Un Zapatero remendón de los que ya no hay

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De noche y de día…la zapatería

Don Alfredo Bayer era el zapatero de pueblo, pero no era cualquier zapatero, era transformar e calzado que le llegaba en pésimas condiciones, en uno casi salido de la tienda.

—Aquí entran para el arrastre y salen para boda –decía orgulloso de su trabajo Don Alfredo.

En la pared que estaba detrás de la gran máquina multitareas que tenía a la entrada, había un simpático letrero con dos zapatos, el de la izquierda era un zapato triste, estaba como llorando y decía “así entran”, a la derecha del mismo anuncio, estaba otro zapato limpio, brillando de limpio y con una cara de felicidad y decía: “Así salen”.

—Buenas Don Alfredo, ¿cómo lo trata la vida?

—¡Doña Licha, que milagro! –le contestó amablemente a la abuela- ¿qué la trae por acá?

—Pos este chamaco que parece que tiene lumbre en los pies, mire que ya se acabó los zapatos, como si los regalaran.

—Seguro juegas a la pelota con ellos en la escuela ¿verdad? –me preguntó viéndome opr encima de sus pequeños lentes.

—Pos, nomás a veces –respondí.

—No se apure Doña Licha, es cuestión de cambiarle la suela y queda como nuevo, aunque los tacones ya andan también en las últimas, si usted quiere los arreglamos de una vez.

—Pues yo creo que si Don Alfredo, para hacer el pecado completo ¿para cuándo los tiene listos?

—¿Le parece bien el jueves?

—Ándele, está bien, al cabo entran de las vacaciones hasta el próximo lunes

—¿Alguna otra cosa más?

—No Don Alfredo, es todo, acá nos vemos el jueves, ahora que si no  puedo venir, viene mi nieto por ellos, muchas gracias.

—Es un placer, estamos para servirles.

El zapatero sonrió e hizo una caravana para despedirnos.

—Abuela, ¿por qué Don Alfredo se ve así como muy gringo.

—¿Cómo muy gringo?

—Si, está güero, como colorado, tiene los ojos azules y el pelo güero.

—Pero no es gringo, es alemán.

—¿A poco el zapatero nació en Alemania abuela?

—No, pero su papá sí.

Luego la abuela Licha me contó la historia.

Don Alfredo era hijo de un alemán que había llegado al rancho para instalar  una maquinaria, ahí conoció a Lupita cuando apenas tenía 15 años, la vio saliendo de la iglesia un domingo n la mañana, la invitó a salir un sábado por la tarde, y una noche de lluvia, el alemán que estaba de visita se fue sin avisarle a Lupita, sin saber que estaba esperando un hijo suyo.

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Pobre zapatero ya no puede trabajar

Se llegó el jueves y era el día de ir a recoger mis zapatos, y esa mañana la abuela me lo recordó.

—No se te olvide ir con Don Alfredo y de regreso pasas al mercado a recoger un encargo que le hice a Chepina.

—¿Chepina la de los estambres? –pregunté.

—Esa mera – contestó la abuela.

Minutos después iba a recoger mis zapatos  y a mitad de camino me encontré a mi amigo el Chanate.

—Quiubo, a dónde vas –preguntó el Chanate-

—Por mis zapatos

—¿Vas a comprar zapatos?

—No, me los reparó Don Alfredo –contesté.

—¿El de la Lupita?

—Ese mero.

Llegamos al “Centro de Reparación de calzado “La Lupita”, el negocio de Don Alfredo.

—Buena tardes, ¿se encuentra Don Alfredo?

—Ahí viene –me dijo uno de sus empleados.

Don Alfredo se asomó desde el fondo, me vio y me hizo la seña de que lo esperara un momentito.

—Listo chamaco, acá están tus zapatos, a ver pruébatelos –me dijo mientras me entregaba un par de zapatos que brillaban de lo negro, es más parecía como si fueron de charol.

—¿Estos son mis zapatos?

—Claro, mira, acá abajo tienen tu nombre –me dijo.

Y sí, efectivamente, los zapatos tenían mi nombre escrito en la suela.

—¡Órale, quedaron bien bonitos! –exclamó el Chanate.

—Aquí tiene Don Alfredo ¿está bien así? –le dije entregándole el dinero que le había mandado la Abuela.

—Muy bien, que tengan un extraordinario día.

Tomé los zapatos y me disponía a retirarme, cuando escuché la voz del Chanate.

—Señor…

—¿Qué pasó chamaco?

—¿Y mis zapatos?… ¿cuánto me cobraría por reparar mis zapatos? –preguntó tímidamente.

—Necesitas traérmelos para verlos.

—Aquí los traigo –dijo apuntando a sus pies.

—A ver, dámelos.

El Chanate se quitó presuroso los zapatos y los puso en el mostrador de madera pintado de azul.

—A ver, vamos a ver… -dijo el zapatero.

Mientras Don Alfredo checaba los zapatos del Chanate, él no perdía detalle y por mi parte yo me preguntaba, ¿cómo le iba a hacer el Chanate para pagar la reparación?

—Serían doce pesos por suelas nuevas, cambio de tacones, cintas y su pintada con brillo.

—¿Doce pesos?… bueno, mejor me espero, -dijo el Chanate riendo tímidamente- quizá después, si, mejor despuesito.

Yo creo que Don Alfredo vio la mirada de ilusión de mi amigo y se dio cuenta de que tendría dificultad para pagar la reparación y le dijo:

—A ver, vamos viendo… ¿Cuánto tienes para pagar la reparación?

—Pues… ahorita nada, pero si le digo a mi mamá, a lo mejor… no, pues no se –dijo.agachando la mirada- mejor después vengo, ya cuando tenga el dinero.

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Don Alfredo suspiró, y jaló los zapatos para con él y dijo:

—Bueno, bueno, ya cuando tengas el dinero vienes y me pagas, ahora lo primero es que hay que reparar estos zapatos, que hay que regresar a clases con el calzado impecable, como debe ser.

Deberían haber estado ahí para que vieran la cara del Chanate, en verdad creo que la cara que puso se podría poner como imagen en los diccionarios cuando buscáramos las palabras de fe o esperanza.

Las zapatillas están muy contentas

El lunes de regreso a clases fue muy diferente a la de otros años, el Chanate se veía muy contento, muy seguro de sí mismo, hasta juraría que había crecido varios centímetros.

El Chanate no perdió oportunidad para presumir sus nuevos zapatos, bueno, mejor dicho, sus zapatos que quedaron como nuevos.

Cuando sonó la campana para el recreo, el Pingüica y yo nos acercamos para irnos a jugar como siempre.

—¿Jugamos al fut o al chinchilagua? –pregunté.

El Chanate se me quedó viendo por unos segundos y luego volteó  a ver sus zapatos, tanto el Pingüica y yo entendimos el mensaje y decidimos quedarnos al lado de nuestro amigo, y para que no se le ensuciaran o se le tallaran los zapatos, jugamos a con el balero que traía el Chanate en la mochila.

Don Alfredo el zapatero del pueblo nunca le obró la reparación de los zapatos del Chanate y cuando salimos de la primaria, Don Alfredo fue su padrino y le regaló a su ahijado uno zapatos nuevos para la ocasión.

Cuando la Abuela Licha se enteró del gesto del zapatero dijo:

—No cabe duda que los recuerdos de la niñez, lo que nos pasa es lo que somos.

—¿Por qué abuela?

—¿Sabías que cuando era niño, la mamá del zapatero no tenía para comprarle zapatos y siempre andaba descalzo?, hasta que un día, no recuerdo quien, le regaló unos zapatos viejos.

Escuché a la Abuela Licha y me quedé pensando quien sería el niño al que el Chanate ayudaría cuando ya estuviera grande.

Caray, como se extrañan aquellos zapateros que volvían a la vida nuestro calzado y como se extraña a la gente que hacía buenas obras y ayudaba a los demás desinteresadamente.

 

¡Hasta el próximo  Sábado!

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