Debido a los recientes suicidios de celebridades, como Anthony Bourdain o Kate Spade, considero importante hablar un poco acerca del suicidio en el adolescente.
En México más de la mitad de los adolescentes confiesan estar tristes y creer que su vida es un fracaso, mientras que 13.3 por ciento han intentado suicidarse. Son más chicas las que lo intentan, pero más chicos lo logran pues sus formas son más radicales y violentas (ahorcamiento o armas de fuego).
Moises Laufer en su libro “El Adolescente suicida” habla de ciertas señales de suicido en los hijos que pueden ser tomadas en cuenta por los padres, como por ejemplo esos chicos que no “se ven”, que no se proyectan al futuro y por lo tanto regresan a formas infantiles de interacción, replegándose y aislándose. Otros son los adolescentes de comportamientos rígidos y autodemantantes, y/o chicos que son hipersensibles a los estímulos externos, y a los que se les dificulta distinguir el mundo interno de la realidad externa. Se espera siempre que a estas edades los amigos sean más importantes que los padres. Si esto no es así será importante poner especial atención. Igual cuando abandonan su aspecto físico, están sin ganas de hacer nada, y parecen siempre aburridos.
Lo que los invade es la sensación de desesperanza, de un desborde emocional sin contención externa, el odio hacia uno mismo, o hacia ese cuerpo adolescente que cambia sin su anuencia y sin piedad. Si los padres no castigan y piden reparación por los perjuicios que han generado los hijos (sacar el coche sin permiso y chocarlo, robar algo de dinero de la cartera del padre, etc.) los sentimientos de culpa se vuelven intolerables y el chico tiende a castigarse solo. Por eso la presencia de los padres es importante, padres adultos, con límites.
Cito a la psicoanalista Beatriz Janin “Vaciamiento de pensamientos, de sentimientos, “vacío” del que dan prueba las patologías que predominan actualmente. Exceso de dolor sin procesamiento, sin nadie que contenga y calme.”
Soledad, vacío, incomprensión. Son vivencias abrumadoras, que generan el deseo de no sentir, o sentir algo, aunque sea dolor. Uno piensa que no tiene nada en común con los demás, que está verdaderamente solo, y a veces desea una fuga que parezca asemejar al dulce dormir, pero que por otro lado “incomoda a todos.”
Sabemos que causas hay muchas: La deprivación en la calidad de vida familiar, problemas de salud, divorcio, adicciones… Lo cierto es que el problema viene de atrás, no hay adolescente que exista por generación espontánea (aunque a veces así parezca). Dice Luis Kancyper “Lo que se silencia en la infancia suele manifestarse a gritos en la adolescencia.” Los problemas se gestan en la niñez, en el ámbito familiar, inclusive dice la psicoanalista Francoise Doltó que influye el deseo de muerte que los padres tuvieron con respecto al hijo, como fantasías preconceptivas, el hijo que no fue abortado, por ejemplo, y que ahora debe sobrevivir al dictum parental, es decir, la fantasía inconsciente de los padres.
Lo cierto es que sí es contagioso, inclusive por influencia literaria o cinematográfica; hay investigaciones que aseguran que después del suicidio de una celebridad incrementan los números de suicidios adolescentes mediante la misma mecánica. Cuando muere un compañero de clase hay que hacer intervención en las escuelas. El deseo suicida no se genera por una serie, ni por una celebridad que lo logre, pero si ya hay ideación suicida en el joven, dicho evento puede detonarlo por imitación, o por identificación histérica como decimos los psicoanalistas.
¿La prevención?: Nombrar la muerte. Para el adulto la muerte es algo que no se puede nombrar, como la sexualidad, pero es menester hablar con los jóvenes y que sepan que es un pensamiento común entre los adolescentes pues dicen por ahí que adolescente que no escriba poesía o no piense en suicidio no es adolescente. Sin embargo el suicidio es una “solución” definitiva a un problema temporal. La muerte es definitiva y los que quedamos vivos no lo elaboraremos nunca, el suicidio destruye toda posibilidad de vida en los padres que sobreviven.
La confusión que el adolescente tiene entre la realidad externa y la interna forma parte de su crisis identitaria y de las transformaciones en las funciones del yo. Solemos encontrar procesos melancólicos en los que el chico o la chica se identifica con lo que los de afuera, los otros, transmiten acerca de ellos (quienes a su vez están proyectando sus propios miedos). De esta forma si alguien le dice a un adolescente “eres un tonto y un inútil, no vales nada” este chico tenderá a identificarse con eso y creérselo cual si fuera cierto, sintiéndose poco valioso y “desechable”. Estos son los procesos que generan el deseo suicida: Si no valgo nada, si mis deseos sexuales son inapropiados, si lo único que hago es generar problemas en mi familia, si mantenerme resulta tan oneroso, si nadie nunca me va a querer y todos siempre me van a maltratar ¿por qué no quitarme la vida? Mato lo malo en mí: lo inservible, lo grotesco, lo rechazable.
Y aquí es donde el adulto puede contener ese resentimiento adolescente. El joven carece de la noción de mortandad como un proceso verdaderamente infinito e irreversible, por ello es más fácil imaginar las reacciones que podrían tener los demás ante su muerte, y ello lo hace más susceptibles la ideación suicida como una fantasía: ¿Me extrañarían y se arrepentirían por haberme tratado mal? La muerte es para siempre, concepto que los más chicos aún no tienen claro, de la muerte no se regresa, y no podrás ver desde arriba quiénes te lloran en el funeral, quiénes se arrepienten de haberte tratado mal.
El psicoanalista francés Phillip Jeammet desarrolla la tesis de que en el adolescente existe una relación dialéctica entre la violencia y la inseguridad interna. Debido a que el adolescente, de suyo, es vulnerable y se siente amenazado en sus límites internos y su identidad, hay un aumento de la dependencia de la realidad perceptible externa pues es el medio que tiene el chico para obtener seguridad, debido a la falta de recursos internos. Así, mientras más afectado y endeble se encuentre el yo del joven, más tenderá a a defender su yo a través de conductas de dominio sobre el otro.
Citó a Beatriz Janin: “La violencia puede ser pensada como un recurso, generalmente autodestructivo, al que muchos adolescentes apelan frente al terror de verse desdibujados en un mundo en el que se suponen sin lugar. Sería un modo de forzar al medio, de declararse existente a través de la transformación del medio.”
Lo cierto es que la violencia menos tangible pero más importante es la que se encuentra en el proceso de desubjetivación, de negación del sujeto, de sus raíces, sus deseos y aspiraciones. Esto significa convertir al otro en COSA, matarlo como sujeto.
En ideas de Kancyper, proyectar sobre nuestros hijos nuestros propios ideales narcisistas implica convertir al chico en un Golem sin sexualidad ni inteligencia, a merced del otro. Y de este tipo de violencia somos culpables no sólo los otros chicos de la edad, sino también los adultos. Profesores, consejeros y padres tendemos a negar la vida interna, intima y personal del chico adolescente por las amenazas que nos genera pensar que esa “creación” marmórea que hemos visualizado a nuestra imagen y semejanza, ha tomado vida propia, como la estatua Galatea en manos del escultor Pigmalion, una vida interna que nos es ajena y que manifiesta los dos deseos que nos han sido vetados: los de muerte y los sexuales, pues como bien sabemos son estos deseos edípicos los que se reactualizan con el devenir pubertario, y los que más nos amenazan como adultos.
Rosine Cremieux plantea que “uno de los elementos constitutivos del psiquismo es la esperanza de poder obtener ayuda externa. ¿qué efecto de desfallecimiento psíquico puede acarrear el que no haya esperanzas a nivel colectivo y que el mundo externo aparezca como peligroso?” El efecto más notorio y dañino es LA DESESPERANZA.
Y termino con una cita de Piera Aulagnier quien afirma “ si el futuro es ilusorio, lo que es indudable, el discurso de los otros debe ofrecer en contraposición la seguridad no ilusoria de un derecho de mirada y de un derecho de palabra sobre un devenir que el yo reivindica como propio; sólo a ese precio la psique podrá valorizar aquello de lo que ‘por naturaleza’ tiende a huir: el cambio”.
Y remata Beatriz Janin diciendo que el temor al futuro deja a los adolescentes en una dependencia sin salida.
En caso de que se tenga la más mínima duda respecto a un hijo, hija o cualquier otro ser querido en nuestro entorno, por favor busquen ayuda profesional. Más vale prevenir.