El matrimonio es una institución creada por el hombre (si lo desean, utilizando la religión como emblema) con fines mercantiles, que pretende proteger el patrimonio, y generar una “sociedad” de dos personas que fortalezca el tejido social y económico. Por eso antes, y todavía, los matrimonios se planeaban y arreglaban, uniendo a dos familias relativamente fuertes ya sea en lo social o en lo económico y de esta forma robustecer la economía de una población dada. Esto, permitía a los vástagos un mejor y mayor acceso al área laboral, educativa o financiera (y a un subsecuente matrimonio). Las consecuencias de ello en lo afectivo y lo moral también entraban al juego pero en forma secundaria.
Hoy por hoy se tienen estudios que afirman que el divorcio empobrece y que la pobreza disminuye el acceso a la educación superior por parte de los hijos, y que, a menor nivel educativo mayor probabilidades de que, al contraer matrimonio, este termine en disolución. En pocas palabras, es un círculo vicioso en el que el divorcio genera pobreza económica y educativa en los hijos, lo que a su vez genera más divorcios. Como si fuera una segregación Darwiniana, los divorciados se van debilitando y evolutivamente van empobreciéndose. No lo digo yo, lo dice el Time citando cifras y más cifras, pero tiene sentido.
Cuando pensamos en la realeza y la forma en que los países monárquicos acordaban los matrimonios de sus personajes reales con la finalidad de fortalecer alianzas y riquezas esto nos queda más claro. Todos recordamos a la Princesa Diana como aquella mujer que vino a poner el desorden. No contenta con poder acceder al trono de la Gran Bretaña, ella además quería amor, romance, fidelidad y respeto, cual princesa de Disney.
Por un lado las mujeres empatizábamos con ella y deseábamos que así fuera, reclamando la injusticia de un reinado frío, con una suegra que parecía la villana de Blanca Nieves y un marido indiferente hasta la crueldad. Se nos olvidó que el matrimonio es una sociedad arreglada, que tiene un proceso y un fin muy claros y que pretende un beneficio ulterior, más allá de los caprichos románticos de la dama.
Yo creo que hoy en día aquellos hombres y mujeres que pretenden iniciar una vida marital deben pensar esto con claridad. El matrimonio debe implicar mucho más que la idea romántica del amor eterno. Es principalmente una sociedad que tiene como fin generar un núcleo rico en recursos (de seguridad, de amor, económicos, educativos, etc.) para que los hijos puedan crecer fortalecidos en todas las áreas de su vida. Cuando es tiempo de vacas flacas, ambos miembros de la pareja deben arremangarse la camisa, ponerse el overol y tratar de sacar el buey de la barranca. El divorcio empobrece a todos. Más allá del enamoramiento pueril y adolescente que nos arroja a tomar decisiones tan importantes como el matrimonio piensen: “¿A quién quiero yo como socio o socia?”