Cuando la búsqueda persiste

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Por: Gargouille Errante

Durante el siglo pasado la poeta Elizabeth Bishop (1911-1979) propuso el entrenamiento en «el arte de perder» para comprender que «se domina fácilmente»; que al perder algo cada día, al aceptar la angustia se es capaz de confirmar que perder las llaves, incluso nombres y lugares no «ocasionará el desastre». 

Erudita, perteneciente a la clase acomodada de autoras y autores anglosajones y compañera de generación de T.S. Eliot y Wallace Stevens, Bishop logró hablar con maestría sobre las pérdidas en su entrañable poema Un arte, a propósito de sus exilios por razones creativas y personales.

En un hecho paradójico, hoy México se ha vuelto territorio de mujeres entregadas al «arte de buscar». Con un registro de personas desaparecidas, que según la última cifra ofrecida por el subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas, suma 73,201 personas sin localizar, desde 1964, cuando antes de 2006 se tenía registro de 1,523, estas madres han incursionado en una labor penosa y trágica: la búsqueda de sus hijos e hijas desaparecidas.  

Apenas en septiembre pasado un desgarrador video dio una idea del impacto violento que puede traer el hallazgo de un cuerpo, tras la búsqueda persistente de una vida. Una mamá buscadora encontró los restos de su hijo desaparecido en Hermosillo, Sonora.

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Las rastreadoras y el colectivo Solecito son dos de los ejemplos más claros y robustos de familiares de personas desaparecidas que por años han mantenido una búsqueda incesante con apenas los insumos necesarios, para solo algunas ocasiones, y con mayores logros que las propias autoridades, quienes suelen llegar tras el trabajo ejecutados por ellas. 

A lo anterior es pertinente sumar su incidencia social en torno a la pacificación, la justicia, la memoria y la paz. Más allá del arte de perder y del arte de buscar, quedan los deseos en este texto de una sociedad que persista en el arte de persistir.

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