentimiento abiertamente, por lo que es bastante común que se disfrace de crítica y de hipocresía.
Cuando la envidia entra en su fase más destructiva aparecen también la calumnia y la difamación. En ocasiones se habla de envidia de la buena, a pesar de ser conceptos antitéticos. Sin embargo, por el puro hecho de manifestarse, se podría concluir que es un sentimiento más cercano a la admiración que a la propia envidia, y en cualquier caso no se trata de ningún problema psicológico.
Este sentimiento que daña tanto a la persona que lo padece como a la persona que lo genera, se da en todos los ámbitos, en algunos casos se da en el mismo seno de la familia, incluso con la propia pareja o los hijos. Pero ¿cuál es el factor que la genera?
Es razonable suponer que el anhelo por poseer o parecerse a tal o cual persona está muy relacionado con la insatisfacción de lo que se es o se posee.
Hay dos tipos de envidia la envidia objetiva, que puede tener su centro de obsesión en el objeto o bien que posee un tercero, bien sea de orden material, intelectual o de cualquier otra índole. Es sin duda un sentimiento negativo donde se infravaloran las propias capacidades, situándose en el foco de la felicidad fuera del alcance de uno mismo para concentrarse en las posesiones, cualidades o status del otro.
La envidia subjetiva, al contrario, no considera un objeto de deseo en particular. Es más; por lo general no existe un objeto envidiable. El envidioso en este caso, no desea ni siente envidia por las posesiones de un tercero, al menos no de una manera directa; su foco de atención se dirige fundamentalmente a la felicidad que experimenta una persona. Este trastorno psicológico, muy relacionado con la soberbia y el egoísmo, no pretende ni ansía, como objetivo principal, sino que su verdadero deseo, en el fondo, es que al otro le vaya mal. El límite que separa a la envidia del odio es tan difuso que es probable que ni siquiera exista.
Cuando se trata de una patología, la envidia puede convertirse en un elemento autodestructivo. En realidad, todos los sentimientos cuyo origen y destino es el mismo o sea la propia persona, como pueden ser la envidia, la vergüenza, la rabia, los celos o el miedo entre otros, siempre tienen un componente auto destructivo.
En el momento en que se pierde el eje de la propia existencia desaparece el valor de la autoestima, la confianza o cualquier tipo de empatía que matice los sentimientos negativos, supeditando la propia realidad a otras realidades ajenas y comúnmente inalcanzables.
La ansiedad el odio y otras pasiones desenfrenadas se convierten en alimento para nuestro monstruo emocional por decirlo de alguna manera, sin lugar a duda nada envidiable.
Buscar ayuda profesional para sacar de nuestras vidas este tipo de sentimientos que solo nos destruyen a nosotros y a quienes nos rodea es una forma de buscar la felicidad, esa que sí es para nosotros y solo depende de nosotros mismos alcanzar.