La Magia del Escribano (Recordando al GABO)

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Flores Amarillas

—Buenas Don José, ¿tendrá chance de ayudarme con una carta? –preguntó una señora regordeta de amplia sonrisa.

—Será un placer bella dama –contestó Don José- ¿lo quiere en papel normal o en papel fino?

—¿Y cuál es la diferencia Don José?

—Pues diez centavos más por hoja –respondió Don José con una sonrisa pícara.

—No Don, le pregunto la diferencia del papel –exclamó entre risas la señora.

—A pues verá usted, el papel fino es más usado con propósitos amorosos, como por ejemplo cuando…

—¡Ese, ese es el que quiero! -interrumpió la señora- deje nomás voy a hacer unos encargos y mientras me los surten regreso.

Don José levantó su pequeño sombrero de fieltro gris para despedir a la dama, para luego ponerlo en la mesita de madera donde diario lo acomodaba junto a su máquina de escribir.

Durante más de 50 años que Don José llegaba puntual a las nueve de la mañana, sacaba la mesa de madera y la vieja máquina de escribir y se acomodaba a un lado del pasillo de la entrada de la oficina de correos y telégrafos.

Un día yo le pregunté a la Abuela Licha cuando había llegado Don José al pueblo, y ella me dijo que el plan de Don José no era quedarse en el pueblo, una tarde, por azar del destino, Don José venía en el autobús procedente de Ciudad Juárez y que tenía como destino la ciudad de México.

Todo iba bien en ese viaje, hasta que antes de llegar aquí, saliendo de la curva del ciego, el autobús se encontró con una vaca que estaba atravesada en la carretera, el chofer no alcanzó a frenar, por lo que chocó contra el animal dejando averiado el vehículo.

Esa noche los viajeros tuvieron que pasarla aquí, y a la mañana siguiente todos partieron, excepto el joven José, quien no pudo irse porque había quedado perdidamente enamorado de Beatriz una hermosa y callada joven morena de ojos rasgados hija de Don Gerardo el mecánico.

El Aprendiz de escritor.

Una mañana, el director de la escuela llegó acompañado de Don José hasta el salón del maestro Everardo.

—¡Buenos días jóvenes! –exclamó el director.

—¡Buenos días Señor director! –contestamos todos al unísono y poniéndonos de pie.

—Saluden a nuestro invitado, él es Don José, el escribano del pueblo –dijo el Director.

—¡Buenos días Don José! –respondimos de nuevo de la misma manera.

—¿Ya me tiene a alguien? –preguntó el director a nuestro maestro.

—Pues, a decir verdad, pensaba que mejor que fuera Don José que eligiera, digo, si usted no tiene inconveniente Señor Director –respondió el maestro Everardo.

—En lo absoluto maestro… ¿qué le parece la idea Don José? –preguntó el Director dirigiéndose a Don José.

—Me parece una excelente idea –respondió Don José moviendo la cabeza afirmativamente y cerrando los ojos.

—Pues bueno -dijo el director- el salón es todo suyo.

Don José comenzó a caminar entre los pupitres, luego regresó a un lado del escritorio del maestro Everardo mientras preguntaba:

—Maestro, ¿Cuál de sus alumnos es el menos interesado, más bien dicho, a quien de sus alumnos ha notado usted que es el menos interesado en la literatura o en la lectura?

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—¿En la lectura? –preguntó extrañado nuestro maestro- pues verá, yo creo que estaría perfecto…

Ese viernes por la mañana, Don José el escribano del pueblo, acababa de encontrar a un nuevo ayudante, y desde esa mañana, Santiago sin saberlo encontró a quien literalmente le cambiaría la vida.

Una tarde el Chanate y yo fuimos a saludar a Santiago hasta donde estaba ayudando a Don José, y ahí lo encontramos sentado a un lado de la mesa con la vieja máquina de escribir encima.

—Pst…pst… Santiago, eit –le hablábamos en voz baja para que según nosotros no nos oyera Don José, que por cierto en esos momentos ni siquiera se encontraba.

—Ora, ¿y ustedes que se traen?, -preguntó extrañado Santiago- ¿de quién se esconden?

—¿No se enoja Don José? –cuestionó el Chanate.

—¡No como creen! –contestó riendo Santiago- si es re buena gente, acérquense

Nos acercamos ya con más confianza hasta el área de trabajo del escribano.

—Oye Santiago, ¿y qué haces aquí con Don José? –pregunté con curiosidad.

—Pues muchas cosas, ya hasta dice Don José que soy su mano derecha –contestó orgulloso Santiago.

—¿Y cómo que haces? –cuestionó el Chanate.

—Pues voy por hojas cuando se terminan, traigo el papel fino, también encuadro las hojas, porque como ya casi no puede ver bien, pues yo lo ayudo.

—¿Y no te aburres? –pregunté.

—No, porque cuando no hay mucho que hacer, me pongo a leer unos libros que me trajo Don José.

—¿Pero a poco tú lees? –dijo asombrado el chanate quizá recordando que en la escuela Santiago era de los que menos se les daba lo de la lectura.

—Bueno, lo que pasa es que los libros que me trajo Don José están re padres.

—¿Y por qué en lugar de leer, no mejor te pone a barrer?  -cuestioné.

—Porque dice Don José que, si quiero ser un buen escribano, necesito primero haber leído muchos libros.

—Oye… ¿y esa flor amarilla? ¿Por qué Don José siempre tiene una flor amarilla en el escritorio?

—No sé –contestó Santiago mientras se encogía de hombros- pero dice que siempre debe tener una flor amarilla y a veces cuando no hay en el mercado, salgo a buscar alguna en una casa o corto alguna silvestre, pero amarilla debe ser.

Yo me quedé mirando la flor en el pequeño florero de porcelana mientras pensaba si había algo de mágico en esa flor que yo no supiera.

Las cartas que Don José escribió acompañado de Santiago fueron innumerables, al igual que la cantidad de personas que gracias a esas cartas mantuvieron conversaciones, amistades, amores y por qué no decirlo, hasta despedidas.

¿Cuántas personas se casaron gracias a las hermosas palabras que Don José plasmaba en esas cartas? Dice la abuela Licha que más de medio pueblo.

Carta para Santiago

Años después, una tarde de Abril, ya casi para terminar la secundaria, el aprendiz llegó al sitio del escribano pero no encontró a su Maestro, preguntó en la oficina de correos y telégrafos y le dijeron que esa mañana Don José no había llegado, Santiago salió corriendo hasta la casa de su maestro.

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Al día siguiente, casi  todo el pueblo asistió al funeral de Don José, yo la verdad, más por Santiago que más que haber perdido a un jefe de trabajo o un maestro, mi amigo acababa de perder a un confidente, a un cómplice, a una especie de padre, tal y como él en alguna plática me había dicho.

Un par de días después del funeral, Doña Beatriz fue junto a Santiago a recoger las pertenencias de Don José a la oficina de telégrafos.

—Hijo –le dijo cariñosamente Doña Beatriz- estamos aquí porque mi esposo me pidió que cumpliera su última voluntad.

Y diciendo esto, la esposa del escribano le dio una carta a Santiago, mi amigo dio dos pasos hacia atrás y se sentó en la silla que tantas veces usó su maestro.

—Señora, ¿la puedo leer? –hablo tímidamente con la voz entrecortada.

—Claro hijo –contestó Doña Beatriz ya con lágrimas en los ojos.

Santiago comenzó a leer la carta:

“ Querido Santiago, mi querido amigo, cuando puedas leer esta carta yo ya me habré ido, pero me llevo la fortuna de haberte conocido, me llevo la satisfacción de haber sembrado en ti la semillita del gusto por la lectura, porque tu indiferencia a esta no era más que desconocimiento de que había cosas que te gustaban.

Yo por mi parte quiero dejarte dos cosas, primero, mi vieja y noble máquina de escribir, en la que con solo dos dedos salieron miles de frases que quedaron plasmadas en tantas y tantas cartas, que seguramente algunos pocos han de guardar como verdaderos tesoros por lo que para ellos significó en su momento.

También, quiero dejarte el florero de porcelana, por si decides seguir escribiendo, lo que quieras escribir, puedas poner en él una flor para que siempre recuerdes lo hermoso de la vida.

Mi querido amigo, por último, quiero dejarte un solo consejo: sigue tus sueños y no te permitas a ti mismo quedarte a medio camino.”

Tu Amigo José de la Paz

Un año con 100 días después de que murió el maestro, el aprendiz se fue del pueblo a la Ciudad de México cargando con la vieja máquina de escribir y el florero.

Una mañana, para un aniversario de la muerte de Don José, su viuda Doña Beatriz se encontró en la tumba de su esposo, un gran florero de porcelana con una docena de rosas amarillas, y a un lado, descansaba un libro titulado: “La Magia del Escribano”

Fue un viernes por la mañana que Don José y Santiago se encontraron…y que mutuamente se cambiaron la vida.

 

 

¡Hasta la próxima semana!

 

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