Dando una clase de psicoanálisis y analizando las diferentes estructuras mentales, un alumno-colega de Puebla me recordaba cuando alguna vez a un famoso gobernador lo grabaron hablando con otras personas sobre determinados delitos y fraudes que él estaba cometiendo. Cuando este gobernador fue cuestionado por la prensa acerca de este audio con su voz, él contestó algo perturbador:
“Sí es mi voz, pero no soy yo”
Este es el discurso perverso y nos deja anonadados porque está dicho con absoluto convencimiento, obviamente, por un perverso. ¿Cómo es posible que ambas afirmaciones sean ciertas simultáneamente? ¿Cómo?
Para entender esto sólo queda tratar de comprender el mecanismo mental que utilizan algunas personas para defenderse de hechos desagradables. El mecanismo de defensa llamado “desmentida” fue descubierto por el psicoanalista Sigmund Freud y explicado en 1923 cuando hablaba de la sexualidad infantil. Freud se percató que los niños pequeños, al ver a su hermanita desnuda, negaban el hecho de que ella no tuviera pene. Esto debido a la angustia de ver algo tan diferente a él, y al miedo de que a él le pudiera pasar lo mismo, perder su pene, como él pensaba que le había pasado a la niña.
Este fenómeno lo encontró tanto en niñas como en niños. La niña negaba su falta de pene y pensaba que le iría a crecer más adelante, y por mientras, en los años de latencia (entre los 6 y los 11 años aproximadamente) se comportaría en una forma más masculina, jugando futbol y trepándose a los árboles.
Con el tiempo, ambos sexos se harían a la idea de que así es la cosa y ni modo, dejarían de “desmentir” esta realidad.
Sin embargo, Freud notó que algunas personas al crecer seguían mostrando esta forma de funcionamiento mental. Pareciera como si su mente estuviese dividida. Una parte de su mente sí veía la realidad y la otra no. La otra creía completamente en su deseo interno.
Esto lo vemos más claramente con el transexual que ve, por ejemplo, su pene y sabe que sí está ahí, pero con la fuerza de su deseo lo niega y se cree mujer.
Pero el discurso perverso está también en otros personajes, como Michael Jackson que se creía blanco y amigo de los niños, cuando en verdad era afroamericano y un predador sexual de infantes. O Elba Esther que piensa que operándose la cara sin fin se va a ver más guapa y joven, cuando en verdad su abuso la fue deformando. Con un ojo sí ve su deformidad, y con el otro ojo se ve como una chamaca guapa de 30 años.
Pero el discurso perverso más grave es el que se da desde el poder, y para ello tenemos de ejemplo a Trump. Recordemos que un ojo ve la realidad externa y otro la interna (obvio esto es una metáfora), y el convencimiento de Trump para afirmar eventos que son contradictorios entre sí es tal, que el oyente se queda perplejo, sumido en esa inquietante extrañeza de lo ominoso. Ejemplos de la perversidad en el discurso de Donald Trump son tantos que nos azoran, pues la desmentida se le da en forma constante. Los invito a que analicen el discurso de este personaje, y de muchos otros personajes de nuestra vida política con este nuevo concepto en mente, puede ser un ejercicio interesante y terrorífico.