¡“Oh my Gah” Un gringo loco llegó al pueblo!

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Un fuereño mal encarado

Willy era amigo de mi papá, se conocieron cuando mi pá le brindó ayuda en la carretera porque se le había quedad tirado su camper, esa casa rodante en la que hacía viajes por México y Estados Unidos.

Willy había sido militar y su última participación había sido en la guerra de Vietnam, cuando la guerra terminó, Willy dejó una parte de su vida ahí, dos dedos de la mano izquierda y algo de su mente y espíritu también.

Nosotros no supimos que mi papá había ayudado a Willy sino hasta como un año y medio después, cuando el gringo llegó a buscarlo al pueblo.

Ese sábado por la mañana, llegó Román, el ayudante de mi papá a la casa buscándolo.

—¿Onde anda el patrón? –preguntó.

—Acaba de llegar con la alfalfa para los animales –le contesté- anda atrás descargando con los tíos.

Ramón se fue para con mi papá, y yo detrás de él, difícilmente me iba a quedar con la duda.

—¡Patrón, patrón! –habló Román dirigiéndose a mi papá.

—¿Qué pasó, pos que traes?, parece que viste al chamuco Román.

—Pos igual y si jefe, fíjese que lo andan buscando en el pueblo.

—¿Quién?

—Pos un gringo, llegó al entronque del camino que va pa Torreón y le preguntó a Chendo el de la vulka que si no lo conocía, yo estaba ahí sentado cuando lo escuché.

—¿Y no dijo su nombre?

—No, pos nomás preguntó por un señor que compraba chivas, que traía una camioneta blanca con redilas de madera, también dijo que usaba sombrero y tenía bigotes grandotes, así mero como los suyos.

—¿De sombrero, con bigotes?, no pos he de ser el único asina –dijo mi papá riendo.

—Pos es que también dijo que la camioneta blanca atrás decía “La Paloma” y adelante traía unos cuernos pegados al cofre.

—¡A chirrión!, entonces si soy yo ¿edá? –contestó mi apá rascándose la cabeza.

—¿Y tú le dijiste algo?

—El Chendo si le dio el norte, pero mal dado, le dijo que se juera para el lado de los pinabetes, pa que rodeara más y a mí me hizo la seña para que me viniera volado a avisarle, me vine en la bici de volada, pero el gringo no ha de tardar en llegar.

—No, pos que bueno que me avisas, pero no tengo ni idea de quien sea o que busque.

En los ranchos es muy común que cuando alguien lo anda buscando a uno, no falta el buen amigo, que vaya o mande a un chamaco en friega para avisar que alguien anda preguntando por uno, sobre todo si el fuereño habla muy diferente o se ve mal encarado, así cuando llega el fuereño, el vecino ya está alertado.

—¿Nos traemos los rifles cuñao? –preguntó el tío Momo.

—No, pérate, que esos los usamos para cazar liebres o matar coyotes, además, ni sabemos las intenciones del gringo ese, a lo mejor anda vendiendo chivas.

Los demás acompañaron a mi padre con un carcajada también, mientras yo reía pero nomás por encimita.

Con un pie en el desierto

Unos 5 minutos después, se escuchó el sonido de una especie de camión,  la abuela se asomó y me dijo que le avisara a mi papá que estaba descansando bajo la sombra del durazno con una cheve en mano acompañado de mis tíos y Román que no se quiso ir hasta saber lo que sucedía.

Llegué, le avisé, el sin decir nada se levantó, le hizo una seña a los demás para que lo esperaran, se fajó la camisa y entró a la casa, en ese momento tocaron a la puerta, la abuela abrió, el gringo se quitó el sombrero y apenas estaba saludando cuando mi papá gritó:

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—¡Quiúbole móndrigo gringo loco! – dijo emocionado con los brazos extendidos.

—¡Hey diez tequilas, amigou Mexicanou! –gritó el gringo con el mismo ademán de mi papá.

Ambos se acercaron, se abrazaron con tan tremendas palmas en la espalda que hasta a mí me dolieron nomás de escucharlas.

—¡Pasále mi Willy!, mi casa es tu casa –dijo efusivo mi papá.

Nos presentó a la abuela y a mí, para luego llevarlo al patio y ofrecerle una mecedora debajo del durazno.

Primero los tíos y Román estaban muy desconfiados, pero luego nomás se escuchaban las carcajadas; las horas pasaron y las cervezas y los tequilas también, y fue entonces que escuché la historia de cómo se habían conocido mi papá y el gringo loco.

Una mañana de otoño, que mi papá regresaba de Monterrey, Nuevo León, se encontró de regreso en la carretera después de Paila, a una camioneta de esas tipo casa rodante, de la que usan los gringos para pasear, mi papá siempre se detenía a ayudar a quien fuera en la carretera, menos a los Hippies, “que batallen un poquito, de perdido que trabajen en algo”, decía cuando veíamos a alguno pedir raid o encontrábamos una combi multicolor tirada en La carretera.

Cuando mi papá bajó a auxiliar a Willy fue algo complicado, mi papá no hablaba nada de inglés, y el Willy apenas estaba aprendiendo español, pero ambos se dieron cuenta de que tenían que dejar ahí el vehículo para ir por una grúa y llevarla a un taller a Paila, ahí había dos que tres talleres mecánicos, ya si de plano no le sabían, pues se lo llevaban a Saltillo.

Las horas pasaron y el vehículo del gringo ya estaba en el taller de Paila, al parecer era la bobina y no había en el pueblo, por lo que tenían que ir hasta Saltillo a comprarla, mi papá sintió que era el momento de regresarse y se despidió de Willy.

—Bueno mi Amigo, está usté servido – dijo mi papá- si Dios quiere para mañana le entregan su mueble para que siga su camino.

—Yo estar siempre agradecidou, my Friend, yo siempre su amigou –dijo el Willy correspondiendo el saludo a mi papá-  Antes de ir… ¿Qué tal un cerveza por el calour? ¿eh?

—Pal calor, pal cansancio o por puro gusto, pero pos nos la hechamos, pero una nomás porque me tengo que ir temprano.

—Uno nomás entonces será –contestó sonriente el gringo.

Primero fueron unas cervezas, luego tequilas, en ese punto estaban mi papá, el maistro del taller y tres de los chalanes tomando y riendo como viejos amigos.

—Ándale Juan, dile al gringo que si no quiere unos tacos doraditos con cueritos –dijo el maistro del taller a Juan.

Juan quien había vivido una temporada en el otro lado, “masticaba” mejor que los demás el inglés por lo que la hizo de traductor.

Cuando menos acordaron era de madrugada y mi papá y el gringo estaban en competencias de quien aguantaba más tequilas, y aparte de las cervezas, mi papá se tomó 10 tequilas, si por eso el gringo le decía “ten” tequilas y mi papá le puso el gringo loco porque lo retaron esa noche a comerse dos órdenes de tacos dorados, bañados en salsa de árbol más dos chiles serranos a mordidas; ya se han de imaginar, el pobre tuvo que intentar bajarse lo enchilado con dos cervezas de jalón, aparte de que se golpeaba la cabeza con las manos y hacía toda clase de sonidos raros con la boca, por eso lo bautizaron como “el gringo loco”.

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Cuando se quema uno con leche…

Cuando mi papá se juntaba con los amigos yo era su “barman” oficial, el chalan, mesero y similares y conexos, pues era el que llevaba las bebidas, los hielos, la cena, la sal, servilletas, en fin, todo lo que se ofrecía.

En una de esas idas que tenía a la cocina, la abuela me dio un plato de queso en cuadritos, requesón con chile jalapeño y unos totopos como botanita, al entregármelo me dijo:

—¿Ya vistes?

—¿Qué abuela?

—A tu padre.

—Si, está plática y plática y risa y risa.

—Como pocas veces.

—Si abuela, casi nunca se ve tan contento.

—Con un gringo.

—¿Con un gringo?

—¿A poco no te has fijado que a tu papá le caen gordo los gringos?, nunca los ha querido.

—Sí, es cierto abuela, entonces… ¿por qué con el gringo loco se lleva tan bien?

—Willy, se llama Willy mijo.

—Perdón abuela, ¿por qué con el Willy se lleva tan bien?

—Pos porque nunca había conocido tu papá a un gringo.

—¿Entonces, porque no los quería?

—Eso es lo malo mijo, muchas veces no queremos, o muchas otras hasta odiamos nomás porque otras personas nos dijeron que así debía ser, porque nos han metido cosas en la cabeza, en todas partes hay buenas y malas personas.

—¿Y por qué  creemos las cosas malas abuela?

—Por eso, porque es más fácil creer lo malo que lo bueno y ni nos damos tiempo de averiguar si es cierto o no.

—¿Hay que averiguar todo abuela?

—Todo mijo, usté no crea nada nomás porque le dicen, porque cada quien habla dependiendo de cómo le fue en la feria.

—¿Por qué abuela?

—Unos se pueden divertir en la misma feria y otros no.

—Es cierto, o como en el cine, que a unos les gusta una película y a otros no.

—Así mero mijo, por eso nunca agarre opiniones de los demás porque no todas las opiniones son respetables, porque hay tantas opiniones tan pendejas que nomás hacen daño.

—Y nosotros que teníamos miedo de quien estaba buscando a mi papá, ya hasta andan platicando todos como si nada con el grin…, digo, con el Willy.

—Acaba de dar en el clavo mijo.

—¿Por qué es el miedo abuela?

—Porque generalmente le tiene uno miedo a lo desconocido y a lo desconocido es más fácil tenerle miedo.

—Entonces, ¿miedo y odio es lo mismo abuela?

—No mijo, pero si van de la manita, y todo por no darnos tiempo de conocer, de acercarnos y juzgamos antes de tiempo, lo malo es que, lo primero que uno hace es rechazar, pero luego ese rechazo fácilmente lleva al odio –dijo la abuela mientras me entregaba el plato de botanas.

Me fui con la botana al patio y al ver a aquel grupo departiendo cervezas, risas y bromas, pensé que si no se hubieran dado la oportunidad de conocerse, quizá todos seguirían pensando que los gringos no eran buenas personas.

¡Hasta la próxima semana!

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