Septiembre es mes de huracanes por excelencia. Climatológicamente más del 90% de los huracanes se producen después del 1 de agosto, por lo que finales del verano y comienzos del otoño representan la época óptima para el desarrollo de estos sistemas en el trópico, reseña el diario El Tiempo de España.
De hecho, hace tan solo unos días se alcanzó el pico máximo de la temporada ciclónica – que comenzó el pasado 1 de junio y que se dará por terminada el 30 de noviembre- con algunos huracanes que en pocos días serán noticia por sus devastadoras consecuencias.
Florence de categoría 4 es uno de ellos y se espera que impacte en las costas del este de Estados Unidos a lo largo del fin de semana.
Pero este huracán no está solo en aguas atlánticas, sino que cinco sistemas más le acompañan, alguno de ellos incluso con rumbo hacia Europa. Por otro lado, en el Pacífico, Filipinas se prepara para recibir el impacto del tifón Mangkhut, de categoría 5 con vientos sostenidos de más de 200 km/h.
“Las tormentas son más habituales tanto al final del verano, como en primavera, ambas épocas de transición de masas de aire de diferentes características. Así, a finales del verano, tanto la superficie terrestre como en nuestro caso el Mar Mediterráneo están muy calientes y en cuanto se produce una entrada de aire más frío en capas medias y altas se dan las condiciones necesarias para la generación de tormentas”, apuntó Mar Gómez, doctora en Físicas y meteoróloga durante una entrevista al diario capitalino.
¿Cómo se forman los huracanes?
Según Gómez, para poder comprender lo que ha sucedido este año es necesario saber cómo se originan los ciclones tropicales. En el caso de los que se generan en el Atlántico -los conocidos como huracanes- la mayor parte de ellos tienen su punto de partida en uno de los lugares menos imaginables: África. Aproximadamente el 60% de los ciclones tropicales y el 85% de los huracanes más intensos nacen en este continente.
En la región más occidental, frente a las islas de Cabo Verde, comienzan a gestarse muchas de las tormentas que posteriormente darán lugar a estos impresionantes fenómenos meteorológicos.
En esta región se une el aire seco y cálido del Sahara con el frío y húmedo del Golfo de Guinea. Esta confluencia de vientos genera las llamadas ondas tropicales, zonas de bajas presiones relativas que se mueven hacia el oeste en los trópicos, creando tormentas.
Sin embargo, para que tormentas como estas se conviertan en huracanes necesitan “alimentarse” y “nutrirse”, algo que consiguen al desplazarse sobre aguas más cálidas que favorecen la evaporación y posterior formación de nubes.
Durante los meses de verano, la zona del Atlántico tropical ha estado más fría de lo normal, algo que no ha contribuido a su gestación. Únicamente se formó un huracán, de categoría 2, durante los meses de verano y no ha sido hasta el mes de septiembre cuando la temporada ha empezado a ser activa.
Desde finales del mes de agosto las aguas del Atlántico tropical empezaron a calentarse, proporcionando el ingrediente necesario para la gestación de los huracanes que hoy están siendo noticia.
Gracias a este repentino calentamiento y a estas altas temperaturas de la superficie del agua del mar -no solo en la región Atlántica sino a lo largo de todo el trópico- la actividad de ciclones se ha disparado.
Evidentemente no es el único requisito para que puedan desarrollarse, pero sí es uno de los más importantes.
Con información de El Tiempo y National Geographic