Por: Paola López Yrigoyen
No me gusta hablar de Samuel García porque a pesar de ser politóloga de formación, y de haber heredado una tradición teórica de elección racional, nunca me ha encantado centrar las conversaciones en las (pre)campañas, procesos electorales o en una sobrevaloración de la forma de “las instituciones”. Es decir, no me gusta hablar de política en sí misma, en círculos argumentativos que muchas veces no van a ningún lado; prefiero ver, palpar, y hablar de los efectos concretos de ser animales políticos: de lo que pasa en la sociedad. Quizá por eso juego futbol y hablo de temas más ‘sociológicos’, aunque no tenga una formación académica o universitaria per se en sociología.
Por eso, independientemente de si el audio de Samuel García fue sacado de contexto por sus adversarixs en la carrera para la gubernatura de Nuevo León en 2021, o de la sobre exposición mediática a la que el mismo senador con licencia se somete, no sólo a través de entrevistas, sino a través de sus propias redes sociales y las de su esposa; este incidente, como muchos en los que García está involucrado, dan para hablar de la desigualdad imperante en México y sus efectos en la generación de una sociedad y de una opinión pública altamente polarizada, que parece no comprender la realidad más allá de las burbujas personales que generan realidades de vida totalmente distintas.
Independientemente de quién sea quien gane un “sueldito” de 40 o 50 mil pesos al mes –un servidorx público o unx ciudadanx que no tiene un cargo público—, aún ganando 16 veces más que un albañil, un sueldo de 40-50 mil pesos al mes crea una riqueza patrimonial que dista muchísimo de la riqueza que podría tener la gente que pertenece al 1% más rico de México (Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego, Germán Larrea, Alberto Baillères, o María Asunción Aramburuzabala). Es más, hay más desigualdad económica entre el 1% y el 5% más rico en México, que entre el 5% y el 95% restante en el país.
En obras como el Mirreynato (2014), de Ricardo Rapahael, se te cae la cara cuando lees que el .1% de la población gana 200 veces más que la media de ingresos de los hogares y 1086 veces más que la gente del decil más bajo. Por ende, en México conviven personas que ganan 2.5 millones de pesos (mdp) al mes, gente que vive feliz con un “sueldito” de 40-50 mil pesos al mes y gente que apenas sobrevive con 2500-2800 pesos al mes (salario mínimo). Ganar 40-50 mil pesos al mes es ganar 16 veces más que un albañil, pero ser del selecto grupo del .1% implica ganar entre 50 y 60 veces más que ese “sueldito”.
Con esto, por supuesto, no justifico el ‘sufrimiento’ de tener un “sueldito”. Es más, personalmente, ni siquiera lo entiendo porque a pesar de estar dentro del 4% de lxs millenials que ganan más de 12 mil pesos al mes, me falta mucho para poder ganar ese “sueldito”. Supongo que “sufro” más que lxs amigxs del aspirante a la gubernatura de Nuevo León, pero no tanto como la mayoría de la gente de mi edad en México.
Ahora, lo peligroso es justamente eso, que nadie en el país puede aseverar que genuinamente entiende las realidades de otrxs. La desigualdad económica entre nosotrxs es tan grande que ves a gente con yates y en fiestas de un lujo tan seductor por inasequible, a políticxs o ciudadanxs “felices” con familias e hijxs viviendo en un buen hogar y con acceso a estudios de educación superior, a jóvenes millenials graduadxs de licenciatura ahogadxs en rentas de 15,000 pesos al mes mientras ganan 8,000 al mes en promedio, a millones que apenas tienen lo necesario para sobrevivir porque todavía ganan menos (mucho) de eso, y muchas realidades que ni siquiera nos imaginamos.
Existen vidas diametralmente distintas, polos que a pesar de parecer irreconciliables, conviven en un mismo país y bajo un mismo gobierno. De ahí que no sorprenda el resentimiento vertido en redes (de todas las corrientes ideológicas y estratos sociales), y aquel que se gesta y existe fuera de las redes, el más duro, y el que mucha gente no tiene siquiera en su radar. La polarización existente en la opinión pública preocupa mucho, pero preocupa mucho más su causa estructural, y sí, creciente: la desigualdad económica.
Deberíamos de hablar de esto, más que de nuestras filias y fobias hacia personajes como Samuel García. Para bien o para mal, y sin afán de defenderlo, él también es producto de nuestra realidad (desigual). Más allá de caer en una discusión totalmente estéril por descalificar a todxs aquellxs que no comparten nuestra realidad, habría que intentar entender desde dónde, desde qué polo nosotrxs y lxs demás opinan.
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