Son innumerables las formas de violencia familiar. Puede pensarse en violencia hacia los mayores, entre cónyuges, hacia los niños, las mujeres, los hombres, los discapacitados, etc.
Además siempre es difícil precisar un esquema típico familiar, debido a que la violencia puede ser física o psíquica, y ocurre en todas las clases sociales, culturas y edades. La mayoría de las veces de adultos hacia una o varios individuos.
En la práctica el maltrato tiende a «naturalizarse» es decir se torna cotidiano sobre todo a través de conductas violentas que no son sancionadas como tales. Muchas personas que maltratan son considerados de mayor poder. Cabe destacar que las personas que sufren estas situaciones suelen ocupar un lugar de mayor vulnerabilidad dentro del grupo familiar.
Por lo general quienes padecen estas situaciones se resisten a denunciar lo que ocurre. Los motivos de este recelo ocupan desde hace muchos años a investigadores y profesionales. Por un lado se mantiene una esperanza de un cambio repentino de quién agrede, por otro lado se aceptan las disculpas de quién agrede, y se cree en las promesas que no volverá a pasar, también influye el temor al prejuicio social, las convicciones ético – religiosas, la dependencia económica, el miedo a represalias. Pero quizás el punto más álgido del razonamiento sobre el maltrato se evidencia en el sostenimiento del vinculo violento.
Se debe considerar que la situación violenta no solo la padecen quienes sufren los golpes o humillaciones, sino también quién propina esos golpes y humillaciones.
La mayor vulnerabilidad femenina no solo se debe a causas físicas, también incide las mujeres suelen concentrar en la mayoría de los casos, la mayor carga y responsabilidad en la crianza de los hijos, además por diferentes cuestiones culturales consideradas las tareas hogareñas y mantienen una mayor dependencia tanto económica como cultural de los hombres.
En el caso de los niños como en otros casos de violencia, también se da una relación de vulnerabilidad. Claramente los menores muestran inferiores recursos para defenderse de lo que haría un adulto.
También cabe considerar que muchos padres perciben como justos los castigos implementados, o perciben la desproporción del castigo ofrecido con la supuesta falta cometida pero se justifica de alguna manera. El castigo recibido por los adultos en la infancia suele tener relación con el tipo de castigos físicos que se emplean para «corregir» a los hijos.
Te invito a reflexionar sobre este tema y en la relación que tenemos con nuestros hijos, dejemos los fantasmas del pasado y trabajemos en tener una relación sana y respetuosa con todos los miembros de nuestra familia.