Esta entrevista a la escritora Francesca Gargallo fue realizada el 20 de marzo de 2019.
Como complemento al diálogo compartimos una lista con canciones que abordan las mismas temáticas:
Hace cerca de cuatro décadas un pasaporte italiano llegó a México porque en Nicaragua hacía mucho calor. El documento referente a Francesca Gargallo di Castel Lentini Celentani le acompañó en su travesía al norte, ya que inicialmente la Revolución Sandinista (1979) le presentó a América Central como un espacio apto para la reflexión, donde se convertiría en referente del pensamiento —por tanto la lucha— feminista.
La reja negra que sentencia entre trazos “Vivas Nos Queremos” y “Mi cuerpo no se violenta”, en una fachada verde que anuncia servicio mecánico de bicicletas, me da entrada al encuentro apenas pactado la tarde anterior. Un hombre me pregunta, mientras maniobra estos vehículos, si no me dijeron que Francesca está enferma, respondo en negativo y me acompaña a la sala. Me presento. A la escritora se le ve descompuesta, pero permite la entrevista. Según dice, le subió la presión.
Roco se nos pasea de frente, posa y se acerca como buscando asegurar que su presencia no pase desapercibida. Una vez que consigue nuestra atención toma su distancia y reposa relajando sus patas. Y Francesca, aunque reconoce que empieza a padecer el calor de Ciudad de México (CDMX), sostiene que éste le continúa pareciendo el clima ideal de la vida.
Quien por años se dedicara a la enseñanza en la educación superior, hoy se proclama formalmente separada de la universidad como institución. En su vestido marrón, me explica que tal decisión fue producto de un proceso. Que luego de ser maestra, una maestra entusiasta, el desencanto llegó ante lo inminente de la contradicción.
Las universidades nacieron como expresión del renacimiento intelectual. El nombre oficial de la organización de esta enseñanza superior fue primero studium generale, que compitió con el de universitas hasta fines de la Edad Media. En el siglo XI, aparecieron las primeras universidades europeas con la unión de los saberes empíricos de los gremios y la tradición académica.
“A mí me ha gustado mucho estudiar en nivel universitario. He detestado la escuela, iba muy mal en la escuela, pero la universidad ha sido para mí un espacio, en cambio, de reflexión, de apertura. Por mucho tiempo quise brindarle esto a otras y otros estudiantes, a otras personas”, dice con el acento marcado por letras inexistentes en las palabras que pronuncia. Agrega; “siempre he sido una gran defensora de la universidad privada, (hace un silencio y apresura su respiración) perdón, de la universidad pública y gratuita, sobretodo sin examen de ingreso y sin límite, porque la persona se forma en el tiempo”.
Mientras escucho la grabación, aquel lapsus me hace pensar en la hipertensión. Llego a la conclusión de que están relacionados y para sostener mi hipótesis recurro a una búsqueda rápida que pueda indicarme los síntomas más recurrentes. Después de cuarto portales visitados concluyo que la presión arterial alta es una afección crónica, que puede convertirse en una emergencia médica y que suele generar pérdida de memoria, problemas de concentración, dolor en el pecho o falta de aire.
“Nadie está preparado para empezar a prepararse, te preparas dentro de la escuelas, te preparas dentro de la universidad. No antes, no”. Frente a esta serie de sentencias, se preguntó qué sucedía con la universidad y se propuso buscar nuevos espacios de enseñanza y de aprendizaje. El resultado es que hoy imparte clases y charlas abiertas en espacios tan diversos como la calle misma.
Para Francesca la problemática es estructural; encuentra que dentro de las instituciones, cuando las mujeres aceptamos su funcionamiento desde la perspectiva patriarcal de la que emanan, nuestra opresión permanece; “fracasamos en nuestra liberación ahí donde no podemos hacer nada con la opresión”. Para marcar la diferencia ve imperante “organizarnos a un nivel anónimo, colectivo y tendencialmente sin jerarquías”.
Entonces me habla del “trabajo de reeducación de la mitad de la humanidad”, y reconoce que la tarea implica también la reeducación de las mujeres, porque las mujeres hemos crecido en el mundo patriarcal y pensamos sus categorías. Todo el tiempo, dice, necesitamos volverlas a cuestionar: “des-limitarlas”.
Desde su pensamiento, definido por ella como libertario, Gargallo me dice mientras sostiene su cabeza con el brazo que recarga en el respaldo del sillón que compartimos, que vivir más allá del límite del patriarcado, no significa perder límites. “Nacemos, morimos y la muerte es un límite muy claro. La vida de las otras personas también es un límite, en el sentido más positivo de la palabra límite. Yo no puedo sentarme en el espacio donde tu estás sentada porque te molestaría, eso para mi es un aprendizaje muy importante. Ahora bien, que yo no pueda sentarme en espacios porque son reservados a una clase de seres humanos que de mí dicen que soy inferior, poco fuerte o que de todas formas les molesta cómo pienso o qué digo, me parece bastante peculiar”.
Luego de esto se pregunta, o me pregunta —cambiando el orden natural de las cosas cuando de entrevistas se trata— cómo es posible que alguien se reconozca derechos sobre la vida y el cuerpo de una persona que ya se ha negado. La pregunta llega en una ciudad que durante el año pasado vio crecer 124.4 por ciento los casos de violaciones con relación a 2017, de acuerdo con el Reporte Anual 2018 de Incidencia delictiva en CDMX.
Su reflexión continúa en torno al incremento de la violencia, en particular de las violencias machistas: el acoso, la violación y los feminicidio. Sobre aquello que se pone sobre la mesa como solución, “que pensemos en cambiar leyes para aumentar la pena carcelaria, me parece muy poco. Habría que incidir en esa cultura y volver inadmisible que eso pase, de alguna manera, ¿cómo es posible que yo crea que tengo derechos sobre la vida y el cuerpo de una persona que me ha dicho que no?”
Hace 12 días cerca de las 17:00 horas, mientras cientos de mujeres hacíamos sonar las consignas feministas en el centro de Ciudad de México, un equipo de mujeres ejecutó el levantamiento de la ‘antimonumenta’ contra los feminicidios. La autora de Ideas feministas latinoamericanas (2004) es precisa al señalar que si bien le gusta como objeto, no le gusta lo que tiene escrito: “En México cada día son asesinadas nueve mujeres. Decimos Basta”.
El juicio, me explica Gargallo, recae en que ello supone que todos esos asesinatos deben ser considerados de la misma forma, es decir, como feminicidio. “Pero en realidad el feminicidio es la muerte de una mujer por el hecho de ser mujer; por lo tanto una agresión que tiene que ver con su sexualidad; con su rol social. Pero bueno, si mueres en un enfrentamiento, que sé yo, con la policía entre bandas rivales, por un accidente, pues habría que también pensar si debemos considerar que todo eso es feminicidio solo porque la persona que murió es una mujer”.
La agudeza de sus palabras aumenta mientras ahonda en el tema, por momentos sacude débilmente cabeza y reacomoda el cuello, pero no corta la conversación. “Creo que es muy peligroso pensar que todo es feminicidio porque entonces todo lo que nos sucede, nos sucede por una condición de opresión y de… bueno eso implicaría… no ser libre de, no perderse estar de este mundo”.
Vamos y volvemos a las instituciones una y otra vez. Hablar desde el feminismo requiere capacidades concretas argumentativas que permitan a las emisoras recuperar conceptos durante la misma escena sin que ello pueda dar la mínima sensación de repetición. Las palabras de Gargallo, todas, se presentan novedosas.
“Si tú ves las chavas que hoy están actuando en contra de la violencia en Argentina, la marea verde por el aborto, son todas acciones feministas que contravienen a las instituciones, que no pueden hacer en y desde las instituciones”, afrima.
No, no se puede. Y sí, éstas (las instituciones) contravienen los derechos de la mujeres porque en ellas reposa su propia naturaleza patriarcal. Al menos eso es lo que indica el ejemplo citado, ya que el 9 de agosto de 2018 el Senado argentino rechazó la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) que había obtenido media sanción por parte los Diputados. Luego de 17 horas de debate legislativo, y meses del mediático, la mayoría social que se pronunció en favor quedó desprotegida e ignorada.
Una movilización que se inició desde 2015, a partir del Ni Una Menos en aquella geografía sureña se sintió en todo el mundo, cruzó la frontera con Chile, luego apareció el Vivas Nos Queremos en México, y vio su reflejo llegar hasta Polonia en una huelga de mujeres que impidió el intento de prohibir el aborto en 2016. La marea verde abrió una puerta tan grande que nos permitió entrar desde las redacciones de eso que llaman América del Norte a la transmisión en vivo de sus discusiones.
El cuerpo pintado de negro y gris, casi inmóvil de aquel gran danés atrae la atención de la anfitriona mientras la presencia de una sombra se me revela por el reflejo en la pared blanca que recibe luz desde el patio al que desemboca la puerta abierta. El discurso se interrumpe con una voz de varón que surge preguntado cómo se siente.
-¿Quieres que te traiga algo de comer?- le pregunta el hombre.
-Me está preparando un arroz blanco, blanco sin nada- aclara.
Guardo silencio. El salón en el estamos me pierde un poco, guarda el encanto de las casonas de la zona, con sus techos altos y sus distancias relajadas para la distribución de los objetos. Alcanzo a contar 29 cuadros colgados, sé que detrás mío hay una silla como la que tengo de frente y compruebo que ambos sillones están atravesados por las formas y los colores de lo que hoy nos gusta llamar vintage.
Cerca de mí son 3 mesas y en la segunda sección son 3 más, una de ellas, la redonda, se sabe protagonista del espacio, le acompañan 6 sillas y la cuida una vitrina. Quien prepara aquel arroz, más allá del salón salón intermedio que logro ver si giro la cabeza y mantengo la mirada recta, es la hija de Francesca.
Volvemos.
¿Cuántos males no habrán dado las instituciones hasta hoy? ¿Cuáles?, empiezo a repetirme. Gargallo me devuelve cuando dice que el aborto también es de las instituciones. Cuestiona, pero una vez más siento que me cuestiona; “por qué no dejar libre a la gente (infiero que más de una feminista se sentirá contrariada por el uso del lenguaje y quizá decida abandonar la lectura, por lo que abro un espacio para su paso) que tiene posibilidad de gestar y de parir, de decidir si quiere gestar y parir. Es decir, prohibir el aborto es prohibir la libre determinación de una persona”.
“El hijo debe nacer porque le pertenece a la sociedad, le pertenece a Dios, le pertenece al padre; pero la persona gestante desaparece, desaparece su voluntad, por lo tanto su moral. O sea prohibirte abortar, en realidad no te permiten elegir y la moral está en la elección”.
Una segunda pausa aparece, está exhausta. Se disculpa e insiste en seguir como si nada.
“Ultimamente hay un fuerte reaccionar masculino frente al hecho concreto de que las mujeres estamos en sus espacios, es un hecho”. Es verdad que les molesta -a los varones, acostumbrados al protagonismo- compartir, por mandato, sus espacios. Pues, como señala, al reclamar ese espacio lo transformamos.
“Piensa un dato, habían descubierto hace más de 40 años cómo identificar los síntomas del infarto y salvaron un montón de hombres del infarto gracias a ese descubrimiento, ¡genial! Solo que nunca vieron que los primeros síntomas en los hombres no son iguales a los primeros síntomas de los infartos en mujeres”, me lo dice con casi tanta incredulidad como indignación. “Nuestra medicina (tal vez no tan) sigue pensando que el cuerpo es el cuerpo masculino”.
Fuimos y volvimos. Su propuesta radica en la transformación: “Transformar no en el sentido de los hombres o el sistema sino de construir, sin límites, una posible salida a este sistema. Otro orden civilizatorio, decía Margarita Pisano”.
Chilena de nacimiento y arquitecta de profesión, Pisano es reconocida como una líder feminista. Fundadora de La Casa de la Mujer La Morada y precursora del Movimiento Feminista Autónomo, en 1984 se separa de la arquitectura para escribir, junto con Julieta Kirkwood, el Manifiesto Feminista.
Dentro del discurso de Gargallo reconozco que “transformar desde lo colectivo” centraliza y da forma a toda su postura; quedarse en los esquemas tradicionales no es opción, imperan nuevos constructos que den a la persona una organización “menos encerrada en la familia” (tal vez, en este punto, más lectoras decidan irse, no lo recomiendo, pero abro el espacio). Cuando lo dice se ofusca. Me emociono con su ímpetu.
“La familia son grandes trampas para separar a la gente desde los lugares de poder”. No solo eso. “La heterosexualidad normativa, obligatoria, por la cual tu deseo debe estar dirigido hacia un hombre como objeto de deseo, pero también como sujeto que complementa tu vida necesariamente. Es una enorme construcción. ¿Por qué una y no 10 personas? ¿Por qué debo de pensar en la pareja antes de pensar en la posibilidad de una vida compartida? Porque detrás sigue habiendo mucho moralismo sobre la sexualidad, seguramente; y porque seguimos, como en el siglo XIX, pensando que la sexualidad es el campo donde se juegan todas las emociones y todo el poder”.
Las sociedad occidentales tendemos a la socialización sexual; a través de la adquisición de conocimientos no solo por medio del entorno más cercano sino por todo lo que conlleva aquello que Roger Bartra denomina exocerebro. Por otro lado, el poder, esa relación ejercida por unos sobre otros, produce dinámicas de resistencia y escenarios de estrategia.
Pese a que a simple vista ambos concepto pudieran parecer alejados, el poder radica en apuntar al deseo del otro. Así pues, acotar qué hacer con el cuerpo ajeno, con sus apetitos y placeres, encamina a quienes dominan.
“En los años 60 se vivió una revolución sexual, es decir, el derecho a la sexualidad como tal sin quitarle un ápice de importancia a la que tenía en la vida de la represión. Porque la sexualidad adquiere importancia con la represión. Tú te liberas y mantienes esa importancia sin darte cuenta que la represión sobre eso puede regresar en cualquier momento”, dice mientras explica que fue así como las feministas durante la década siguiente se reconocieron engañadas, habían caído en la trampa: fueron parte de la revolución sexual de ellos.
“No era nuestro placer, no eran nuestras reflexiones y no era nuestra decisión siempre vivir la sexualidad. Claro, nos habíamos liberado otra vez de los anticonceptivos y una serie de cosas reales que existían, pero también era cierto que en la sexualidad seguíamos pensando en formas de pareja, en construcción de la afectividad, sexualidad, atención de ellos”, recuerda.
De esta forma, Gargallo y toda una generación rica en mujeres dedicadas a la reflexión de la teoría feminista, combativas militantes y artistas dieron paso a una década en la que las mujeres empezaron a hablar de relaciones sexuales como una reivindicación personal y colectiva de la apropiación corporal, estrechamente relacionada al placer: “Empezamos a decir que queríamos sexo cuando lo queríamos”.
Son poco más de 40 minutos los que llevamos. Me siento responsable del cansancio que me muestra y decido terminar la conversación. Antes de irme me concede fotografiarla, también a Roco y al espacio que habitan. Así, termino por descubrir las ventajas de vivir en este clima.