Guardar silencio ante la violencia es normalizarla

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La violencia se construye, no sucede por “generación espontánea”; sus manifestaciones son cada día más diversas, globalizadas y tecnologizadas.  Para afrontarla y erradicarla, hay que aceptar que es un problema de salud pública y atender sus señales de forma multidisciplinaria, afirmó Miriam Camacho Valladares.

Ante la titular de la Defensoría de los Derechos Universitarios, Igualdad y Atención de la Violencia de Género de la UNAM, Guadalupe Barrena Nájera, la jefa del área de Atención Psicológica a Víctimas de Violencia de Género, de ese órgano, también señaló que donde existe una relación interpersonal puede haber ese comportamiento negativo.

En ese sentido, puntualizó Camacho Valladares, cada persona debe realizar una revisión y marcar una diferencia en las que establece, ya sean emocionales, familiares, laborales o profesionales; así podremos dejar de percibirla como “normal”.

Lo importante no es tener una definición, sino conciencia de identificar cómo ejercemos la violencia, hacia quién; cómo los otros la aplican hacia nosotros, cómo la observamos y qué reacciones tenemos ante ello, destacó en la conferencia Prevención de la Violencia de Género en la UNAM: desafíos y soluciones.

En ocasión de las actividades por el 25N, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS)la ponente diferenció la agresión de la violencia; la primera se refiere a expresiones conductuales observables, medibles y registrables que tienen un fundamento biológico para sobrevivencia, defensa y ataque por competencia biológica.

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En cambio, la segunda es el uso deliberado de actitudes de poder; son manifestaciones emocionales (verbales, físicas, etcétera) con el objetivo de causar daño. Se trata de modelos aprendidos e imitados; genera una fractura en la percepción de seguridad de una persona, la cual va más allá de la afectación de la víctima directa, ya que se altera todo su entono emocional, familiar, etcétera.

Abundó que es una conducta, actitud o presencia como testigo (silencioso o no) que involucra dolo, planeación, intención focalizada y que tiene la finalidad de dañar, causar dolor, desestabilizar o devaluar a una persona o grupo, de forma inmediata o a mediano o largo plazo.

De acuerdo con sus afectaciones son: física (manazos, patadas, pellizcos, aventones, jaloneos); emocional (palabras altisonantes, miradas lascivas, sobrenombres, señas, muecas); social (discriminación, rechazo); económica; académica (burla por rendimiento); laboral (castigos no merecidos, etcétera); y sexual.

Para Camacho Valladares al quedarse en silencio cuando se vive o se observa una experiencia de esa naturaleza se estaría colaborando con ese acto y ayudando a concebir que la violencia es normal. Esta se recibe o se ejerce y también se puede fomentar. Por ello, hay que hacerla visible.

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Hacia mejor convivencia

Guadalupe Barrena mencionó la máxima voluntad de coordinación, colaboración y de engarzar esfuerzos y recursos para que las personas que siguen experimentando actos de ese tipo tengan a su alcance las herramientas que la Universidad en su conjunto ha dispuesto para que puedan ser atendidas.

El compromiso institucional por erradicarla articula la operación de distintas instancias. La actuación fluida de numerosas manos que intervienen en estos asuntos permite dar atención y cauce a los planteamientos que las personas necesitan hacer llegar a las autoridades universitarias. “Percibo que la confianza de la comunidad en ellas para hacerles saber las experiencias que viven en este tema se ha incrementado en los últimos años”, expresó.

En la sesión moderada por Mónica Amilpas García, de la Unidad de Género de la FCPyS, Dámaso Morales Ramírez, secretario General de la entidad, reconoció: aunque hay avances, la tarea es todavía gigantesca en este ámbito. “En términos de educación y sensibilización hay mucho por hacer”.

Por ello, anunció que se dotará a dicha instancia de más herramientas y mayor visibilidad, se fortalecerán protocolos y el acompañamiento, de tal manera que “podamos ser una comunidad sana, donde nos respetemos, libre de cualquier tipo de violencia, donde podamos convivir y podamos avanzar en nuestra profesionalización”.

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